En los últimos años, he documentado la mala praxis periodística del New York Times, especialmente en lo que respecta a su cobertura sesgada de las hostilidades en Gaza. En ocasiones, el “Grey Lady” recurrió a estadísticas poco confiables proporcionadas por Hamás y las Naciones Unidas, publicó fotografías falsas o incluso difundió mentiras flagrantes.
Sin embargo, el diario ha emprendido recientemente una campaña política y difamatoria contra el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, elegido democráticamente.
Netanyahu no “prolongó la guerra en Gaza” para “sobrevivir y prosperar”, como afirman los periodistas Ronen Bergman y Patrick Kingsley. La acusación resulta absurda, si no directamente calumniosa: sostener que Netanyahu “prosperó” al enviar soldados israelíes al combate y a la muerte, o al dejar a rehenes israelíes expuestos a un prolongado cautiverio, o incluso a la ejecución a manos de Hamás, carece de fundamento.
Los autores del Times formulan una acusación grave al sostener que “Netanyahu ignoró advertencias reiteradas sobre un posible ataque”. Según ellos, ya en julio de 2023, “un alto general [no identificado] entregó a Netanyahu una preocupante evaluación de inteligencia”, según la cual “los enemigos de Israel, incluido Hamás, habían tomado nota de la inestabilidad interna provocada por el plan divisivo de Netanyahu para debilitar al Poder Judicial y estaban preparando un ataque. Netanyahu desestimó esa y otras advertencias.”.
Hamás no “tomó nota” de la agitación provocada por el supuesto plan “divisivo” de Netanyahu en materia judicial. ¿Fue ese el detonante? Es más probable que Hamás respondiera a las protestas estridentes y desproporcionadas de la izquierda privilegiada de Kaplan y a las amenazas de pilotos de élite de la Fuerza Aérea que anunciaron que no acudirían si eran convocados.
Bergman incurre en una duplicidad escandalosa. En diciembre de 2023, escribió: “Funcionarios israelíes obtuvieron el plan de batalla de Hamás para el atentado terrorista del 7 de octubre más de un año antes de que ocurriera, según documentos, correos electrónicos y entrevistas. Pero las autoridades militares y de inteligencia israelíes descartaron el plan, con nombre en código ‘Muro de Jericó’, por considerarlo aspiracional y demasiado complejo para que Hamás lo ejecutara”. (énfasis añadido)
En su informe más reciente, Kingsley y Bergman acusan a Netanyahu de desviar la responsabilidad cuando, minutos después de conocer los ataques terroristas en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023, dijo por teléfono: “No veo nada en los informes de inteligencia”.
Los redactores del Times sostienen que “Netanyahu intentaría prolongar su carrera política culpando a los jefes de seguridad e inteligencia por no haber evitado el ataque”. Sin embargo, al leer a Bergman en noviembre de 2023, es muy probable que fuera el estamento militar el que no logró anticipar el atentado ni informó a tiempo al liderazgo político de Israel.
¿Qué sabían la Dirección de Inteligencia Militar de las FDI, el Servicio general de Seguridad (Shin Bet) y el Mossad? ¿Cuándo lo supieron? ¿Informaron a Netanyahu?
Una percepción unilateral
El Times culpa a Netanyahu de entorpecer las negociaciones para un alto el fuego y de obstaculizar los objetivos que deseaba alcanzar la administración Biden. Los autores parecen incapaces de considerar que el fracaso en lograr un alto el fuego obedeció a la intransigencia de Hamás y al papel provocador de Catar e Irán.
El llamado “Síndrome de Desquiciamiento por Bibi” del New York Times queda en evidencia cuando Kingsley y Bergman omiten uno de los eventos más significativos de la guerra contra Hezbolá e Irán. Escribieron: “casi un año después del inicio de la guerra, una serie de éxitos inesperados en inteligencia permitió a Israel eliminar a varios altos mandos de Hezbolá”. ¿Beep? ¿Beep? De ese modo, ignoraron el audaz ataque israelí conocido como “Beeper”, que eliminó a miles de combatientes y comandantes de Hezbolá. El plan detallado del Beeper había estado preparado durante años por Israel. La operación se ejecutó por orden directa de Netanyahu, a pesar de la oposición de algunos líderes militares y políticos. La acción merece figurar en los anales de la historia militar, aunque haya sido omitida por el Times.
Kingsley y Bergman afirman que Netanyahu atribuyó de forma repentina “importancia a objetivos militares que anteriormente parecían no interesarle y que, según altos mandos militares, no justificaban el costo”, lo que, según ellos, contribuyó a prolongar la guerra. ¿Cuáles eran esos supuestos objetivos “poco significativos”? Precisamente aquellos que constituyen la obsesión de Joe Biden: la toma de la ciudad sureña de Rafah —donde fue abatido el líder militar de Hamás, Yahya Sinwar— y el control del corredor Filadelfia, en la frontera entre Gaza y Egipto, bajo el cual Hamás había excavado una extensa red de túneles para abastecimiento.
Pese a la oposición de la administración Biden y de algunos altos mandos militares israelíes, ambos objetivos resultaban esenciales para derrotar a Hamás. La decisión de Netanyahu fue totalmente acertada, sin que mediara motivación política alguna.
Posdata del autor
Conocí por primera vez a “Ben Nitay” hacia 1978. Se presentó en mi oficina en Washington D.C. tras saber que yo había investigado ampliamente los vínculos entre la OLP y la Unión Soviética. Acepté su invitación para tomar una breve licencia y reunirme con él en Jerusalén con el fin de planificar la primera conferencia internacional sobre terrorismo, organizada por el Instituto Jonathan, que se celebró en julio de 1979. En 1997, el primer ministro Benjamin Netanyahu me pidió que ejerciera como subjefe de misión en la Embajada de Israel en Washington.
Después de casi cincuenta años de relación con “Ben”, puedo afirmar que su patriotismo hacia Israel es genuino e inquebrantable. Lo guiaron el respeto por su estricto padre, Ben Zion, y el amor por su madre, Tzila. Sí, es un político en todo el sentido del término. Su familia y algunos allegados pueden disfrutar ciertos aspectos del “buen vivir”, pero él no comparte la corrupción moral de anteriores primeros ministros —quienes hoy lo critican con premura— ni de un jefe del Estado Mayor que liquidó sus acciones horas antes de que estallara una guerra.
Sobre el autor: Lenny Ben-David es ex jefe adjunto de personal de la embajada de Israel en Washington y miembro investigador y diplomático del Jerusalem Center.