Al cumplirse el plazo de 60 días del acuerdo de tregua entre Israel y Líbano, y acercándose una nueva fecha límite para el retiro de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) del sur del Líbano, persisten interrogantes cruciales y se vislumbran desafíos importantes.
El acuerdo de alto al fuego firmado por Israel es intrínsecamente asimétrico. Según sus términos, Israel está obligado a retirarse en un plazo de 60 días (hasta el 26 de enero), mientras que las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL) solo deben comenzar a implementar la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, una directiva de 18 años que nunca ha sido plenamente aplicada.
Este desequilibrio plantea preocupaciones críticas: Israel enfrenta una fecha límite concreta, mientras que las obligaciones de Líbano permanecen vagas, sin indicadores públicos claros sobre el desarme ni mecanismos de control contra Hezbolá.
Históricamente, la Resolución 1701 ha sido una promesa vacía.
Dicha resolución exige el desarme de actores ilegítimos al sur del río Litani. Sin embargo, Hezbolá no solo ha conservado su arsenal, sino que lo ha expandido desde 2006, año en que se aprobó la resolución para poner fin a la Segunda Guerra del Líbano. A pesar de algunos despliegues esporádicos, las FAL no han demostrado ni la capacidad ni la voluntad de hacer cumplir la resolución de manera efectiva.
La reciente incautación de cohetes antiguos y mal mantenidos, supuestamente confiscados por las FAL, es un ejemplo de este fracaso. Estas acciones están lejos de la aplicación rigurosa necesaria para desmantelar la infraestructura militar de Hezbolá en el sur del Líbano y evitar su reentrenamiento. Una revisión de las armas avanzadas extraídas por las FDI de los complejos de Hezbolá en la región, así como la gran cantidad de armamento involucrado, confirma este punto.
Las FAL han redeployado tropas al sur del río Litani, conforme a la Resolución 1701. Aunque este despliegue se ha publicitado, resulta insuficiente. La verdadera aplicación de la resolución requiere el retiro del armamento de Hezbolá de hogares civiles y fortalezas, su traslado a ubicaciones seguras y una supervisión transparente. Lamentablemente, el historial de las FAL incluye casos en los que se han devuelto armas confiscadas a Hezbolá.
Además, la ofensiva terrestre de las FDI se limitó a unos pocos kilómetros dentro del sur del Líbano; más allá de esta área, siguen existiendo importantes capacidades militares de Hezbolá. La experiencia reciente ha demostrado que los ataques aéreos no son suficientes para desmantelar los depósitos de armas ocultos.
La disfunción política más amplia de Líbano agrava los retos para aplicar el acuerdo de alto al fuego. El recién nombrado primer ministro, Nawaf Salam, enfrenta la monumental tarea de formar un gobierno. La composición de este gobierno determinará si la influencia de Hezbolá se expande o se reduce. Mientras el actual gobierno provisional siga en funciones, Hezbolá mantendrá control sobre importantes carteras gubernamentales, como obras públicas, lo que le da acceso a infraestructura clave, pasos fronterizos y el aeropuerto internacional Hariri de Beirut.
La nueva administración deberá decidir si confronta o acomoda el poder de Hezbolá, una decisión con profundas implicaciones para el futuro de Líbano. Como parte del gobierno, Hezbolá utilizará su influencia para impedir cualquier intento de desarme.
El meollo de la crisis libanesa radica en la relación fundamental entre el estado y Hezbolá. A diferencia de la mayoría de las naciones, Líbano no ha designado a Hezbolá como una organización terrorista. Esto permite que el grupo, respaldado por Irán, opere con total impunidad, participando en el gobierno mientras mantiene una estructura militar y civil paralela. Mientras esta dualidad persista, Beirut no podrá alcanzar una soberanía ni estabilidad reales.
Sin una confrontación directa con el papel de Hezbolá como «estado dentro del estado», cualquier esfuerzo para desarmarlo será ineficaz. A pesar de los golpes sufridos, Hezbolá sigue comprometido con la reconstrucción de su base civil y social, preservando su posición privilegiada.
No hacer cumplir el acuerdo de alto al fuego tendrá consecuencias tangibles para las poblaciones de Líbano e Israel. Para los civiles israelíes en el norte, la posibilidad de una reanudación de las hostilidades, en respuesta a futuros esfuerzos de las FDI por controlar la situación, proyecta incertidumbre sobre su vida diaria. Para que la tregua tenga éxito, el gobierno libanés debe actuar con decisión, desarmar a Hezbolá y reafirmar su autoridad, incluyendo el cierre de sus bancos.
Estados Unidos desempeña un papel crucial como mediador y garante del alto al fuego. Deberá decidir cómo responder si el ejército libanés no logra hacer cumplir la tregua, pese a su despliegue en el sur del país. Es imprescindible que exija rendición de cuentas a Líbano, demandando transparencia, avances medibles y plazos claros.
A medida que se acerca la fecha límite para la retirada de las FDI, la incertidumbre se intensifica. ¿Comenzará el LAF a aplicar la resolución de forma significativa? ¿Responderá Hezbolá con ataques si sus actividades son limitadas por las FDI? ¿La comunidad internacional presionará a Líbano para cumplir con sus compromisos?
Para Israel, el dilema es agudo. Retirarse según lo acordado implica dejar parte de la infraestructura de Hezbolá intacta, lo que representa una amenaza constante. Sin embargo, permanecer en el sur del Líbano más allá del plazo podría provocar condenas internacionales y aumentar las tensiones con Hezbolá.
En última instancia, el futuro de Líbano depende de resolver la tensión fundamental entre su condición de estado soberano y la influencia de Hezbolá como un estado paralelo respaldado por Irán. Sin abordar esta causa raíz, cualquier alto al fuego o acuerdo será solo un parche temporal.
Beirut debe elegir entre ser un estado soberano o un anfitrión para un ejército terrorista iraní, y la comunidad internacional debe actuar con firmeza para presionar a Líbano a tomar la decisión correcta.