El estallido del 11 de julio de manifestaciones contra el régimen en Cuba, en ciudades y pueblos de la isla, tomó por sorpresa al régimen y a los medios de comunicación internacionales. La pobreza, el hambre, las consecuencias de la pandemia y la creciente represión contribuyeron al estallido; la gente no pedía vacunas contra el COVID-19, sino libertad y el fin del régimen. Algunos se sorprendieron, pero se veía venir.
Los miles de personas que se manifestaron procedían de todo tipo de entornos: muchos jóvenes, artistas y activistas, estudiantes y profesores, hambrientos y desempleados (que son muchos), periodistas, sacerdotes católicos ordinarios (la jerarquía eclesiástica está, sin embargo, comprometida con el régimen), bautistas y adoradores de la santería. En Cuba solo hay un partido legal, el Partido Comunista de Cuba, que ha mantenido un poder monolítico durante décadas, pero hay muchas organizaciones políticas y sociales pequeñas, pobres, irregulares o ilegales que forman una especie de constelación suelta de grupos antiautoritarios sin líderes. Su número y su pequeñez hacen más difícil que la cacareada Seguridad del Estado cubana pueda penetrar o controlar a todos ellos. Un enjambre de pequeñas agrupaciones -que hacen uso de un cierto nivel de informalidad y espontaneidad, vinculadas libremente a través de los medios de comunicación social (cuando están disponibles) y que trabajan con objetivos muy amplios- es una forma de eludir parcialmente el enorme aparato represivo del Estado.
Pero en la noche del 11 de julio, las fuerzas de seguridad del régimen entraron en acción y detuvieron a más de un centenar de personas. Hay informes creíbles de muertos y heridos, vídeos de fuego real, de brutalidad policial y, por supuesto, el régimen hizo todo lo posible para restringir las comunicaciones y el acceso a Internet. Pero a pesar de lo alentadoras que fueron las imágenes iniciales procedentes de Cuba, será extremadamente difícil para los valientes manifestantes desarmados eliminar a un estado policial fuertemente armado y profundamente experimentado no solo en la represión en su país, sino también en el extranjero. El régimen cubano está actualmente involucrado tanto en la subversión como en la supervivencia del régimen en varios países de América Latina. Sabe, por su larga experiencia, cómo derrocar regímenes y cómo mantenerlos en el poder, cómo usar suficiente represión sin arriesgarse a una reacción por usar demasiada violencia demasiado pronto. Es de esperar que en un futuro próximo (si las restricciones de la COVID-19 lo permiten) se produzcan concentraciones masivas muy orquestadas por el régimen para mostrar su poder al mundo. El 26 de julio está a la vuelta de la esquina.
Y el aparato represivo del Estado está vinculado a la principal empresa generadora de dinero del país, un holding que controla la mayor parte de la industria turística y financiera del país. Si te alojas en un hotel en Cuba, utilizas una tarjeta de crédito, cambias dinero o envías dólares a alguien a través de los canales oficiales, estás poniendo dinero en el bolsillo de los generales gobernantes de Cuba y de sus apparatchiks del partido.
El 11 de julio no fue la caída de un régimen odioso, sino el último asalto en la larga y amarga lucha del pueblo cubano por obtener su libertad, una lucha que ha incluido todo tipo de actividades: conspiración, años de insurgencia, activismo, huelgas de hambre, periodismo, arte, exilio y muerte.
Muchos estadounidenses, con su corta capacidad de atención política, se han conmovido con esas imágenes que provienen en su mayoría de un día en la vida de la tan maltratada República Cubana. Al apagar las imágenes, el régimen espera que el mundo se olvide, siga adelante, se distraiga con lo siguiente. Eso puede funcionar por ahora; ya lo ha hecho antes. El régimen también puede intentar generar otra crisis migratoria, si las condiciones son las adecuadas.
Aparte del olvido occidental, el régimen necesita divisas. La pandemia ha perjudicado al sector turístico, una de las principales fuentes de ingresos de la élite gobernante. Otra fuente constante de liquidez, el régimen de Venezuela, tiene grandes problemas, pero seguirá ayudando a los gobernantes de La Habana todo lo que pueda. La Unión Europea, cuyo Ministerio de Asuntos Exteriores socialista español tiene debilidad por el régimen de La Habana, es un obvio chivo expiatorio. Y el presidente izquierdista de México, López Obrador (AMLO), ha expresado repetidamente su disposición a rescatar al régimen cubano, si se hace con otros. China ya está ayudando a Cuba, pero China no hace caridad.
¿Qué puede hacer Estados Unidos? No hay mucho que proporcione resultados inmediatos. Asegurarse de que el pueblo cubano sabe que su lucha no está olvidada y facilitar herramientas para eludir la censura en Internet son pasos obvios pero importantes. Intentar forjar un consenso bipartidista sobre Cuba sería bueno. Compartir información fiable sobre la oposición a Cuba, reunirse, rezar, hacer causa común con partidarios afines de la libertad de Cuba en Estados Unidos son pequeños gestos significativos que pueden hacer los estadounidenses de a pie. Estados Unidos también puede evitar la trampa obvia de recompensar al régimen con dinero en efectivo que se utilizará para perpetuar su control del poder. Extrañamente, justo cuando comenzó la represión contra los manifestantes en Cuba, algunos en Washington empezaron a pedir el levantamiento del embargo comercial de Estados Unidos (que de todos modos exime a los alimentos y las medicinas), la misma cosa que el régimen que actualmente está intensificando la represión quiere más de Washington. En un mundo más humano, el régimen permitiría “corredores humanitarios” sin restricciones para llevar alimentos y medicinas de emergencia a la gente hambrienta. Pero eso ya ha sido rechazado por La Habana.
Me temo que se avecinan días más oscuros de sacrificio para el pueblo cubano, y deseo que no sea así. La eventual victoria, duramente conseguida, la conseguirán los de la isla y los de ningún otro lugar. Nosotros solo podemos ayudarles o ponérselo más difícil. Pero los cubanos se merecen una vida digna y libre que les ha sido negada durante tanto tiempo. El día de la libertad no está del todo cerca, pero está llegando.