Siempre es la misma escena: un pueblo y casas humildes rodeadas de campos abiertos, terroristas musulmanes que aparecen en mitad de la noche cuando todos duermen, derriban puertas y gritan “Allahu Akbar”, matan, violan y mutilan a mujeres y niños en cuanto los ven, incendian iglesias y casas. Los asesinan solo porque son cristianos.
El arzobispo nigeriano Matthew Man-oso Ndagoso afirma que sus fieles son asesinados “como gallinas”. En otro país, un obispo revela: “Los cristianos son asesinados en las camas de los hospitales”. Sin embargo, todas estas masas de perseguidos no están lo suficientemente de moda como para merecer la movilización del bello pueblo occidental. Los asesinados ni siquiera merecen el tiempo del hashtag #savechristians. No conmueven tanto al ciberpúblico occidental como un migrante libio, unos machos que se hacen llamar mujeres o un Corán quemado en una plaza sueca…
Primera escena:
Un ejemplar del Corán es incendiado en Suecia por un provocador sin seguidores. Las plazas del mundo islámico se llenan para pedir venganza. La Organización para la Cooperación Islámica pide a Europa que intervenga (para ello ha abierto una oficina a dos pasos del Parlamento Europeo, en Bruselas). Las Naciones Unidas intervienen: “El Alto Representante de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas, Miguel Moratinos (exministro español de Asuntos Exteriores), condena inequívocamente el cobarde acto de quemar el Sagrado Corán en Suecia”. Después es el turno de la Unión Europea: “La acción no es compatible con los valores de la UE”. Finalmente, surgen las cancillerías europeas. Todos los medios de comunicación hablan de ello.
Segunda escena:
Isaac Achi, sacerdote católico, es quemado vivo en su casa de Nigeria, donde cada hora son asesinados cristianos in odium fidei y que es descrito como “el mayor matadero de cristianos del mundo”. Pero en este caso, nada de la ONU, la UE, las cancillerías europeas y los medios de comunicación. “Inequívocamente” no lo leemos en ninguna parte. “La persecución de los cristianos es ignorada por el Palacio de Cristal”, denuncia Aid to the Church in Need. Estamos en un país donde han sido asesinados 100.000 cristianos en veinte años. Cuando 44 cristianos fueron asesinados en el estado de Kaduna, en Nigeria, un testigo declaró que los muertos eran en su mayoría mujeres y niños, “masacrados como carneros para ser utilizados en barbacoas”.
Así mismo, no oímos ninguna condena por los dos niños israelíes que acaban de ser asesinados en Jerusalén.
Por no hablar de la niña quemada viva solo por ser cristiana en Nigeria, donde 39 sacerdotes fueron asesinados en 2022. Fue asesinada por musulmanes tras ser acusada de “blasfemia”, la misma acusación que la Ummah dirige hoy contra los países europeos. Se llamaba Deborah Yakubu. Los vídeos de su muerte muestran una ferocidad aterradora, decenas de musulmanes atacando su cuerpo, prendiéndole fuego y gritando alegremente “Allahu Akbar” mientras graban con sus teléfonos móviles y redes sociales.
Por no hablar de la pareja cristiana quemada viva en un horno en Pakistán, donde en los últimos días ha habido manifestaciones masivas contra Suecia. Una mujer embarazada, madre ya de tres hijos, y su marido, falsamente acusados de haber quemado páginas del Corán (siempre ese libro, el Corán), atacados por una turba de musulmanes y arrojados al horno de una fábrica de ladrillos y quemados allí. O en Mali, donde 27 cristianos fueron quemados vivos. O Isima Kimbugwe, un religioso cristiano que fue quemado vivo en Uganda. Quemado vivo como el sacerdote David Tanko, en Nigeria. O los 12 niños cristianos quemados vivos en Jos, Nigeria. O la mujer asiria quemada viva en Siria. También en Jos, Nigeria, terroristas islámicos fueron a las casas donde padres e hijos se habían atrincherado, prendieron fuego y dejaron que 17 cristianos ardieran vivos. Entre ellos Timara, de solo 4 años, Bontà de 5 años, Lovina de 8 años.
En enero se publicó un informe de 47 páginas de la ONG Open Doors. “Es absolutamente aterrador, se me hiela literalmente la sangre”, escribe el historiador judío Marc Knobel en el último número de la Revue des deux mondes. “Open Doors estima que ‘312 millones de cristianos son objeto de graves persecuciones y discriminaciones’. Esto representa 1 de cada 7 cristianos en el mundo. Pero, si miramos con más precisión, esta cifra equivale a 1 de cada 5 cristianos en África y a 2 de cada 5 cristianos en Asia. Los cristianos están solos y son asesinados, se queman iglesias y templos. Se utilizan todos los medios para obligarles a renunciar a su fe: poseer una Biblia es un delito, la celebración del culto está prohibida, las iglesias destruidas, quemadas, los cristianos asesinados como en Siria, por ejemplo”.
A continuación, Knobel explica: “Yo no soy cristiano, sino judío. Por tanto, puedo medir lo que ocurrió con las persecuciones religiosas de las que fueron víctimas los judíos durante dos milenios. Pero, hoy, también quiero medir el rechazo, el miedo, el terror, y el olvido de mis hermanos cristianos perseguidos en todo el mundo. ¿Por qué hablo? ¿Debería callarme? Algunos pensarán que las víctimas cristianas contabilizadas en este informe no son más que una fría estadística, que les deja fríos en general. Otros serán espectadores impotentes o desilusionados. En resumen, un código de silencio reina sobre este asunto. Como si la ley del silencio debiera ser la norma. La mera mención de estas persecuciones religiosas parece incomodar a muchos comentaristas, asociaciones laicas y ONG, que prefieren guardar silencio”.
Knobel es judío y francés, y quizá recuerde que, en su país, ante el silencio de los distintos Erdogan y de nuestras instituciones, un joven judío, Ilan Halimi, fue quemado vivo por una banda de musulmanes a las afueras de París.
Priyantha Kumara no era cristiano, sino budista, pero seguía siendo un “infiel”. Acabaron con él a patadas, tornillos y un bidón de gasolina. Es un inmigrante de Sri Lanka que trabajaba como encargado en una fábrica de artículos deportivos. Para los trabajadores era culpable de retirar un cartel con el nombre de Mahoma (si no es el Corán, es Mahoma). Kumara ni siquiera lo entendió. Pero eso basta para acusarle de “blasfemia”. Una de las 1.130 personas asesinadas en Pakistán tras ser acusadas de “ofender al Islam” en ejecuciones extrajudiciales.
¿Acaso un niño quemado vivo vale hoy menos que un ejemplar del Hadiz quemado en la plaza? ¿Por qué ese doble rasero?
Hay que preguntárselo a Salman Rushdie, cuyas primeras fotos aparecieron tras escapar del atentado terrorista de Nueva York. Un hombre lisiado, demacrado y destrozado. En declaraciones al New Yorker, Rushdie dice: “La gente tenía miedo de estar cerca de mí. Pensé que la única forma de pararlo era actuar como si no tuviera miedo”. Una noche, Rushdie salió a cenar con Andrew Wylie, su agente y amigo. El pintor Eric Fischl se detuvo junto a su mesa y dijo: “¿No deberíamos todos tener miedo y abandonar el restaurante?”. “Bien, yo voy a cenar”, respondió Rushdie. “Pueden hacer lo que quieran”.
En Occidente ya no hay asientos en la mesa para quienes no temen decir la verdad.