La conclusión de la “Operación León Naciente”, en hebreo Am K’Lavi, plantea a Israel nuevas oportunidades junto con desafíos formidables. El ataque focalizado contra Irán representó un logro sin precedentes en los ámbitos militar y de inteligencia, al eliminar temporalmente una doble amenaza existencial contra la seguridad de los ciudadanos israelíes.
Sin embargo, más allá de la comprensible sensación de satisfacción, la transición hacia un alto el fuego con Irán coloca a Israel en un entorno estratégico más complejo que en cualquier otro momento anterior. Entre los desafíos principales se encuentra la necesidad de establecer e implementar un mecanismo eficaz de supervisión que permita monitorear las acciones de Irán, gestionar frentes paralelos y mantener una coordinación estrecha y permanente con Estados Unidos.
La operación en Irán se ejecutó con valentía y precisión. Se alcanzaron los objetivos definidos por el gabinete de guerra israelí: se infligieron daños significativos al programa nuclear iraní, lo que implicó un retroceso en su avance y la imposición de obstáculos considerables para su recuperación; se alteraron de forma severa el sistema de misiles balísticos de Teherán y sus capacidades de lanzamiento; y se neutralizó a figuras clave del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y de las estructuras del mando militar iraní. Con ello, se transmitió un mensaje inequívoco, en consonancia con el espíritu de la “Doctrina Begin”: Israel no tolerará una realidad en la que sus enemigos desarrollen capacidades que representen una amenaza existencial para su supervivencia.
No obstante, la campaña dista mucho de haber concluido. Mientras el régimen actual permanezca en el poder, su represalia será solo cuestión de tiempo. Es probable que Teherán active su “generador de emergencia” y cruce umbrales que antes había evitado transgredir. Esto podría traducirse en intentos de atacar a altos mandos militares israelíes, figuras políticas o blancos civiles, tanto dentro de Israel como en el extranjero. La siguiente fase de esta confrontación debe centrarse en el establecimiento de mecanismos sólidos de fiscalización, para impedir que Irán reconstruya sus capacidades, sostener la disuasión e impedir que Israel vuelva a enfrentarse a una amenaza existencial. Dichos mecanismos deben, además, permitir anticipar amenazas emergentes contra la seguridad de Israel, así como contra intereses judíos e israelíes a escala mundial.
Hoy más que nunca, se requiere una cooperación extraordinaria entre la dirigencia política y militar de Israel, en especial para replicar el notable éxito alcanzado frente a Irán en la Franja de Gaza. A pesar de los avances sustantivos logrados al debilitar la infraestructura militar de Hamás, reducir su capacidad de gobernanza y aumentar el control israelí sobre el flujo de ayuda humanitaria, Hamás aún no ha sido desmantelado como entidad gobernante. Muchos de sus túneles continúan operativos, y los rehenes que sigue reteniendo le otorgan una herramienta de presión vital para su supervivencia y eventual recuperación. Hamás tampoco ha mostrado reparos en sabotear el mecanismo de ayuda estadounidense, como lo demuestra el caso de la Fundación Humanitaria para Gaza, incluso al disparar contra gazatíes que se encontraban cerca de los puntos de distribución de la asistencia.
En este contexto, la administración Trump trabaja en favor de un acuerdo de alto el fuego y la liberación de los rehenes, ya sea como parte de un entendimiento más amplio o como base para ello. Alcanzar un acuerdo de ese alcance podría favorecer intereses estratégicos clave para Israel, como la normalización de relaciones con Arabia Saudita, Indonesia y otros posibles socios, así como la concertación de disposiciones de seguridad con Siria y Líbano. Esto abriría la puerta a una cooperación regional en ámbitos como energía, agua, agricultura y protección medioambiental, con miras a una nueva arquitectura regional en la que Israel asuma un papel central, capaz de aportar seguridad y prosperidad al conjunto de la región.
No obstante, si se impusiera un alto el fuego sobre Israel mientras Hamás continúa ejerciendo soberanía efectiva en Gaza, Israel volvería a afrontar amenazas procedentes de la Franja y de otros frentes alineados con el “eje de resistencia”, los cuales interpretarían esa situación como una victoria definitiva de Hamás y una validación del modelo de resistencia.
La implicación práctica para Israel radica en mantener un firme apego a los principios del plan “Carro de Guerra de Gedeón”, que contempla la conquista total de la Franja de Gaza y el establecimiento de una administración militar temporal. Esta administración debe impedir cualquier posibilidad de recuperación por parte de Hamás y asegurar el control sobre la distribución de la ayuda humanitaria.
El objetivo de dicha administración militar consiste en cortar los vínculos de Hamás con la población civil, que constituye la base de su poder, al controlar el suministro de asistencia. Además, debe propiciar las condiciones necesarias para la formación de una administración civil palestina, respaldada por una fuerza multinacional árabe y por el inicio de un proceso estructurado de reconstrucción en la Franja de Gaza.
Israel, mediante la unidad y la coordinación estrecha entre su liderazgo político y militar, debe encontrar un equilibrio preciso entre sus intereses estratégicos más apremiantes y las expectativas de la administración Trump. Debe actuar con flexibilidad creativa, sin ceder en su objetivo supremo: la derrota definitiva de Hamás en Gaza. Este objetivo no debe sacrificarse en aras de la integración regional, por atractiva que resulte la visión estadounidense.
Este artículo se basa en un documento de política pública elaborado por el Instituto Misgav.