Dada su proximidad geográfica a Israel -y su condición de escenario de la rivalidad entre grandes potencias en Oriente Medio- la inestabilidad en Libia tiene importantes consecuencias en lo que respecta a la seguridad y a las consideraciones estratégicas conexas para Israel.
La falta de un aparato militar unido en Libia, y su sociedad desigual, dividida en una multitud de grupos de interés tribales y sus respectivas milicias, ha abierto las puertas a los grupos islamistas extremistas para que utilicen el país como su base de operaciones avanzada.
Los efectos indirectos como consecuencia de este estado de inseguridad no solo han afectado a los vecinos de Libia -como Túnez, que vio cómo se cometían atentados terroristas en su territorio por parte de jihadistas entrenados en Libia ya en 2015; o Egipto, que tuvo que llevar a cabo ataques preventivos contra un convoy terrorista cerca de su frontera con Libia-, sino que también han llegado a Israel.
Una investigación relativamente reciente reveló que Hamás utilizó el atolladero de la guerra civil libia para construir una red de contrabando de armas que desviaba misiles antiaéreos desde Libia a través de Egipto, cuyo destino era llegar a Gaza. Las oportunidades de que surjan operaciones como ésta en el futuro suponen una amenaza directa para la seguridad de Israel.
Los grupos que contrabandean armas desde Libia fueron descubiertos ya en 2011, y han supuesto un riesgo continuo para Israel desde entonces. La verdadera magnitud de este esfuerzo se puso de manifiesto de forma espectacular en mayo de 2021, durante la guerra entre Hamás e Israel. Según las estimaciones publicadas por las Fuerzas de Defensa de Israel, se dispararon la cifra de 4.400 proyectiles contra Israel durante los 11 días que duró el conflicto. Desde entonces, Hamás ha seguido atacando el país, y descubrir y cerrar las redes internacionales de contrabando de armas se ha convertido en una prioridad clave para Israel en preparación de cualquier enfrentamiento futuro.
La continua inestabilidad en Libia también afecta indirectamente a Israel al tener un efecto perjudicial en las economías de otros actores de la región, incluido Egipto, el vecino del sur de Israel y el socio árabe más antiguo. Egipto no solo ha perdido decenas de millones de dólares en remesas anuales proporcionadas por sus trabajadores emigrantes en Libia como resultado de la guerra civil, sino que se estima que el conflicto contribuye a privar al país de la promesa de hasta un 4,46% de crecimiento del PIB.
La situación económica general de Egipto es relevante para Israel no solo por las relaciones comerciales cada vez más profundas entre ambos países, sino también porque Egipto ha asumido durante años importantes responsabilidades en la gestión de la entrega de ayuda a la Franja de Gaza a través de su paso fronterizo de Rafah. En mayo de 2021, el presidente egipcio Abdel Fattah el-Sisi prometió 500 millones de dólares para la reconstrucción de la Franja de Gaza tras la guerra. El éxito de los esfuerzos de reconstrucción de Gaza y de sus principales servicios públicos desempeña un papel importante en la disminución de las amenazas de seguridad que emanan de ella hacia Israel.
Aunque un poco más alejada de las consideraciones estratégicas más inmediatas de Israel, la implicación de las grandes potencias -y de los aspirantes a grandes potencias- en los asuntos internos de Libia tendrá sin duda importantes consecuencias geopolíticas para todo Oriente Medio. Turquía y Rusia aparecen como actores destacados en lados opuestos de la escena estratégica libia. Aunque sus políticas exteriores están aparentemente alineadas en otra cuestión que preocupa a toda la región, es decir, la actual guerra civil de Siria, consideraciones muy diferentes impulsan las acciones de cada uno de ellos en esta cuestión. Podría decirse que ninguna de ellas sirve a los intereses de Israel.
Por un lado, los esfuerzos de Rusia por reforzar al general Khalifa Haftar, con base en Bengasi, y al Ejército Nacional Libio bajo su mando, se han alineado con los de Egipto y los EAU. A pesar de ello, si la ofensiva de Haftar en abril de 2019 hubiera tenido éxito en la toma de la capital de Libia, Trípoli, y especialmente con la ayuda militar rusa, es razonable creer que el presidente Vladimir Putin habría acabado por cobrar el favor para conseguir apoyo para la plena restauración del régimen de Assad.
Con un fuerte apoyo e influencia iraní detrás, el régimen de Assad representa un riesgo significativo para la seguridad de Israel. Durante años, Siria ha sido utilizada como país de tránsito para las actividades indirectas de Irán para apuntalar a Hezbolá y otros grupos terroristas.
Por otra parte, las ganancias turcas en Libia a largo plazo son igualmente desventajosas desde la perspectiva de Israel. Turquía está trabajando actualmente con los dirigentes del país en iniciativas económicas y de otro tipo, y cualquier estructura de poder libia futura que surja del gobierno actual, dirigido por el primer ministro Abdul-Hamid Dbeibah, supondría importantes ganancias estratégicas para Turquía. La intervención en los asuntos internos de Libia también forma parte de los esfuerzos más amplios de Turquía por proyectar su poder en el mundo musulmán, tal y como prevén el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y su antiguo ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoglu. Esto es especialmente preocupante con respecto a Israel, porque la retórica de la política exterior musulmana de Turquía toca la cuestión del estatus de Jerusalén, así como la tutela sobre el Monte del Templo.
Aunque por el momento ha aplazado cualquier decisión definitiva sobre la polémica cuestión de la restauración de Assad, los verdaderos intereses de Turquía residen en asegurarse de que los territorios kurdos del noreste de Siria no obtengan la independencia. Esto es crucial para Erdogan. La mejor apuesta de Turquía para garantizar actualmente este resultado es el regreso a alguna forma de la configuración política de Siria antes de la guerra civil bajo Assad. De nuevo, basándose en lo anterior, está claro cómo tal escenario allanaría el camino para una mayor influencia iraní en la región, en detrimento de los intereses de Israel.
Israel hizo bien en no enredarse en el atolladero multipartidista de competir por la influencia directa en Libia. Una vía política proactiva alternativa para Israel sería ayudar a fomentar la aparición de una estructura de autoridad libia verdaderamente imparcial, que no deba favores ni a Rusia ni a los Estados árabes, por un lado, ni a Turquía, por otro, sino que esté más alineada con los ideales políticos liberales y democráticos por los que lucha el propio Israel.
Los actuales acontecimientos políticos en el interior de Libia, con enfrentamientos políticos y el aplazamiento de las elecciones parlamentarias previstas, sugieren que la estabilidad no está al alcance de la mano en un futuro próximo. Mientras tanto, por razones directas, indirectas y geopolíticas más amplias, Israel debe continuar siguiendo de cerca los acontecimientos en Libia.