Parafraseando a León Tolstoi, todos los países pacíficos se parecen; cada país devastado por la guerra lo está a su manera. Sin embargo, al escuchar a muchos analistas en los medios de comunicación, la actual crisis en Ucrania no es diferente del conflicto israelí-palestino.
Así, por ejemplo, un ex congresista peruano con más de 125.000 seguidores se preguntaba en Twitter “La falta de respeto [de los rusos] al derecho internacional es responsabilidad exclusiva de la ONU, EE.UU. y el Reino Unido al permitir las masacres genocidas de niños palestinos con impunidad. Ahora no hay nadie que establezca el orden. No os quejéis”. En otras palabras, si en nombre de un imperialismo trasnochado, Putin decide invadir un país soberano, entonces es culpa de las potencias mundiales que no lograron mantener a raya a esos judíos genocidas.
Pero si esta actitud no es sorprendente entre quienes dedican abiertamente su tiempo y sus energías a mentir sobre Israel, sí lo es cuando son periodistas o supuestos analistas profesionales los que difunden estas extravagantes acusaciones. Las cifras de población palestina y los datos de esperanza de vida desmienten rápidamente las afirmaciones de genocidio. Sin embargo, demasiados analistas, que deberían saberlo mejor, nunca sacan a relucir los datos pertinentes. En su lugar, algunos intentan ahora aprovechar la invasión rusa para establecer absurdos paralelismos con las supuestas fechorías de Israel.
Por ejemplo, un prestigioso periodista español preguntó a sus numerosos seguidores en las redes sociales:
“Si Trump se salta el derecho internacional y reconoce la soberanía de Israel sobre Jerusalén y los Altos del Golán y Biden no dice ni pío, ¿qué problema tiene ahora EEUU con Putin y Ucrania [en] guerra? ¿Cuántos derechos internacionales existen?”. Qué analogía tan poco convincente. Rusia invadió un Estado soberano con fronteras reconocidas internacionalmente, mientras que en el caso israelí hay una disputa territorial tras las guerras de autodefensa de Israel. Nunca hubo un país llamado Palestina que Israel decidiera ocupar de un día para otro. Desde 1948, el Estado judío ha sido atacado sistemáticamente por sus vecinos y, como consecuencia, ahora existe una “ocupación” en una guerra no resuelta. En concreto, los Altos del Golán son una meseta desde la que se han lanzado no pocos ataques al territorio israelí.
Este fenómeno de comparar lo incomparable, de apropiarse de la situación y el dolor ajenos, parece obedecer a la necesidad de mantener la causa antiisraelí en el candelero, no vaya a ser que la solidaridad con los ucranianos eclipse la obsesión mediática con Israel. Un conocido periodista de la CNN llegó a amonestar a Israel por no haber adoptado una postura más dura frente a Rusia, olvidando, al parecer, que Rusia también se pasea actualmente por Siria y que, por tanto, el Estado judío debe negociar con Putin a la hora de responder a los atentados terroristas de su frontera norte.
Una política tan compleja simplemente se ignora. En The Independent, el “corresponsal de raza” del periódico afirmó que el apoyo internacional a la resistencia ucraniana representa un doble rasero racista porque el apoyo no se comparte por igual con los “negros y morenos” como los palestinos. Aparte de aplicar una dicotomía racial obviamente falsa al conflicto palestino-israelí, según la cual los israelíes etíopes y mizrahi serían blancos, todo el análisis es una distorsión política y ética, ya que, como señaló el analista de CAMERA UK Adam Levick:
“Los ciudadanos de la Ucrania democrática que preparan cócteles molotov lo hacen para lanzarlos contra los tanques que forman parte de un ataque militar no provocado de un régimen ruso autoritario y expansionista. Los palestinos, en cambio, que fabrican y utilizan bombas contra los israelíes, suelen usar esos explosivos contra civiles, y suelen estar afiliados a organizaciones extremistas antisemitas que buscan la destrucción de Israel”.
Y es precisamente esa amenaza existencial la que está en el centro de la cuestión. Si los analistas pretenden establecer verdaderos paralelismos, quizás sería mejor ahondar en la esencia misma del conflicto.
Al igual que Putin no considera a Ucrania un Estado legítimo y no cree que deba existir, también Fatah, Hamás, Irán y no pocos más creen que el Estado judío no tiene derecho a existir. Al igual que Ucrania está librando una guerra existencial, Israel se enfrenta a grupos financiados, armados y entrenados por una potencia nuclear aspirante cuyos líderes han dejado claro que Israel debe desaparecer. En palabras de Jibril Rajoub, ex vicesecretario general del Comité Central de Fatah y ex jefe de la Fuerza de Seguridad Preventiva en Cisjordania, “juro que si tuviéramos una bomba nuclear, la habríamos utilizado esta misma mañana”.
O en palabras del ayatolá Alí Jamanei, patrocinador de lo anterior, Israel “desaparecerá del mapa” y su territorio “será ciertamente devuelto a la nación palestina”.
En resumen, se están sentando las bases para la próxima campaña de propaganda antiisraelí. Unos cimientos que no difieren de los que ya se utilizan: la explotación de causas ajenas y la imprescindible trivialización y manipulación de la historia.
Lahav Harkov, periodista de The Jerusalem Post, comentó en las redes sociales “Lo he dicho antes y lo volveré a decir: El hecho de que tantos periodistas de la corriente principal se fijen en Israel en un conflicto que no es sobre Israel es espeluznante y deberían examinar realmente por qué lo hacen”.
Ahora más que nunca, cuando la desinformación hace estragos en las plataformas de los medios sociales, es necesario apelar al rigor periodístico y analítico de aquellos cuya verdadera misión es iluminar la oscuridad.