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Ni pancartas ni condenas: al mundo no le importan los drusos

28 de julio de 2025
600 clérigos drusos sirios peregrinarán a Israel para festividad

Clérigos drusos cerca de la frontera, mientras esperan los autobuses que transportan a miembros de la comunidad drusa siria para cruzar desde Siria en la aldea de Majdal Shams, en los Altos del Golán, en el norte de Israel, el 14 de marzo de 2025. (AP Foto/Leo Correa)

Es desgarrador—una afrenta al alma—presenciar el horror que se despliega en el sur de Siria, donde las comunidades drusas vuelven a estar sometidas a un asedio violento. Desde Suwayda y sus alrededores, han surgido informes sobre masacres, violaciones y la destrucción sistemática de viviendas y aldeas a manos de fuerzas del régimen sirio y bandas beduinas aliadas. No se trata únicamente de tragedias propias de la guerra, sino de ataques dirigidos contra una minoría religiosa milenaria y pacífica que durante generaciones ha aspirado únicamente a vivir con dignidad en su tierra ancestral.

Y, sin embargo, la comunidad internacional permanece casi completamente en silencio.

No se ha convocado ninguna sesión de emergencia del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, no ha habido condenas generalizadas ni se ha producido una reacción internacional significativa. Ningún grupo universitario ha levantado campamentos, no se han organizado manifestaciones bajo lemas como “Queers por los drusos”. Da la impresión de que el mundo solo presta atención a los drusos cuando sus profundos vínculos con Israel resultan útiles a quienes critican al Estado judío.

Esta hipocresía resulta intolerable.

En Israel, los drusos no son una curiosidad ni un apunte cultural. Constituyen una parte inseparable del tejido nacional. Hombres y mujeres drusos israelíes sirven con orgullo en las Fuerzas de Defensa de Israel, participan en los más altos niveles del gobierno, el poder judicial y la sociedad, y permanecen codo a codo con sus vecinos judíos en la defensa del país. Esa alianza no es meramente política; tiene una dimensión espiritual e histórica.

La Torá narra la historia de Yitró (Jetró), sacerdote de Madián y suegro de Moisés, quien aconsejó al profeta establecer un sistema de jueces y tribunales. Ese consejo, proveniente de un sabio no israelita, sentó las bases de una tradición jurídica que aún hoy influye en la sociedad judía. Los drusos creen ser descendientes de Yitró, y por ello, el vínculo entre judíos y drusos, fundado en valores compartidos y respeto mutuo, se remonta a miles de años.

En la época contemporánea, ese lazo se ha profundizado aún más, especialmente cuando las comunidades drusas en la vecina Siria han quedado expuestas a graves amenazas.

Mientras gran parte del mundo optó por mirar hacia otro lado, Israel no se limitó a observar: actuó para proteger a los drusos sirios. En 2015, cuando grupos yihadistas amenazaban con tomar la aldea drusa de Khadr, cerca de los Altos del Golán, Israel emitió una advertencia clara y excepcional: no permitiría una masacre de drusos. No se trató de una mera declaración simbólica, sino de una postura respaldada por despliegues militares y mensajes disuasorios dirigidos a las facciones rebeldes presentes en la zona.

Los hospitales israelíes han atendido sin distinción a drusos sirios heridos, tanto combatientes como civiles. Además, en el ámbito no oficial, Israel ha contribuido a coordinar estrategias locales de defensa y ha compartido inteligencia para impedir que los grupos extremistas exterminen a las comunidades drusas vulnerables al otro lado de la frontera.

Estas acciones no respondieron a cálculos políticos, sino a decisiones morales, motivadas por un sentido de parentesco y responsabilidad.

¿Dónde está la conciencia global?

Hoy, los drusos en Siria vuelven a sufrir una agresión brutal. Y, una vez más, el mundo guarda silencio. ¿Dónde están las organizaciones internacionales de derechos humanos? ¿Dónde están los editoriales de prensa, las etiquetas en redes sociales, las condenas diplomáticas?

El silencio resulta especialmente atronador cuando proviene de países que se apresuran a examinar cada operación antiterrorista israelí, pero que no muestran indignación alguna frente a la matanza de una minoría religiosa a plena luz del día. Esta doble vara de medir resulta ofensiva y letal.

Ha llegado el momento de que las democracias occidentales, las instituciones internacionales y los organismos de derechos humanos dejen de apartar la mirada. El nuevo dirigente sirio, X, que ha comenzado a recibir un trato favorable por parte de Occidente, debe rendir cuentas. Es necesario aplicar presiones concretas en los ámbitos diplomático, económico y jurídico. No se puede abandonar a los drusos a su suerte mientras el mundo desvía la atención hacia cuestiones irrelevantes.

Si Israel ha logrado actuar para proteger a los drusos más allá de sus fronteras, lo mínimo que puede hacer la comunidad internacional es alzar la voz.

Y una vez más, la figura de Yitró nos ofrece un ejemplo: vio un problema y propuso sabiduría, claridad y una solución. Ahora el mundo debe decidir si sigue ese ejemplo o vuelve a fallar ante un pueblo que clama por ayuda desesperadamente.

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