El proceso en La Haya contra el Estado de Israel por la guerra “Espadas de Hierro” revela, más que aspectos sobre Israel, un panorama desolador sobre la moralidad de una Europa autoconsiderada ilustrada y culta.
Esta situación no solo facilita que Hamás, una organización terrorista respaldada por Irán, se valga de su plataforma, sino que muestra a Europa como un actor activo en esta representación, repitiendo patrones del pasado.
Esta tendencia no es exclusiva de Europa; se ha manifestado también en universidades estadounidenses. Hemos sido testigos de cómo rectores universitarios se han negado a condenar abiertamente los ataques terroristas de Hamás durante Simjat Torá. Esta realidad ya no puede ser ignorada.
Este es el sombrío panorama ético y moral del llamado mundo occidental avanzado: una alianza tácita con el terrorismo más abyecto, manifestada en silencios cómplices y, en ocasiones, en acciones concretas. La moralidad humana se desmorona ante nuestros ojos incrédulos, pero no por ello deja de ser una realidad palpable.
Si los sucesos de Simjat Torá no impulsan al mundo occidental a alinearse con nosotros de forma integral en la lucha contra Hamás y sus simpatizantes, entonces, desafortunadamente, este mundo perderá toda legitimidad moral y ética para liderar a nivel global.
Por otro lado, asistimos al vigoroso despertar del pueblo de Israel en su lucha entre el bien y el mal; una batalla librada con valentía y fortaleza, dispuestos incluso a entregar el alma por la causa de la justicia y la vida.
La conmoción vivida en Simjat Torá ha desatado en nosotros una renovada fe en la victoria del bien sobre el mal. Una luz resplandeciente emerge de las almas de los combatientes y de sus familias, iluminando con su fulgor.
Más aún, hemos redescubierto nuestra identidad como pueblo de Israel a través, lamentablemente, de las palabras de madres y viudas en duelo, de padres de secuestrados en Gaza y de cada ciudadano de Israel.
Nos definimos como un pueblo que ama fervientemente la vida y la moralidad, que rechaza el mal en lo más profundo de su ser; un pueblo de confianza en Dios, quien creó el mundo para el bien; un pueblo que cree en la eternidad de Israel, inquebrantable, que no busca consuelo, pues su dolor no es humano; un pueblo fiel a su camino, largo y arduo, pero dispuesto a luchar con valentía por él.
Esta luz que nos impulsa está creciendo en nuestro interior. Abre los ojos de los ciegos y fortalece a los débiles. Surge de las palabras y miradas de soldados heridos que nos alientan a nosotros y a sus compañeros.
Parece que esta luz es la única esperanza para salvar a Europa y al Occidente, sumergidos en materialismo y maldad, incapaces de condenarla con firmeza y que le otorgan un escenario en la arena legal internacional. No nos confundirán más, no nos dictarán lecciones de moralidad.
Con la ayuda de Dios, el bien, la verdad, la confianza y la luz que ahora emanan de nosotros, iluminarán a todas las naciones. Y así, “una nueva luz brillará sobre Sion y pronto todos mereceremos su resplandor”.