Israel se halla en una lucha por su supervivencia, enfrentándose no solo a un consorcio de enemigos dirigidos por Irán, sedientos de su aniquilación, sino también, sorprendentemente, a la hostilidad de su aliado más crucial: Estados Unidos.
Esta semana presenciamos la llegada del secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, a suelo israelí, con una agenda que pretendía forzar a Israel hacia un cese al fuego en Gaza. Su petición de un encuentro exclusivo con Herzi Halevi, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel, desembocó en una situación tensa cuando, en lugar de ello, Blinken se encontró frente al gabinete de guerra. La paciencia de Blinken se evaporó al escuchar que la guerra se prolongaría por meses, dada la magnitud de la infraestructura militar subterránea de Hamás, lo que evidenció una firme resolución israelí de no someterse a los designios genocidas de Hamás.
La reacción de Blinken no se hizo esperar. Aunque en presencia del presidente israelí, Isaac Herzog, formuló comentarios que reconocían los esfuerzos de Israel por salvaguardar a los civiles y facilitar ayuda humanitaria, cambió drásticamente de tono en una conferencia de prensa posterior. Allí, lanzó acusaciones que replicaban la demonización de Israel a nivel mundial, marcando un distanciamiento crítico en la relación entre Estados Unidos e Israel.
Blinken, en un tono que resonó con severidad, criticó las operaciones militares de Israel, declarando que el “costo diario en vidas de civiles inocentes” era inaceptablemente alto. Exhortó a Israel a “intensificar sus esfuerzos para proteger a los civiles” y señaló que, a pesar de la deshumanización sufrida por los israelíes, “esto no justifica la deshumanización de otros”. Subrayó que la gran mayoría de los habitantes de Gaza no participaron en los ataques del 7 de octubre.
Esta declaración es espantosamente malintencionada. Considerando que la tasa de bajas civiles en Gaza, significativamente más baja que la registrada en conflictos liderados por Estados Unidos en Irak y Afganistán, se pregunta uno bajo qué lógica se califica el número de víctimas civiles en Gaza como “demasiado alto”.
Israel se distingue por sus esfuerzos sin precedentes para evitar bajas civiles enemigas durante el conflicto, superando a cualquier otra nación en este aspecto. Informes de soldados de las FDI y rehenes liberados indican que una vasta mayoría de civiles en Gaza respaldó, e incluso participó en, las atrocidades de Hamás, con algunos implicados en el abuso y maltrato de israelíes secuestrados.
Por su parte, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha prohibido la entrada a EE. UU. de cuatro israelíes residentes en Judea y Samaria, acusados de actos violentos contra palestinos. Esta orden, que califica la “violencia de los colonos y el desplazamiento forzoso como amenazas graves para la paz en la región”, ignora la violencia diaria que enfrentan estos judíos, incluidos ataques que resultan en asesinatos o lesiones graves por parte de palestinos.
Esta difamación es inadmisible. Si bien se reconoce la existencia de reacciones violentas no homicidas por parte de un pequeño número de judíos en Judea y Samaria, la inmensa mayoría de los israelíes en estos territorios viven pacíficamente. La orden ejecutiva omite los frecuentes ataques homicidas palestinos contra estos judíos.
La orden ejecutiva emitida por el presidente Biden es innecesaria, un flagrante desaire a la justicia israelí, y una muestra de hostilidad y rencor sin justificación alguna. Esta medida, junto con las declaraciones de Blinken, solo sirve para avivar el ya ardiente fuego del odio y la calumnia contra los judíos, un fenómeno que ahora devora a Estados Unidos y al mundo occidental con una ferocidad deshumanizadora.
A pesar de esto, no se puede negar que el apoyo militar de Estados Unidos ha sido un pilar para el esfuerzo de guerra de Israel. Entonces, nos enfrentamos a un enigma: ¿cómo reconciliar esta contradicción aparente?
Un elemento clave en este rompecabezas es la cercanía de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y la creciente presión sobre Biden por parte de sectores pro palestinos, quienes lo acusan de contribuir al “genocidio” israelí. Más alarmante aún es el intento de la administración Biden de aplacar las tensiones en Oriente Medio para retomar su estrategia de conciliación hacia Irán.
Lo verdaderamente escandaloso es la postura de la administración Biden, que, en lugar de reconocer a Irán como una amenaza letal no solo para Israel sino también para Estados Unidos y el mundo civilizado, lo considera un activo a proteger.
Esto es evidente en la respuesta tibia de Estados Unidos frente a los repetidos ataques patrocinados por Irán contra sus instalaciones en los últimos cuatro meses. Un ejemplo de esta debilidad fue el ataque con drones por parte de aliados iraníes en Jordania, que resultó en la muerte de tres militares estadounidenses y más de 40 heridos. Las represalias de Estados Unidos han sido, en su mayoría, simbólicas, limitándose a ataques contra campamentos vacíos y acompañadas de advertencias que aseguran una mínima efectividad.
No es de extrañar, entonces, que esta semana, incluso después de una tercera oleada de ataques de represalia, buques británicos y estadounidenses hayan sido nuevamente atacados por los hutíes de Yemen, respaldados por Irán.
Aunque Estados Unidos realizó un ataque que eliminó a un alto mando de la milicia implicada en el ataque en Jordania, la disuasión efectiva contra Irán requiere acciones directas contra sus propios activos, como atacar una refinería de petróleo o buques iraníes. No obstante, desde Washington se proclama abiertamente que Irán está fuera de mira como objetivo.
La administración Biden ahora aspira a revivir el acuerdo nuclear de 2015, un pacto profundamente deficiente que, de haberse mantenido, habría legitimado un arsenal nuclear iraní en pocos años, al tiempo que habría inyectado miles de millones de dólares en el arsenal bélico de Teherán mediante el levantamiento de sanciones.
Estados Unidos se aferra a la esperanza de que un acuerdo renovado reintegrará a Irán en la comunidad internacional. Sin embargo, lejos de aislar a Teherán, este enfoque solo incrementaría su poder, replicando los errores catastróficos cometidos por las administraciones de Obama y Biden.
¿Cómo se puede justificar entonces una política tan evidentemente irracional?
Dentro de la administración Biden, algunos abrazan la ilusión liberal de que todos los conflictos pueden resolverse a través del diálogo y el acuerdo mutuo, impulsados por un interés propio universal. Otros muestran una hostilidad visceral hacia Israel. Aún más preocupante es que algunos han tenido lazos con Irán.
Informes de Semafor e Iran International, basados en correos electrónicos filtrados, revelaron que la administración Obama estaba infiltrada por Irán. Tres asistentes de Robert Malley, figura clave en la política hacia Irán bajo Obama y Biden, fueron identificados como parte de una red de influencia iraní. Malley fue destituido en junio pasado por un manejo indebido de material clasificado.
La filtración también expuso que más de diez analistas en think tanks occidentales, incluidos empleados del influyente International Crisis Group, estaban conectados con una red de influencia dirigida por Teherán denominada Iniciativa de Expertos sobre Irán.
Recientemente, se informó que durante la administración Obama, el Crisis Group estableció una alianza secreta con Irán, utilizada para influir en las negociaciones del acuerdo nuclear de 2015.
Malley, quien fundó el Programa de Oriente Medio y Norte de África de Crisis Group en 2002 y más tarde se convirtió en su presidente y director ejecutivo, utilizó esta plataforma para comunicarse con funcionarios iraníes, incluso durante su tiempo en el Consejo de Seguridad Nacional bajo Obama.
Los documentos filtrados también muestran que, al regresar al gobierno en 2021, Malley facilitó la inserción de Ariane Tabatabai, vinculada a la red iraní, en el Departamento de Estado de EE. UU., y posteriormente en el Pentágono, donde supervisa la recuperación de rehenes.
Las protestas anti-Israel contra Biden dan una falsa impresión de apoyo a Israel por parte de su administración. Es crucial que los líderes judíos en Estados Unidos aclaren que la política de “Genocide Joe” está incrementando el riesgo para Estados Unidos y Occidente, favoreciendo a aquellos que buscan el genocidio de los judíos.