El jefe del poder judicial de Irán, Gholamhossein Mohseni Ejei, ha exigido que se dicten sentencias con mayor celeridad en los casos de espionaje que impliquen presuntos vínculos con Israel. Afirmó que estos casos “no requieren una investigación exhaustiva” y deben avanzar con rapidez hacia la condena. Añadió que, cuando los hechos son evidentes, no existe justificación alguna para demoras judiciales.
Esta instrucción se produce mientras el Parlamento iraní aprobó una reforma legal que incrementa de forma drástica las penas por espionaje. El Consejo Supremo de Seguridad Nacional asumirá la responsabilidad de identificar a los gobiernos y grupos hostiles, mientras que el Ministerio de Inteligencia definirá las llamadas “redes subversivas”. En la práctica, la categoría de “gobiernos hostiles” alude, ante todo, a Israel y Estados Unidos, enemigos históricos de la República Islámica.
Israel, mediante una estrategia multinivel y multidimensional, neutralizó a los principales comandantes de los organismos de inteligencia y espionaje de Irán —incluidos el CGRI, la Fuerza Quds, el Basij, la Inteligencia Policial y otras fuerzas armadas del régimen islámico—, desmantelando de forma efectiva el núcleo de la capacidad de Teherán para reprimir y contrarrestar amenazas tanto internas como externas. Las operaciones israelíes, sustentadas en una superioridad tanto en inteligencia como en capacidad operativa, equivalieron a un ataque de decapitación: eliminaron de manera simultánea a altos funcionarios y paralizaron el aparato de seguridad e inteligencia del régimen.
Desde una perspectiva de inteligencia, se trató de un golpe directo al centro de mando encargado de la toma de decisiones operativas, lo que interrumpió la capacidad del régimen para gestionar crisis internas. Las muertes de figuras clave en el ámbito de la seguridad e inteligencia del régimen clerical chií han generado desconfianza y desorganización dentro de sus redes de espionaje, y provocaron un fuerte impacto psicológico en toda la estructura de poder, hoy humillada y herida.
La destrucción de la mayoría de las infraestructuras militares, misilísticas, de drones, de defensa antiaérea y de otros activos estratégicos durante los ataques israelíes ha supuesto una reducción significativa en las capacidades disuasorias de la República Islámica. Esto evidencia la profunda vulnerabilidad del régimen en materia de seguridad dura: sin defensa militar y sin una integridad estructural en su aparato de seguridad.
Sin embargo, los hechos no se detienen allí. Informes apuntan a que el Mossad ejecutó operaciones de espionaje, inteligencia y acción militar de forma sincronizada y con objetivos precisos en las 25 provincias de Irán. Desde el análisis de seguridad, esto implica de forma contundente la colaboración de actores locales, lo que destruye el mito de la estabilidad del régimen. La imagen de poder que la República Islámica sostenía de forma artificial se ha venido abajo; su pretendido dominio en materia de seguridad ha colapsado, y sus cuerpos de contrainteligencia y operaciones han quedado inoperantes en la práctica.
El ataque del Mossad contra los sistemas de mando e infraestructura de almacenamiento de datos del régimen expuso cuán débil y vulnerable es en realidad esta teocracia, y ha abierto el camino para su colapso acelerado. Al carecer ahora de capacidades de seguridad e inteligencia, el régimen enfrenta amenazas existenciales de origen interno. Aunque ha respondido con agresividad, la historia demuestra que son precisamente este tipo de reacciones las que evidencian la fragilidad del poder que pretende sostenerse.
Existen sólidos indicios de cooperación entre el Mossad y la CIA en estas operaciones. No importa cuántos comunicados oficiales emita el aparato propagandístico de Teherán asegurando haber infligido golpes contundentes a la CIA y al Mossad; se trata, sin excepción, de consignas vacías y bravatas sin sustancia.
Los informes confirman ahora una oleada de arrestos en todo Irán. El régimen, herido, alarmado y al frente de un país fracturado y en bancarrota, ha recurrido al incremento de las alertas de seguridad, ha reforzado las patrullas urbanas, los puntos de control y las detenciones masivas. Pero el verdadero temor del régimen no es la red de espionaje israelí, sino la resistencia interna en expansión y el riesgo real de un estallido social urbano que puede activarse en cualquier momento. Por esta razón, los lobos sedientos de sangre de esta dictadura islámica buscan vengarse del pueblo iraní, digno y paciente, por tres motivos fundamentales:
Primero, el miedo a una insurrección interna. Con su estructura militar e inteligencia aniquilada, el régimen teme que el vacío de poder desemboque en protestas populares de gran escala. Está tratando de impedirlo mediante una represión preventiva y la propagación del miedo y la desesperanza, con el objetivo de evitar una explosión social.
Segundo, la reconstrucción de su aparato de seguridad mediante la fabricación de culpables. El régimen ha reactivado tácticas clásicas al acusar de espionaje a ciudadanos inocentes, una estrategia que remite a las purgas estalinistas o a las acusaciones contra el Partido Tudeh en la historia contemporánea de Irán. Este patrón es característico de regímenes en colapso que intentan reconstruir sus mecanismos internos, aunque los estudios de inteligencia y seguridad indican que tal esfuerzo resulta inútil.
Tercero, el envío de un mensaje disuasorio a la sociedad civil y a las élites. Estos juicios espectáculo, absurdos y falsificados, buscan lanzar una advertencia clara a la sociedad civil, los intelectuales e incluso a la propia base inestable del régimen: cualquier vínculo con Israel, o incluso el simple silencio, acarreará consecuencias severas.
Conclusión estratégica
Estas detenciones, ejecutadas tras una derrota militar, confirman que el régimen reconoce el riesgo inminente de colapso. Sin recursos militares, de inteligencia ni de seguridad, la República Islámica ha abandonado toda noción de defensa exterior y ha pasado a un modo de supervivencia interna. Esta etapa se conoce en la literatura de seguridad como la fase final de represión: el conjunto de acciones desesperadas propias de un régimen al borde de la disolución.
Desde este momento, el pueblo iraní merece una felicitación. El régimen ya no gobierna, apenas sobrevive. Sabe que ha surgido una fuerza dinámica dentro de la sociedad, una fuerza que avanza con autonomía y ha comenzado a trazar su propio camino. Un ajuste de cuentas interno se aproxima con rapidez, y la crisis está empujando al sistema hacia su fase terminal.
El comportamiento salvaje del régimen remite al de la Rusia zarista o soviética, y no logrará salvar al llamado “Islam puro de Mahoma”; por el contrario, terminará por sepultarlo en el cementerio de la historia. La figura de cartón de Jameneí —quien en algún momento se autoproclamó “líder de los musulmanes del sistema solar y más allá”— no es hoy más que un decorado vacío de una dictadura en agonía. El tirano de Teherán, como una rata de alcantarilla, permanece escondido en un sótano, humillado, desacreditado y a la espera de recibir la noticia de su propia muerte.
Erfan Fard es analista en contraterrorismo e investigador en estudios sobre Medio Oriente, con sede en Washington. Su especialidad abarca Irán, el terrorismo islamista y los conflictos étnicos en la región.