“Um-Shmum”, una expresión de desdén acuñada por David Ben-Gurion en los años 50, reflejaba su desprecio hacia la ONU en relación con la constante amenaza de Gaza. En esa época, Gaza ya era un caldo de cultivo para el terrorismo, con los fedayines y, en la actualidad, Hamás. Estos grupos en Gaza han persistido en su misión de planificar y ejecutar ataques contra los judíos.
Ben-Gurion, fungiendo como ministro de Defensa, abogaba por ocupar Gaza, entonces bajo control egipcio, para aniquilar el terrorismo. Esta propuesta resuena hoy con una dolorosa familiaridad. Gaza sigue siendo ese perpetuo hervidero de terror, y el mundo, en su mayor parte, sigue indiferente. Ben-Gurion declaró en aquel entonces que la audacia de los judíos, y no la ONU, fue la que estableció el Estado de Israel.
Hoy día, la ONU sigue desviando su misión histórica de promover la paz, los derechos humanos, la seguridad y el desarrollo. Se ha convertido en un escudo para Hamás, lanzando flechas venenosas contra Israel. António Guterres, secretario general de la ONU, dejó claro su posicionamiento desde el inicio de su mandato, señalando que los ataques de Hamás no ocurrieron en un vacío.
Esta postura permea todas las facetas de la ONU. Un ejemplo es la UNRWA, la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina. Esta organización, irónicamente alimentada por Israel a lo largo de los años, no solo perpetúa la narrativa falsa de los “refugiados palestinos”, sino que también se ha convertido en un vivero de terrorismo. Los empleados de la UNRWA, pagados por la ONU, fomentan el terrorismo y ocultan armamento de Hamás en sus escuelas y refugios.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), en un acto de complicidad flagrante, ha ignorado durante años la construcción de infraestructuras terroristas en y bajo los hospitales de Gaza. Ha negado la presencia de terroristas de Hamás en el Hospital de Shifa y, en un giro predecible, condenó a Israel calificando su acción de “completamente inaceptable”.
Pero surge la pregunta: ¿qué se considera aceptable en este contexto? ¿Quién es responsable de la muerte de Noa Marciano en el hospital? ¿Quién utilizó estas instalaciones como escondite para secuestrados, sabiendo que el ejército israelí se abstendría de atacar? ¿Quién desvió recursos destinados a los enfermos para construir una red de terror? En estas circunstancias, la OMS parece desvanecerse en la irrelevancia.
Tampoco debemos pasar por alto el silencio retumbante de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para la Mujer sobre los crímenes sexuales cometidos por los asesinos de Hamás. Igualmente, UNICEF, que defiende los derechos de los niños, ha mostrado una parcialidad alarmante; su director ejecutivo se negó a visitar Israel, prefirió visitar Gaza y publicar un post claramente antisemita.
En esta situación, Israel tiene diversas opciones para responder a la actuación de los organismos de la ONU en su territorio. No es necesario abandonar la ONU para manifestar su protesta. Entre la inacción y la ruptura total, hay un espectro de acciones que un Estado soberano puede emprender. Por ejemplo, exigir que las instituciones de la ONU en Israel paguen impuestos municipales y otras deudas, lo cual actualmente no hacen.
Otra medida posible es actuar a través de las autoridades competentes para no prorrogar el mandato de las diversas organizaciones de la ONU en Israel. Un paso adicional podría ser retrasar la deportación de los empleados de las agencias de la ONU a través de la no renovación de visados o, en un enfoque más directo, la deportación activa mediante la cancelación inmediata de visados.