La mitad de la población judía de Israel, según un reciente sondeo publicado en el país, ve como una posibilidad real la división de Israel en dos Estados separados. Curiosamente, aproximadamente el 10% de los encuestados ve este tipo de división no sólo posible, sino probable.
Aunque el concepto de dividir Israel en dos Estados independientes puede parecer factible en teoría, creo que llevarlo a la práctica será extremadamente difícil por varias razones. La encuesta proporciona una importante visión de las profundas fisuras de la sociedad israelí, que son motivo de grave preocupación.
Debido al enorme abismo que existe entre los judíos laicos y los religiosos, sería extremadamente difícil construir dos gobiernos judíos separados. Sin el respaldo del sector laico, la comunidad judía religiosa no puede mantener un Estado autónomo, sobre todo económicamente.
La población laica depende de la hostilidad contra los judíos religiosos para su cohesión social, por lo que, si formaran su propio Estado sin judíos religiosos, les resultaría difícil mantenerlo unido. Si se fundara un Estado exclusivamente laico, la sociedad laica existente, cohesionada pero fracturada, se quedaría sin un factor unificador y probablemente se dividiría en varios grupos.
La fragmentación y la división han sido problemas constantes para la civilización judía desde que se estableció como país. Sin embargo, es esencial reconocer que el camino de la separación nunca ha conducido a la solución de nuestros problemas. Por el contrario, ha empeorado aún más nuestros problemas.
Reconocer que nuestra mejor oportunidad para solucionar nuestros problemas pasa por aceptar nuestras diferencias y ponerlas al servicio de un bien mayor es más importante que crear más separación dentro de nuestra sociedad. Esperar que los judíos sean monolíticos es invitar a la decepción y la alienación; somos intrínsecamente diversos. La solución a nuestra animosidad reside en aprender a apreciar las diferencias de cada uno y trabajar juntos para mejorar la sociedad israelí en su conjunto.
Aunque este método pueda parecer difícil de poner en práctica, en realidad es nuestra mejor opción. Esta táctica no es nueva; nuestros antepasados también intentaron ponerla en práctica. En Proverbios 10:12, el rey Salomón resumió este planteamiento con estas palabras: “El odio suscita contiendas, pero el amor cubrirá todos los delitos”.
El odio engendra más odio, así que no basta con transigir, sino que tenemos que aprender a amarnos y a cuidarnos los unos a los otros, a pesar de nuestras diferencias. Lo único que puede salvar al Estado judío del colapso es que sus ciudadanos amen a sus enemigos, por difícil y desagradable que sea.
Para superar esta enorme barrera, debemos dejar de obsesionarnos con nuestros sentimientos de impotencia y concentrarnos en el papel positivo que desempeñamos en la sociedad. Nunca debemos olvidar que nuestra nación fue fundada por extranjeros que compartían la creencia de Abraham en el poder del amor y la aceptación de todas las personas.
En consecuencia, es precisamente en estos momentos en los que nos sentimos extraños los unos para los otros cuando podemos poner en práctica la ideología de nuestros predecesores y hacer realidad el mayor legado del pueblo judío al mundo: la máxima “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ahora es el momento de que estemos a la altura de las expectativas del mundo y nos convirtamos en el brillante ejemplo para otras naciones que fuimos seleccionados para ser.
Hemos eludido nuestro propósito último a lo largo de nuestra existencia. Se ha puesto un énfasis constante en la persecución, el exilio y la casi extinción. Para convertirnos en un país de individuos audaces que se enfrentan al odio interior y muestran al mundo que la unidad entre extraños es posible a pesar de nuestras opiniones iniciales, debemos dejar de huir de nosotros mismos y de nuestro destino. Somos la encarnación de esta posibilidad. Solo así lograremos una calma duradera, y el resto del mundo seguirá nuestro ejemplo.