El mundo judío —y, con esperanza, toda persona decente— lamenta la pérdida devastadora de Avraham Azoulay, asesinado con brutalidad por terroristas de Hamás en Gaza.
Avraham, reservista de 25 años, originario de Yitzhar, en Samaria, operaba un vehículo de construcción en Jan Yunis cuando terroristas de Hamás irrumpieron en la zona. En un momento que revela su valentía, intentaron capturarlo para sumarlo a su macabra “colección” de secuestrados, pero se resistió. No aceptó convertirse en otro número, en otra pieza dentro de su campaña de terror. Por eso, lo asesinaron.
Este relato es trágico. Pero cuando se conoce en su totalidad, el dolor se vuelve casi insoportable.
Avraham se había casado con su esposa, Ruth, apenas tres meses antes. Eran recién casados, comenzaban su vida en común, soñaban con un futuro compartido. Ahora ella es viuda. Y ya ha atravesado un dolor inconcebible: su hermano también murió en combate en Gaza.
Este tipo de pérdidas recuerda los testimonios de los libros y memoriales del Holocausto: familias enteras aniquiladas, vidas jóvenes truncadas, la esperanza de una generación extinguida antes de florecer por completo. No se trata solo de una tragedia personal. Es una pérdida de dimensión bíblica para Yitzhar, un duelo colectivo que resuena en nuestra historia y en lo más profundo de nuestro ser.
Avraham creció en la localidad de Elazar, en Samaria, y se trasladó a Yitzhar durante su adolescencia. Fue un constructor en el sentido más amplio del término, al fundar una empresa dedicada al desarrollo de la infraestructura y las rutas de la zona. Tal como destacó Yossi Dagan, jefe del Consejo Regional de Samaria, Avraham “era un héroe, un verdadero pionero, completamente entregado al asentamiento de las colinas y a las FDI”. Construyó Israel con sus manos y también con su corazón.
Nuestro corazón está roto. Y debemos permitir que permanezca así.
No debemos insensibilizarnos. No podemos acostumbrarnos al derramamiento de sangre judía. No debemos aceptar como normal los funerales, los duelos, las madres enlutadas, los sueños destruidos. Cada vida judía constituye un mundo. Cada asesinato representa una fisura cósmica en el tejido de nuestro pueblo.
Al mismo tiempo, en otras partes del mundo, se oyen voces que, sin pudor, claman por una “intifada global”. Esta consigna no es una abstracción. Todo judío en el mundo conoce el verdadero significado de la palabra intifada. Significó bombas en autobuses públicos, explosiones en pizzerías. Significó muerte y terror para israelíes y turistas por igual que simplemente vivían su día a día.
Incluso en el corazón de la diáspora judía, en la ciudad de Nueva York —el mayor centro de población judía fuera de Israel—, un candidato a la alcaldía, Zohar Mamdani, se ha negado a condenar esa consigna infame, un llamado explícito a la muerte y destrucción de los judíos en todo el mundo. No se trata de un caso teórico. No se trata de retórica. Esta es su manifestación concreta: un joven judío, recién casado, ha sido asesinado. Su esposa ha quedado devastada, en duelo por un esposo y por un hermano.
Mamdani, quien dirigió la agrupación Students for Justice in Palestine durante su etapa como estudiante en Bowdoin College, en Maine, ahora busca llevar esa ideología al Ayuntamiento. Al negarse a rechazar los llamados a “globalizar la intifada”, ha revelado su verdadera postura. No es simplemente un candidato con ideas políticas distintas; actúa como un promotor de la violencia contra los judíos, sin intención alguna de retractarse frente a una consigna que, para quienes vivieron los años del terror en Israel entre 2000 y 2005, solo puede tener un significado.
La ciudad de Nueva York merece algo mejor. La comunidad judía más grande de Estados Unidos necesita líderes que no titubeen ante el terrorismo y la violencia. No podemos permitir que alguien que adopta un discurso tan peligroso asuma la conducción de nuestra ciudad. Se trata de una lucha por el alma de Nueva York, una lucha que no podemos darnos el lujo de perder.
No permitiremos —ni podemos permitir— que esto quebrante el espíritu del pueblo judío.
Lloraremos. Haremos duelo. Nos sostendremos mutuamente. Pero también nos levantaremos. Combatiremos el mal, ya sea en Gaza o encarnado en políticos que intentan introducir ese mal en los pasillos del poder municipal. Nunca guardaremos silencio ante quienes celebran la muerte de judíos y la encubren con un discurso ideológico.
Durante dos mil años, hemos resistido. Hemos sobrevivido a inquisiciones, pogromos, genocidios y guerras. Estamos más fuertes que nunca. Nos mantendremos en pie no por olvidar, sino por recordar. Recordamos quiénes somos. Reconocemos el precio de nuestra supervivencia. Y recordamos a nuestros héroes.
Avraham Azoulay fue uno de ellos. Se convirtió en el soldado número 31 del Consejo Regional de Samaria en caer durante esta guerra, al entregar su vida por la nación y por la tierra mientras hacía lo que amaba: construir Israel.
Que su memoria sea bendición.
Que su esposa, Ruth, y toda su familia encuentren consuelo entre los dolientes de Sion y de Jerusalén.
Que llegue pronto el día en que las espadas se transformen en arados, los secuestrados regresen a casa y la paz reine en Jerusalén y en el mundo entero.
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