Desde que asumió el cargo en 2018, el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, ha aspirado a ser el Fidel Castro de la década de 1980, abandonando el enfoque reformista más reciente adoptado por Raúl Castro y redoblando lo peor de las tradiciones autocráticas del régimen, con pocas innovaciones.
Lo que Díaz-Canel probablemente no esperaba era que la aplicación de la receta de Fidel Castro en el siglo XXI fuera a ser contraproducente, como lo fue este mes y lo seguirá siendo.
La sociedad cubana, después de todo, es muy diferente hoy en día. La nueva generación ha ganado poco, o nada, con la revolución. También está mucho más globalizada, aprecia más los vínculos con los extranjeros, está más conectada a Internet y, quizás lo más importante, es menos temerosa.
Las protestas de julio, las más numerosas en décadas, plantearon la cuestión de las causas de los levantamientos en contextos autoritarios. ¿Se produjeron porque el régimen se relajó un poco, ofreciendo nuevas oportunidades de movilización a los grupos descontentos? ¿O porque el régimen endureció las restricciones políticas, provocando que la sociedad civil protestara en una desesperada bocanada de aire?
El caso de Cuba confirma rotundamente esta última tesis. Las protestas no se produjeron porque el régimen estuviera dando mayores espacios a los ciudadanos, sino precisamente porque se los estaba quitando. Sería un error que los dirigentes cubanos creyeran que con más restricciones se solucionaría el malestar.
Las protestas en todas partes siempre están motivadas por agravios, y en Cuba hay muchos. Pero en los contextos autoritarios, las protestas también están impulsadas por cambios en las características del régimen. A veces, como en el bloque soviético y en China a finales de la década de 1980, las revueltas se producen porque los líderes introducen reformas liberalizadoras que provocan un aumento de las expectativas y de las movilizaciones cívicas.
A primera vista, hay algunos indicios de relajación del régimen. Bajo el mandato de Díaz-Canel, el Estado aprobó una nueva Constitución que garantiza el derecho a la manifestación pública y legaliza el sector privado. El Estado también aprobó la difusión del acceso a Internet y, a principios de este año, relajó las restricciones económicas que afectan al sector de los trabajadores autónomos.
Sin embargo, estos pasos adelante palidecen en comparación con los numerosos pasos atrás.
El retroceso autocrático de Cuba comenzó tan pronto como Díaz-Canel asumió el cargo. En 2018, el presidente emitió el infame Decreto 349, que exigía la aprobación del Ministerio de Cultura para los eventos culturales públicos y privados y prohibía el uso de símbolos antipatrióticos. Esta fue la más grave represión de lo que había sido el sector más abierto de la sociedad cubana desde la década de 1990, la comunidad artística.
En 2019, Díaz-Canel comenzó a restringir las mismas libertades en línea que había concedido. Aprobó el Decreto Ley 370, que prohibía a los cubanos almacenar su información en servidores extranjeros, una necesidad para la pequeña e ilegal prensa independiente de Cuba. El Decreto Ley 389, aprobado el mismo año, permitía la vigilancia electrónica del gobierno sin orden judicial y que cualquier prueba obtenida de esa manera fuera admisible en los tribunales.
Y aunque algunos han alabado las disposiciones más liberales de la Constitución, el proyecto final adoptó reformas mucho más modestas que el plan original. Finalmente, se reafirmó el estado de partido único. Se reintrodujo la palabra comunismo. Y no se hizo nada para cambiar el intensamente represivo Código Penal de 1987.
Ese código penal prohíbe abiertamente la libertad de asociación y de expresión (artículos 208 y 103). Más que la Constitución, es el código penal el que rige la actividad policial y las resoluciones judiciales. La policía cubana, por cierto, es a su vez una organización que sigue el modelo de la eficiente y despiadada policía de seguridad de Alemania Oriental, la Stasi.
Volver al siglo XX
Hasta este año, el gobierno también estaba dando marcha atrás en las reformas más amplias de Cuba anunciadas por Raúl Castro en 2011, los llamados Lineamientos. Alegando que había habido errores en las reformas de Raúl, Díaz-Canel introdujo una plétora de regulaciones duras en 2018 destinadas a frenar el crecimiento de los trabajadores por cuenta propia.
El régimen de Díaz-Canel también retrocedió en materia de derechos LGBTQ. Bajo su predecesor Raúl Castro, Cuba hizo algunos avances cuando la hija de Raúl, Mariela Castro, dirigió un Centro de Educación Sexual oficial que apoyaba la expansión de los derechos LGBT. Díaz-Canel, en cambio, se asoció con líderes religiosos para bloquear una enmienda constitucional a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo y en 2019, con el apoyo de Mariela, el gobierno canceló el desfile del Orgullo en Cuba y reprimió a quienes intentaron realizar una marcha alternativa. A pesar de todo el pinkwashing que el régimen intenta hacer, los cubanos LGBT siguen denunciando que son despedidos, excluidos o atacados por sus identidades, y la policía cubana ignora rutinariamente los crímenes anti-LGBT.
Y donde la pandemia debería (y al principio lo hizo) proporcionar una oportunidad para que la nación con más médicos per cápita tranquilizara a su población, Díaz-Canel pronto empezó a utilizar las directrices de la pandemia como excusa para reprimir a las figuras de la oposición. Acusó a manifestantes pacíficos, disidentes y activistas de infringir las directrices de seguridad de Covid-19 cuando no se pudieron encontrar otros cargos. Freedom House, una organización que supervisa las libertades, rebajó la ya baja puntuación de Cuba durante la pandemia debido al aumento de la represión.
Todo esto no fue una sorpresa. Antes de ser nombrado presidente, se filtró un vídeo de 2017 de Díaz-Canel en una reunión a puerta cerrada con funcionarios comunistas, en la que criticaba el deshielo Obama-Raúl y adoptaba opiniones de línea dura sobre la disidencia. Incluso pidió que se censurara a la prensa, una señal de que se avecinaba un gobierno al estilo de Fidel.
Pero Díaz-Canel no solo está reautocratizando Cuba, sino que también está reforzando el sistema cubano de supremacía blanca. Aunque el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos emitió una declaración culpando al embargo estadounidense y no al gobierno cubano por el levantamiento de julio, la verdad es que el régimen cubano sostiene muchos de los pilares de la supremacía blanca que BLM está combatiendo.
Aunque los cubanos negros están bien representados en la Asamblea Nacional, este órgano no tiene casi ningún poder. Se reúne solo dos veces al año y básicamente aprueba lo que viene de arriba.
El poder real reside en el presidente y sus asesores cercanos. La gran mayoría siempre ha sido blanca. Y esta camarilla ha reforzado un sistema económico abiertamente anti-negro.
Las disparidades de riqueza racial son enormes. Los cubanos blancos tienen cinco veces más posibilidades de tener una cuenta bancaria que los cubanos negros. Los cubanos blancos controlan el 98% de los negocios privados cubanos. La única forma de financiación privada que permite el gobierno son las remesas, y sin embargo, los blancos reciben el 78% de ellas. Más de dos tercios de los cubanos negros y mestizos siguen sin acceso a Internet. Los cubanos negros y mestizos han sido excluidos de la mayoría de los altos cargos del sector público.
Quizás el único ámbito en el que los afrocubanos han podido establecer algún tipo de influencia es dentro del sector artístico y cultural independiente. Este es el sector al que Díaz-Canel ha apuntado directamente con su Decreto 349.
En lugar de seguir el camino de Mijail Gorbachov en la Unión Soviética, que inauguró un periodo de liberalización política y económica en los años 80, Díaz-Canel está copiando la reacción de Fidel Castro en el mismo periodo. En los años ochenta, Castro temía tanto las implicaciones de un momento similar en Cuba que decidió actuar en sentido contrario imponiendo la llamada Campaña de Rectificación, con algunas de las restricciones más draconianas del bloque soviético de la época. La muerte por fusilamiento de cuatro oficiales militares cubanos de alta graduación en 1989, bajo cargos cuestionables de traición, fue la manifestación más abierta del pánico de Fidel de la época.
La intransigencia de Díaz-Canel no es precisamente una réplica del pasado. Ha actualizado algunos aspectos del modelo fidelista. Por ejemplo, los encarcelamientos de larga duración han sido sustituidos por detenciones de menor duración. Pero no se equivoquen: La disidencia política abierta sigue siendo un delito, y más de 30.000 personas han sido detenidas en los últimos cinco años, aunque su tiempo de detención sea menor.