Kerry haría bien en reflexionar sobre por qué las acusaciones en torno a sus intentos de socavar a Israel, por no hablar de Estados Unidos, son completamente plausibles.
Una grabación de una entrevista “extraoficial” realizada en marzo al ministro de Asuntos Exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif, por el periodista y economista afín al régimen Saeed Leylaz, ha causado un gran revuelo en todo el mundo.
La grabación, de tres horas de duración, que se filtró al canal de televisión persa Iran International, con sede en Londres, y de la que posteriormente informó The New York Times, ha sido examinada desde distintos ángulos. Entre ellos, se ha cuestionado si la conversación fue manipulada digitalmente y se ha ponderado la veracidad o el motivo de las afirmaciones de Zarif.
Una revelación ostensiblemente chocante que se escucha al máximo diplomático de Irán se refiere a su papel de subordinación al Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei, y al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI). El único aspecto sorprendente de este bocado evidente es el reconocimiento verbal de Zarif. En todos los demás aspectos, es una noticia vieja. Jamenei es el maestro de ceremonias figurativo de Teherán y el CGRI es el que manda literalmente.
Sin embargo, el teólogo iraní y ex vicepresidente de la República Islámica, Mohammad Ali Abtahi, comparó la filtración de la cinta con la incautación por parte de Israel, en 2018, de un trozo de documentos nucleares en un almacén de Teherán. Aunque quizás sea un poco exagerada, la analogía es adecuada cuando se ve en el contexto de otra de las acusaciones de Zarif; una que implica al ex secretario de Estado estadounidense John Kerry, actual zar del clima de la Casa Blanca.
Según Zarif, “Kerry me informó de que Israel atacó [posiciones iraníes] 200 veces en Siria”.
Leylaz preguntó entonces: “¿No lo sabía?”.
Zarif respondió: “No, no”.
Aunque la probabilidad de que Zarif no estuviera al tanto de las operaciones israelíes en Siria es entre escasa y nula -y a pesar de que no está claro en la entrevista cuándo se supone que tuvo lugar la conversación con Kerry-, prominentes republicanos estadounidenses están en pie de guerra. Algunos han pedido su dimisión; otros sugieren que ha cometido traición.
La ex embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, tuiteó el lunes: “Esto es repugnante a muchos niveles. [El presidente Joe] Biden y Kerry tienen que responder por qué Kerry le da el chivatazo a Irán, el patrocinador número uno del terrorismo, mientras apuñala por la espalda a uno de nuestros mayores socios, Israel”.
Kerry respondió a las acusaciones en un mensaje propio, tuiteando: “Puedo decirles que esta historia y estas acusaciones son inequívocamente falsas. Esto nunca ocurrió – ni cuando era secretario de Estado ni desde entonces”.
Dado que el ministro de Asuntos Exteriores iraní es un mentiroso y forma parte de un gobierno engañoso, es muy posible que Kerry diga la verdad. Pero haría bien en reflexionar sobre por qué las acusaciones en torno a sus intentos de socavar a Israel, por no hablar de Estados Unidos, son completamente plausibles.
No olvidemos que se trata del mismo Kerry que se convirtió en el líder de los Veteranos de Vietnam contra la Guerra tras su licenciamiento del ejército estadounidense, relatando al Congreso en 1971 que sus compañeros habían “violado personalmente, cortado orejas, cortado cabezas… arrasado pueblos de una manera que recuerda a Gengis Khan”.
Aparte de las sospechas sobre su servicio militar en general, algunas de las cuales se han demostrado falsas y otras sobre las que aún existen dudas, muchas de las historias en las que Kerry basó su testimonio en el Congreso resultaron ser falsas.
Durante las décadas que pasaron, el historial de Kerry se limpió, en parte debido a la corta memoria del público. Pero su escasa visión del poderío estadounidense y, por extensión, del poderío de sus aliados, nunca decayó.
Esto nos lleva a su comportamiento abiertamente hostil hacia Israel, que resumió el 28 de diciembre de 2016 en un discurso de despedida en el Departamento de Estado.
Al exponer su “visión de la paz en Oriente Medio”, mintió sobre el papel que desempeñó Estados Unidos en la promoción de la Resolución 2334 de la ONU, adoptada por el Consejo de Seguridad cinco días antes. A continuación, defendió la decisión de su administración de abstenerse, en lugar de vetar la votación, alegando que la resolución era “acorde con los valores estadounidenses”.
Es una forma interesante para un aliado de categorizar una decisión que -en palabras del departamento de prensa de la ONU- “el establecimiento por parte de Israel de asentamientos en territorio palestino ocupado desde 1967, incluido Jerusalén Este, no tiene validez legal, lo que constituye una violación flagrante en virtud del derecho internacional y un obstáculo importante para la visión de dos estados que vivan uno al lado del otro en paz y seguridad, dentro de fronteras internacionalmente reconocidas”.
Kerry procedió a levantar la voz al insistir en que, durante el mandato de su jefe, el entonces presidente Barack Obama, Estados Unidos nunca permitió la deslegitimación o el boicot contra Israel. Se olvidó convenientemente de mencionar que este tipo de movimientos son precisamente lo que la resolución pretendía permitir y promover.
Por suerte, los palestinos lo hicieron por él, alabando la resolución por allanar el camino para los boicots, la desinversión y las demandas contra Israel en la Corte Penal Internacional.
En cualquier caso, el mensaje subyacente de la diatriba de Kerry era que el estancamiento de las conversaciones de paz entre Israel y los palestinos era culpa del gobierno “extremista” de derechas de Jerusalén, y no de los maestros del terror de Ramala y Gaza. También advirtió que Israel no podía seguir siendo a la vez judío y democrático sin volver a las fronteras de 1967 y compartir su capital con el Estado palestino que ya se habría establecido si no fuera por los asentamientos.
Enseguida mostró su verdadera cara al decir que mientras los israelíes celebran cada año el Día de la Independencia, los palestinos lloran la “Nakba”, la catástrofe de la fundación del Estado judío en 1948. Esto es precisamente lo que los dirigentes palestinos han estado diciendo todo el tiempo: Que el problema no es la “ocupación” de los territorios que los Estados árabes perdieron en la Guerra de los Seis Días, sino la existencia de judíos en cualquier centímetro de la Tierra de Israel.
Esta diatriba tenía ecos de las observaciones que hizo a principios de mes en el 13º Foro Anual Saban en Washington, DC, donde pronunció el discurso principal. En el último día de la conferencia, titulada “Desafíos para la Administración Trump en Oriente Medio”, reiteró una posición que desde entonces se ha convertido en el blanco de las bromas, gracias a los Acuerdos de Abraham.
“No habrá una paz separada entre Israel y el mundo árabe”, dijo a Jeffrey Goldberg de The Atlantic en una entrevista en el escenario. “He oído a varios políticos destacados de Israel decir a veces: ‘Bueno, el mundo árabe está ahora en un lugar diferente. Sólo tenemos que acercarnos a ellos y… entonces nos ocuparemos de los palestinos’. No. No, no y no. No habrá un avance y una paz separada con el mundo árabe sin el proceso palestino y sin la paz palestina”.
Quizá sea aún más reveladora su entrevista con Goldberg en The Atlantic el 5 de agosto de 2015, tres semanas después de que Irán y las potencias del P5+1 alcanzaran el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), el acuerdo nuclear. A la vista de los serios esfuerzos del primer ministro Benjamin Netanyahu contra el JCPOA, a la luz de las flagrantes violaciones del mismo por parte de Teherán desde el minuto en que se adoptó y teniendo en cuenta las prisas de la administración Biden por firmar otro acuerdo con el diablo, los siguientes extractos son escalofriantes.
“¿Cree usted que los líderes iraníes buscan sinceramente la eliminación del Estado judío?”, preguntó Goldberg.
Kerry respondió: “Creo que tienen una confrontación ideológica fundamental con Israel en este momento concreto. Si eso se traduce o no en medidas activas para, cito, ‘eliminarlo’, ya sabe…”.
“Borrarlo del mapa”, dijo Goldberg, terminando la frase de Kerry.
“No sé la respuesta a eso”, dijo Kerry. “No he visto nada que me diga que tienen 80.000 cohetes en Hezbolá apuntando a Israel, y se podría haber tomado cualquier número de decisiones. No fabricaron la bomba cuando tenían material suficiente para 10 o 12. Han firmado un acuerdo en el que dicen que nunca intentarán fabricar una, y tenemos un mecanismo en el que podemos demostrarlo. Así que no quiero entrar en ese debate. Creo que es una pérdida de tiempo”.
Más tarde, Kerry subrayó: “Permítanme poner esto en términos muy precisos. Miren, he repasado esto una y otra vez y les digo que este acuerdo es tan pro-Israel, tan pro-seguridad de Israel, como puede ser. Y creo que decir que no a esto es, de hecho, imprudente”.
En un análisis realizado el martes, el corresponsal diplomático y redactor jefe del Jerusalén Post, Lahav Harkov, señaló que, aunque hay muchas razones para criticar a Kerry, “probablemente no se merece la ira que está atrayendo” por la cinta filtrada. Más bien, argumentó, “son Zarif y sus palabras suaves para encubrir el régimen genocida de Irán los que merecen nuestra ira”.
La opinión de Harkov sobre Zarif es acertada. También puede tener razón sobre Kerry. Pero la responsabilidad de que no se le conceda el beneficio de la duda recae directamente sobre sus propios hombros.