Mientras las ratas festejan en sus portales por las muertes inocentes que cobraron este jueves en Barcelona – que se suman a tantas otras en diferentes partes del mundo- yo pienso hoy en lo que se vivió en las Ramblas. Y en todos aquellos puntos del globo en los que se encuentra gente que sabía que alguno de sus seres queridos podía estar allí.
Y se me hace un nudo en la garganta.
Es que me es fácil imaginar los momentos vividos por esa gente extraña, a la que jamás vi, pero en cuya angustia pensé hoy intensamente. Es que sé exactamente lo que vivieron, porque yo misma lo viví infinidad de veces directa o indirectamente, cada vez que el terrorismo golpeó en Israel.
Primero, el horror al captar lo que está sucediendo, al entender que están en medio de lo que imagino muchos entendieron de inmediato era un atentado y no un accidente. Una furgoneta viajando en eses a toda velocidad, para embestir la mayor cantidad posible de personas, no era un error sino un ataque intencional. ¿Qué se hace? ¿Qué es lo mejor? ¿Adónde correr?
Nunca presencié un atentado de ese tipo, pero a raíz de la recurrencia de ellos en los últimos años, sí voy atenta por la calle, mirando si alguien se desvía súbitamente, si hay dónde resguardarse en un caso así.
Pero la angustia es mucho más amplia que la de las víctimas directas que tienen la mala suerte de estar en el peor momento en el peor lugar, a merced de los asesinos. La inmediata, luego de cometido el atentado, apenas empiezan a circular las informaciones-que al principio, naturalmente, son escasas y confusas- es la angustia de esa carrera alocada de la gente por ubicar a los suyos. Está esa tortura que estruje el corazón cuando uno sabe que el hijo debía estar allí, que el hermano ya le había comentado que iría de tarde a esa calle, que la mejor amiga trabaja cerca y justo a esa hora sale de la oficina…Y uno sabe que si corre al lugar, no solucionará nada, porque la policía probablemente no lo deje pasar y además, la persona querida a la que busca, seguramente ya no esté donde debía estar.
Aunque a estas cosas uno jamás se acostumbra, sí hay una cierta dinámica de reacción que la puede dar la “práctica”: la familia que se organiza para ir ubicando a todos los que podían estar justo en el lugar del atentado. En Israel, cuando la época de los recurrentes y casi diarios atentados suicidas, las redes familiares funcionaban con agilidad. Siempre puede pasar que uno esté a cualquier hora en cualquier lado no habitual. Pues uno llama a los hermanos, otro a los primos, los padres, los suegros, los amigos, cada uno pone a los demás al tanto de los ubicados y se van uniendo eslabones de vínculos y vidas, con alivio cuando hay suerte, con horror cuando las averiguaciones conducen al hospital, o peor.
Hasta que uno no contesta. Puede que se le haya apagado el celular simplemente porque se quedó sin pila. Al fin y al cabo, no hay que pensar en lo peor. Pero…¿Y si no? ¿Y si no contesta porque estaba justo en el lugar del atentado? Del ómnibus que estalló…o donde aquel coche embistió a transeúntes en la calle central, una práctica que los terroristas comenzaron en Jerusalén hace ya años y que el asesino de Barcelona copió ahora en las Ramblas, como sus antecesores lo hicieron en Niza, Berlín y varios sitios más.
Recuerdo años atrás, en la época de los atentados suicidas casi diarios, cuando en Israel uno se levantaba preguntándose no si habrá una explosión sino dónde tocará hoy, una entrevista que realicé con el Dr. Ricardo Najman, argentino israelí, médico forense en el Instituto Abu Kabir al que llegaban las víctimas . “A veces, cuando está el cuerpo sin vida, aún vestido, suena el teléfono celular en el bolsillo”, nos dijo Najman. “Y yo sé que es la familia que está buscando a su ser querido”.
Hace algo más de un año fue cometido un atentado con bomba en un ómnibus en Jerusalén, el primero en mucho tiempo. Se pensó inicialmente que había sido una falla técnica por la que se había prendido fuego. Luego se confirmó que había sido una carga explosiva y que la intención original del terrorista era dejarla en el ómnibus y escapar, pero la carga explotó antes de tiempo y el hombre murió. Fue, digamos, un atentado no planeado como suicida, pero que terminó como tal. Mi hijo menor ya había salido del liceo y yo sabía que horas más tarde iba a su entrenamiento de crossfit. Supuse que entre una cosa y otra, daría alguna vuelta con amigos, dado que su liceo estaba en el centro de Jerusalén. Evidentemente, las noticias sobre la explosión no me dejaban tranquila. Tras ubicar a todos los demás, las llamadas al menor para confirmar que no estaba en ese ómnibus, eran incesantes. Y la línea muerta , desesperante.
Mientras todos seguían intentando, hice una interrupción de unos minutos, para poner al tanto a Onda Cero, la radio de España de la que soy corresponsal hace muchos años. “Llamo para avisarles de un tema importante, por si quieren un boletín”, dije a la compañera que me atendió en Madrid. Y me puse a llorar. Ella, que quedó lógicamente cortada, me preguntó preocupada por qué lloro. “Es que hubo un atentado con bomba y no encuentro a mi hijo”. “Despreocúpate, busca a tu hijo, que la cobertura la hacemos nosotros por cables desde aquí. Y avísanos qué pasa. Verás que todo va a estar bien”.
En el interín mi hijo mayor encontró a su hermano en el crossfit, mucho antes de la hora planeada. Ni sabía del atentado. A mi mail llega de inmediato un mensaje de la jefa de informativos de la radio diciéndome “no imaginas el silencio sepulcral que se hizo en la redacción, cuando Elena cortó contigo y dijo que había habido una explosión y no encontrabas a tu hijo, por favor avísanos cuando sepas que está bien”.
Hoy los llamé yo a ellos, a confirmar que los compañeros de la radio en Barcelona están todos bien.
Y pensé que seguramente entre ellos habrá algún catalán, o alguien con familiares o amigos viviendo en Barcelona. O simplemente paseando por las Ramblas de esa hermosa ciudad, aprovechando las vacaciones de verano por estos lares. Y pensé en su angustia buscando señal de vida.
Pero la verdad, aunque no tuviera ese vínculo con mis colegas de España, estamos todos en el mismo barco. Somos todos frente en la mirilla del terrorismo, tanto en Jerusalén y Tel Aviv, como en Barcelona, París y Berlín. Pero también en Bagdad y Kabul, cuando musulmanes chiitas matan a musulmanes sunitas o viceversa. Es el odio de la intolerancia, contra la libertad del otro de vivir como desee.
Y es especialmente notorio, claro, cuando son blancos en el mundo libre y democrático los atacados, porque los terroristas libran una guerra contra esos valores, contra la libertad.
Tiempo atrás entrevisté al Dr. Boaz Ganor, que encabeza el Instituto de Estudios de Anti Terrorismo en el IDC, el Interdisciplinario de Hertzlia. Contó sobre una charla que tuvo con un periodista norteamericano años atrás, en la época de los continuos atentados suicidas en Israel. Tras analizar la problemática del terrorismo , al terminar la conversación, le dijo a ese periodista-y nos lo contó- que “ahora me voy a combatir el terrorismo”. El periodista, extrañado, le preguntó a qué se refiere, qué es exactamente lo que va a hacer. Y Boaz Ganor respondió: “Me voy a jugar al basquetbol con amigos, tal como tenía planeado. Porque si dejamos de hacer lo que hacemos en la vida normal, los terroristas ganaron. Y yo no pienso permitírselos”.
A los barceloneses les deseo hoy que tengan fuerza ya mañana, en medio del dolor y el duelo, de seguir llenando las Ramblas de movimiento y vida, de seguir colmando los cafés del lugar de ruido y música. No permitamos que el terrorismo nos apague. Combatámoslo con fuerza cuando es necesario y sabemos cómo, y con vida, siempre.
Por: Ana Jerozolimski | En: montevideo.com.uy