Fundadas en un idealismo casi infantil, las Naciones Unidas se erigieron sobre la utopía de que, reuniendo a todas las naciones alrededor de una mesa redonda, sería factible disolver cualquier discordia mundial con mera diplomacia. Esta ingenua concepción ha llevado a equiparar en derechos a los Estados democráticos y liberales con aquellos bajo regímenes dictatoriales. Desde su majestuoso edificio en Nueva York, enemigos declarados de la libertad han vertido y siguen vertiendo su retórica envenenada y falacias.
El atroz episodio del 7 de octubre desnudó, una vez más, la fachada envenenada de la ONU y su maquinaria. Si un ser de otro mundo aterrizase en este emblemático edificio, no le cabría duda alguna de que, para la ONU, Israel es el origen de todos los males terrenales. Este periódico ya ha dedicado incontables líneas a la toxicidad que emana de la ONU y sus filiales, y no es mi intención reiterar aquí ese cúmulo de mentiras y hostilidades contra Israel, ni los atropellos perpetrados bajo el estandarte de las Naciones Unidas, sino más bien instar a un cambio radical.
La relación de Israel con la ONU ha oscilado históricamente entre la negligencia y la súplica desesperada: o bien adoptamos una postura de desolada resignación o imploramos condenas. Es hora de que Israel reformule su estrategia ante la ONU. Hoy, el Estado de Israel casi se humilla ante este conglomerado de matones, suplicando condenas por las masacres y las violaciones, recibiendo a cambio una actitud condescendiente y respuestas tibias. Israel sufre un bombardeo incesante de condenas, burlas, humillaciones y falsedades. La ponzoña que se destila desde el edificio de la ONU solo sirve para fortalecer a nuestros adversarios, ante quienes nos postramos suplicando.
Israel debe transitar de la defensiva a la ofensiva. Las distintas organizaciones de la ONU han traicionado su mandato y, lo que es peor, participan activamente en el hostigamiento contra Israel.
La UNRWA, paradigma del fracaso y la perversión de ideales, se erige como una agencia de refugiados que, en lugar de prestar auxilio, se ha convertido en un nido de propaganda, terrorismo y arsenales bélicos. La abrumadora presencia de terroristas y matones en sus filas desacredita cualquier pretensión humanitaria. La UNRWA, por su parte, no hace más que perpetuar la dependencia de los residentes árabes, debilitándolos frente a los elementos terroristas.
La respuesta de Israel no puede ser más que inmediata y contundente: revocar el mandato de la UNRWA, expulsar a sus trabajadores y desmantelar sus instalaciones sin demora. En el escenario internacional, Israel debe liderar el llamado para eliminar el presupuesto de la UNRWA y, en alianza con países afines, debería considerar la declaración de esta organización como ente terrorista.
La existencia de la UNRWA es tan insostenible como la de Hamás. Israel no puede coexistir en paz con una entidad empeñada en su destrucción, perpetuando la figura del refugiado y brindando cobijo a terroristas.
Pero la UNRWA no es el único cáncer que debe ser erradicado. Desde 1948, el ONUVT, apoltronado en Armon Hanatziv, se ha dedicado a una “supervisión” teatral del alto el fuego post-Guerra de Independencia. Durante más de 75 años, esta entidad ha jugado a ser guardián en nuestra capital, sin lograr prevenir el menor atisbo de violencia islamista. Con un presupuesto de 70 millones de dólares y un generoso terreno en Jerusalén, su fracaso es evidente. Israel debe reclamar Armon Hanatziv y sus alrededores, expulsando a estos inútiles “inspectores”. Israel, como Estado soberano, no requiere de vigilantes extranjeros.
Asimismo, Israel debe aplicar sanciones personales y expulsar a aquellos miembros de alto rango de la organización que niegan las masacres. Thor Wenslan, el representante del secretario general de la ONU con el altisonante título de “Coordinador Especial para el Proceso de Paz en Oriente Medio”, se ha mostrado reiteradamente horrorizado ante la legítima defensa de Israel. Es hora de que sea expulsado y declarado persona non grata en nuestro territorio.