El 6 de marzo de 1899 la empresa química alemana Bayer patentó un remedio que llamó aspirina, una droga asombrosa con el ingrediente activo del ácido acetilsalicílico que aliviaba el dolor y reducía la fiebre. Pero toda la evidencia apunta a que el hombre pionero de su síntesis fue Arthur Eichengruen, un judío.
Sin embargo, cuando se dio a conocer la “historia oficial” de la aspirina, en 1934, poco después de que los nazis asumieran al poder, el crédito fue a un subordinado de Eichengruen, Felix Hoffman. Con una carrera de 47 patentes a su nombre, el doctor judío podría haber sido un personaje formidable en la industria química alemana, incluso sin el crédito por la aspirina.
Eichengruen fue contratado por Bayer en 1896 y al poco tiempo compró su fórmula para el Protargol, una droga que seguía el tratamiento estándar para la gonorrea hasta los años ’40. La empresa patentó la medicina pero su inventor recibió el 5 por ciento de las regalías, que lo convirtieron en rico. En cuanto a la aspirina, las propiedades del ácido acetilsalicílico eran conocidas desde los tiempos de Hipócrates, pero fue él quien logró hacerla segura. Tras su aprobación, el remedio se comercializó en todo el mundo.
En 1908 Eichengruen fundó su propia firma, Cellon-Werke. Pero en 1933 tuvo que vender una parte de ella a “un ario” y en 1938 se vio forzado a vender todo. Recién en 1943 el régimen nazi descubrió que había escrito una carta en donde no había puesto la palabra “Israel” al lado de su nombre, como debían hacer todos los judíos, y fue enviado al campo de concentración Theresienstadt. Estuvo allí hasta el final de la guerra pero pudo sobrevivir, informó Haaretz.