La UE se encuentra de nuevo en una encrucijada que requiere decisiones audaces, ante las graves fisuras internas y los implacables desafíos externos que exigen formas de pensar nuevas y radicales si se quiere que esta unión de Estados sobreviva y siga siendo relevante como fuerza del bien.
Desde el principio, el proyecto europeo se fijó un objetivo idealista, en el mejor sentido posible: Llevar la paz y la estabilidad al mundo. Por razones históricas y psicológicas, a lo largo de su evolución la UE ha sido reacia a desarrollar una política exterior y de seguridad común, y aún más reacia a establecer una fuerza militar.
Sin embargo, el profético mensaje del padre fundador de la idea europea, Robert Schuman, de que “no se puede salvaguardar la paz mundial sin hacer esfuerzos creativos proporcionados a los peligros que la amenazan”, es más cierto ahora que nunca.
Una de las ideas recurrentes que afloran entre los dirigentes europeos cuando se enfrentan a una nueva amenaza exterior es la creación de una fuerza militar independiente. Cada vez más, entra en el pensamiento europeo que en los asuntos internacionales ya no basta con concentrarse en el poder económico y blando mientras se confía en el poder duro de la OTAN, pues esta organización no proporciona necesariamente las respuestas a un escenario internacional cada vez más polarizado y conflictivo.
En un mundo en el que a una crisis le sigue rápidamente otra, hay que pagar un precio por el hecho de que Bruselas no haya desarrollado su propio mecanismo de respuesta y, en cambio, siga dependiendo de Estados Unidos para liderar. O por ser demasiado pasiva cuando, por ejemplo, surge otro conflicto en el vecino Oriente Medio, o Rusia hace sonar la jaula de la estabilidad regional.
La desordenada retirada de las fuerzas occidentales de Afganistán en agosto ha enviado un claro mensaje a los estrategas de la UE de que es necesario liderar desde el frente siempre que los intereses y valores europeos no coincidan con los de amigos y enemigos por igual.
Una de las vulnerabilidades más acuciantes de la UE quedó al descubierto con el caos deliberado instigado por el presidente bielorruso Alexander Lukashenko, aliado del presidente Putin, al orquestar el cruce de fronteras de los refugiados que residían en su país hacia Polonia, Lituania y Letonia. Se trataba de una represalia por las sanciones impuestas a Bielorrusia por su brutal represión de los activistas de la oposición que protestaban contra la muy cuestionable victoria electoral de Lukashenko el año pasado.
La falta de capacidad de la UE para responder adecuadamente a este tipo de acto cínico e híbrido de agresión fue reveladora, y ello en un momento en el que Rusia ha estado desplegando sus tropas cerca de su frontera con Ucrania de una forma amenazante que deja poco margen de duda sobre las verdaderas intenciones de Moscú.
¿Puede la UE confiar únicamente en la OTAN para responder a amenazas como ésta? Cada vez es mayor la preocupación de que la salvación para la unión no vendrá del vecino cuartel general de la OTAN en Bruselas, y que en cambio es necesario crear una capacidad europea para hacer frente a esas amenazas, que complemente la alianza de seguridad occidental más establecida.
La formación de una fuerza militar de la UE no es una idea nueva, en la medida en que está estrechamente relacionada con el desarrollo natural del proyecto europeo, que ha pasado de ser una comunidad económica a una asociación política, jurídica y social más estrecha. Las políticas exteriores y de seguridad comunes son las piezas más evidentes que faltan en el rompecabezas para quienes aspiran a avanzar en su visión de una UE más unificada y poderosa.
A principios de 2015, Jean-Claude Juncker, entonces presidente de la Comisión Europea, presentó una propuesta para la formación de un Ejército Europeo, afirmando que el propósito de esta nueva fuerza sería hacer frente a la amenaza que supone Rusia y participar en la defensa de los Estados miembros de la UE no pertenecientes a la OTAN.
Tanto la canciller alemana, Angela Merkel, como el presidente francés, Emmanuel Macron, expresaron su apoyo a esta idea en 2018, especialmente ante el carácter volátil del presidente estadounidense, Donald Trump, cuyo compromiso con la OTAN y la defensa europea no podía darse por sentado. Su sucesor en la Casa Blanca, Joe Biden, ha reiterado en varias ocasiones su compromiso con la OTAN, pero el caótico abandono de Afganistán por parte de su administración dejó a muchos en Europa con dudas sobre la solidez de este compromiso.
Un ejército europeo -ya sea un ejército permanente de pleno derecho o una fuerza más pequeña que incluya varios miles de tropas de despliegue rápido, como parece sugerir una nueva propuesta de la UE titulada “Brújula Estratégica para la Seguridad y la Defensa”- carecería de sentido a menos que se convirtiera en una herramienta de una política exterior y de seguridad común acordada para toda la UE, que pudiera utilizarse en tiempos de crisis de acuerdo con la estrategia de la organización.
Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea y antigua ministra de Defensa alemana, es una de las principales defensoras de la idea de una fuerza militar de la UE. En su discurso sobre el estado de la Unión de septiembre, hizo hincapié en la necesidad de reflexionar sobre cómo la misión en Afganistán había terminado de forma tan abrupta, en lo que fue una crítica codificada a Estados Unidos y la OTAN.
Su conclusión fue que, aunque es necesaria una mayor cooperación, ésta por sí sola es insuficiente y corresponde a la UE hacer más por sí misma para proporcionar seguridad y estabilidad en “nuestra vecindad y en las distintas regiones”.
Para ella, se trata de reconocer que las vulnerabilidades geopolíticas de Europa exigen que ella misma esté preparada para ayudar a hacer frente a las crisis en el extranjero, pues de lo contrario acabará teniendo que hacer frente a esas crisis en su propio territorio. Además, la naturaleza de las amenazas que vemos hoy en día está cambiando rápidamente y requiere más agilidad que nunca a la hora de hacer frente a los ataques cibernéticos o híbridos y a las amenazas de los actores militantes no estatales y de una creciente carrera armamentística en el espacio, todo lo cual requiere un enfoque de seguridad de vanguardia. Además, si Europa quiere mantenerse fiel a sus valores de prestar ayuda humanitaria y mantener operaciones de mantenimiento de la paz, va a necesitar contar con fuerzas propias que reflejen estos ideales y ambiciones.
Puede que éste no sea el periodo más propicio de la historia europea reciente para embarcarse en la idea de construir una fuerza militar europea, dado que el populismo se ha instalado en algunas partes del continente, el Reino Unido ha abandonado la unión y el mundo se encuentra en medio de una pandemia que está agotando a los responsables, y a todos los demás, tanto en energía como en recursos.
Sin embargo, los retos de seguridad que se presentan casi a diario, y el fracaso general de la comunidad internacional a la hora de hacerles frente, sugieren que la UE debe superar sus diferencias internas y sus naturales vacilaciones respecto a tal empeño y desarrollar una capacidad militar para defenderse a sí misma y a sus creencias, en plena cooperación con otros países afines y organizaciones internacionales.