El problema del terrorismo en Sudamérica sufre un problema de relaciones públicas. La razón: el periodismo occidental se interesa más por la barbarie elemental de Oriente Medio que por la predecible y familiar rutina de la corrupción y el crimen.
Sin embargo, el sur del continente fue y sigue siendo un importante centro de actividad para las organizaciones terroristas, un lugar en el que confluyen una serie de factores que crean una zona perfecta para fomentar la actividad terrorista: desde gobiernos corruptos a un nivel que los israelíes no podrían ni siquiera imaginar (vea la nueva temporada de “Narcos” en Netflix para hacerse una idea); frontera abierta, y fuerzas de seguridad rudimentarias e ideología antioccidental.
Por algo han surgido allí grupos guerrilleros durante décadas y han cooperado con entidades terroristas internacionales. Hace apenas un mes, se ha expuesto cómo el Hezbolá chiíta está vivo y coleando en la Venezuela socialista de Nicolás Maduro. Colombia lo sabe bien: es el país vecino del este, y ha sufrido enfrentamientos fronterizos desde que los chavistas subieron al poder en Venezuela en 1999.
“El Comandante”, Hugo Chávez, lideró un proceso revolucionario que desde el principio señaló a Bogotá como objetivo imperialista, y Caracas proporcionó refugio a la organización terrorista FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). El objetivo era claro: desestabilizar a la entidad considerada como servidora del “gran Satán” (EEUU), pero también del “pequeño Satán” (Israel). Aquí es donde entra en escena la narrativa socialista sudamericana, que sostiene que hay tres poderes que controlan el mundo: Estados Unidos, Gran Bretaña y los judíos.
Además, el sur de América ha sufrido durante años la falta de recursos para prevenir el terrorismo. Una razón importante es que en la década de 1990 las fuerzas de seguridad occidentales, y en particular Israel, no consiguieron cortar el largo brazo de Irán y Hezbolá. En 1992, un auto cargado de bombas estalló en la entrada de la Embajada de Israel en Buenos Aires, borrándola de la faz de la tierra; dos años más tarde, a pocos metros, un terrorista suicida se abalanzó sobre el edificio de la comunidad judía AIMA. Estos dos atentados terroristas asesinaron a 114 ciudadanos y dejaron otros cientos de heridos.
Aunque hace tiempo que se identificó el problema, los gobiernos siguen siendo en gran medida los mismos, aparte de algunos aliados locales poco habituales. La presión de Estados Unidos puede ayudar, pero no resolverá la cuestión, ya que es precisamente ahí donde radica el problema: gran parte del continente ve con malos ojos que Washington intervenga en la región, dado su conocido historial de apoyo a tiranos y derribo de gobiernos.
El cambio tiene que venir de dentro, ya que ninguna dictadura sobrevive a largo plazo sin el apoyo del pueblo. Israel tiene que trabajar con cuidado y sabiduría, porque los que actualmente son aliados estratégicos podrían convertirse rápidamente en enemigos. Esa es la naturaleza de la región.