Como siempre, hay posturas a ambos lados. Algunos sostienen que habría sido mejor dejarlas pasar, otros que el primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu ha tomado la decisión correcta.
Unos, que las congresistas Rashida Tlaib de Michigan e Ilhan Omar de Minnesota solo buscan debilitar a Israel, otros que prohibirles la entrada es lo que fragilizará su imagen internacional.
En cualquier caso, no dejan de ser opiniones puramente personales y válidas, basadas en la lectura y posterior comprensión y análisis de los hechos.
Se están planteando muchas preguntas a raíz de la decisión de Israel de no dejar pasar a las dos congresistas demócratas ¿era lo más conveniente para Israel? ¿Ha sido un error diplomático? ¿Creará un cisma entre el Estado judío y el partido demócrata? ¿O por el contrario será un ruido pasajero de corta duración? ¿En qué medida influyó el presidente Trump en la decisión? ¿O fue tal vez una decisión legítima de un país democrático que se limitó a seguir sus propias leyes? ¿Qué precedentes habría creado dejarlas pasar? ¿Qué precio en imagen deberá pagar Israel?
Por ahora, pocas repuestas concretas a todas estas preguntas, aunque sí muchas opiniones. El tiempo, como de costumbre, irá respondiendo.
Pero mientras ejercemos nuestro derecho a estar en contra o a favor y a lanzar vehementes futuribles, me parece que estamos olvidando el núcleo del problema.
Ciertos medios nos informaban de que Israel prohibía la entrada a dos “congresistas musulmanas”, como si su religión hubiera sido clave a la hora de ejercer el veto.
Pero lo cierto es que su condición de musulmanas no tenía nada que ver con el veto, a pesar de que una de las protagonistas del asunto, Ilhan Omar, lo utilizara para lanzar una sombra de duda acerca de una posible decisión “islamófoba”. Como ironizara en las redes sociales, el analista Gilead Ini: “Un “veto musulmán” contra “dos” (!!) personas muy específicas (!!) es evidentemente … no … eso. No es un “veto femenio” o un “veto” a personas cuyos apellidos terminan con una consonante. Obama no implementó un “veto hindú” cuando prohibió a Modi.
Ambas congresistas fueron vetadas, no por musulmanas, no por demócratas, ni siquiera por criticar a Israel, sino por su activo apoyo y promoción del movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones). También judíos que promueven dicha agenda han visto su entrada prohibida al país, y a nadie se le ocurrió insinuar que Israel prohíbe la entrada a los judíos.
Recientemente una delegación de unos 70 congresistas republicanos y demócratas viajó a Israel y no hubo ningún problema.
Porque el punto clave para entender la noticia es ¿qué es el BDS? Los periódicos suelen describirlo como un movimiento de derechos humanos, solidario con la causa palestina.
Pero es mucho más que eso.
Al margen de sus vínculos con Hamás (un grupo considerado terrorista por el Departamento de Estado de Estados Unidos), el BDS busca el aislamiento de Israel en la arena internacional con el objetivo, reconocido por los propios líderes del movimiento, de terminar con el único Estado judío del planeta. En palabras de unos de sus fundadores, Omar Barghouti: “definitivamente nos oponemos a un Estado judío. Ningún palestino racional… aceptará jamás un Estado judío en cualquier parte de Palestina”. O bien, el mismo Barghouti, defendiendo la solución de un solo Estado: “esto significa un único Estado en el que los judíos serán minoría por definición”.
Por si quedara alguna duda de las intenciones activistas de las dos congresistas, en el itinerario que tenían preparado para su polémica visita, se negaban a reunirse con ningún representante político israelí, nadie que pudiera contrarrestar su prejuicio. Ni siquiera visitarían Yad Vashem, el memorial del Holocausto.
De hecho, su viaje fue organizado por la asociación Miftah, que, tal y como destacara el usuario de Twitter Elder of Zion, es una organización que promueve textos antisemitas, como uno que afirmaba que los judíos usan sangre cristiana para sus rituales, otro alabando a las mujeres terroristas suicidas, u honrando a los terroristas palestinos.
Y para que tengamos el cuadro completo, más allá de su apoyo al BDS, debemos también recordar que ambas congresistas se han visto en polémica, acusadas por haber hecho comentarios abiertamente antisemitas en el pasado, desde acusaciones a los judíos de doble lealtad, pasando por comparaciones entre Israel y los nazis, incluyendo tergiversaciones históricas sobre el Holocausto, o relacionando a los judíos con el poder y el dinero (“It’s all about the Benjamins, baby”). Cierto que a toda polémica seguía algún tipo de supuesta explicación, que gracias a cierta complicidad mediática, terminaba pasando página, hasta la siguiente.
No en vano, David Duke, famoso supremacista blanco, ex líder del Ku Klux Klan salió en defensa de Ilhan Omar.
Por su parte, el presidente Donald Trump publicó un tuit instando a Israel a prohibir la entrada de las dos congresistas. Lo que valió inmediatas críticas tanto al presidente norteamericano, como al primer ministro israelí, que cambió su postura inicial y decidió vetarles definitivamente la entrada. Acusaciones de interferencia en asuntos extranjeros por un lado, de intereses electoralistas por otro… Más fuego a la hoguera de la polémica.
Pero según las autoridades israelíes, fue la publicación del itinerario de las congresistas, donde quedaba claro que no interactuarían con ningún representante israelí y que el viaje sería completamente sesgado y unilateral, lo que les hizo decidir definitivamente prohibir la visita, siguiendo una ley que prohíbe hacer campaña pro-BDS en Israel.
A la representante Rashida Tlaib se le ofreció, eso sí, la posibilidad de entrar en Israel por “razones humanitarias”, para visitar a su anciana abuela, si se comprometía a no implicarse en actividades políticas durante su viaje. Tlaib se comprometió y escribió pidiendo entrar. Pero una vez acordado el permiso, decidió que si no podía hacer política, entonces ya no quería entrar.
Para terminar, recordemos también, que todos los países deciden a quién conceden visado, y suelen denegárselo a quienes mantienen posturas consideradas extremistas. Cualquiera que haya intentado entrar a Estados Unidos, sabe que es interrogado acerca de si ha militado en grupos terroristas, participado en fechorías… o simplemente si ha sido miembro del partido comunista. Por ejemplo, en 2009 la administración Obama no permitió la entrada de un miembro del parlamento israelí, Michael Ben Ar. Y no hubo ningún ruido mediático internacional al respecto, ni dañó ninguna relación entre Israel y el partido demócrata.
¿Por qué en este caso sí se crea tan escándalo? ¿Por qué Israel no tiene derecho a frenar la entrada de quien busca su destrucción?
Podemos estar en contra o a favor de la medida del ejecutivo israelí. Pero es legítima. Y no podemos lanzarnos al debate sin tener en cuenta quiénes son las congresistas, qué buscaban y cuál es la amenaza y el objetivo del movimiento que defienden. Israel no veta su entrada porque vayan a criticar al país, ni porque sean musulmanas, ni demócratas, sino porque el objetivo era ir a promover el fin de Israel.