En 2017, aguardaba la llamada de un amigo desde la Franja de Gaza mediante una videollamada de WhatsApp. Cuando finalmente se concretó, mi amigo Khaled estaba en la sala de estar de Yahya Sinwar, quien aceptó discutir mi propuesta de construir un aeropuerto en Gaza.
En ese momento, yo abogaba por la creación de un aeródromo en Gaza bajo administración internacional y con la aprobación de Israel y las FDI, para resolver la falta de libertad de movimiento de los civiles de la Franja a través de puntos de acceso que no fueran ni egipcios ni israelíes.
Un punto clave de mi planteamiento era que Hamás no participaría en la gestión del aeropuerto, y se tendría que aceptar la presencia de una fuerza internacional que controlaría la seguridad, asegurándose de que no hubiera contrabando ni actividades perjudiciales que favorecieran al grupo terrorista o pusieran en riesgo la seguridad de Israel.
Sinwar me cuestionó sobre las verdaderas motivaciones detrás de mi iniciativa. Deseaba saber por qué me interesaba tanto la aviación como un medio para mejorar la situación de los habitantes de Gaza. Dio una aprobación inicial al proyecto, aunque me advirtió del peligro de que el lugar se convirtiera en un “centro de espionaje” para quienes intentaran debilitar a Hamás y su “resistencia”.
Le aseguré que tanto Israel, como los países árabes y la comunidad internacional, ya cuentan con suficientes medios tecnológicos para vigilar a Hamás, y que un aeropuerto sería uno de los mecanismos menos relevantes para hacerlo. Y eso fue todo.
Al recordar aquella videollamada de 40 minutos, me viene a la mente un hombre que, si bien parecía razonable, estaba sumamente paranoico y no tenía claro qué pensar de mí.
El líder de Hamás, normalmente esquivo, construyó su carrera dentro del grupo islamista al establecer una estructura de contrainteligencia destinada a identificar y eliminar palestinos que colaboraban con Israel proporcionando información sobre terroristas.
Las autoridades israelíes lo encarcelaron por crímenes vinculados a su labor, pero Sinwar fue liberado en 2011 como parte del acuerdo para la liberación del soldado israelí Gilad Shalit, a cambio de cientos de prisioneros palestinos en cárceles israelíes.
El mismo año en que hablé con Sinwar fue el que asumió el liderazgo de Hamás, desplazando a Ismail Haniyeh y comenzando la transformación del grupo terrorista, que eventualmente llevó al ataque contra Israel el 7 de octubre de 2023.
“Abu Ibrahim” permitió que los extremistas de las Brigadas al-Qassam del grupo tomaran protagonismo en la estructura despiadada de Hamás, haciendo que los hombres encargados de las armas, antes ocultos en las sombras, pasaran a ser figuras clave en la toma de decisiones que determinaban el curso de la planificación y las prioridades.
En cierto modo, el 7 de octubre representó el pináculo del ascenso de Sinwar en Hamás, un proceso mediante el cual, junto a Mohammed Deif y otros comandantes militares del grupo terrorista, efectuó un golpe de Estado contra la “dirección del hotel” en Doha, Líbano y Turquía.
El asesinato de Sinwar la semana pasada fue, acertadamente, considerado un punto crucial en la guerra de Israel contra Hamás tras la masacre del 7 de octubre, que él dirigió y orquestó con la intención de desatar un conflicto regional que interfiriera con la posible normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita.
Aunque su eliminación parece haber sido un acto no premeditado, ofrece al gobierno israelí y a todas las partes involucradas una oportunidad que debería ser aprovechada para dar inicio al fin de la guerra en Gaza.
Sin duda, Sinwar activó una serie de planes de contingencia en previsión de su muerte, incluso después de haber sido elegido líder del grupo tras el asesinato de Ismail Haniyeh en Teherán en julio. Hamás ha quedado mayormente fragmentado en células dispersas, carentes de una estructura operativa de mando y control capaz de emitir órdenes e instrucciones claras.
Esta situación abre una oportunidad para persuadir a ciertos mandos intermedios de Hamás a retirarse y considerar un posible alto el fuego, liberación de rehenes y el fin de los combates. Los incentivos para la liberación de rehenes e incluso la compra de armamento de vuelta a Hamás podrían ser más viables que nunca.
Aunque muchos integrantes de Hamás han sido adoctrinados para no rendirse y optar por el suicidio antes que ceder, algunos pueden ser vulnerables a incentivos materiales, especialmente cuando no tienen una vía de escape que les garantice a ellos y a sus familias una salida segura de una guerra perdida.
Más relevante aún, es ahora el momento de introducir gradualmente alternativas internacionales, árabes e incluso palestinas al control de Hamás en Gaza. Esto requeriría un enfoque sobre la crisis humanitaria, junto con una retirada escalonada de las FDI de las zonas designadas como seguras, permitiendo que nuevos actores asuman progresivamente las responsabilidades en materia de seguridad y asistencia humanitaria.
Mientras Israel enfrenta la posibilidad de un conflicto mayor con Irán, sin mencionar la escalada con Hezbolá y el Líbano, poner fin a la guerra en Gaza sería ventajoso para todas las partes. Aunque algunos elementos de Hamás aún tienen acceso a armamento y carecen de directrices claras para retirarse, este es el momento de aprovechar el desorden tras la muerte de Sinwar y fomentar una ruptura interna que podría derivar en la liberación de los rehenes israelíes y la desintegración de los combatientes restantes de Hamás.
Lo más relevante es que ahora es el momento de aprovechar incentivos económicos y otros estímulos para negociar la paz a través de deserciones y acuerdos localizados con los miembros restantes de Hamás, lo que facilitaría la liberación de los rehenes israelíes retenidos en la Franja de Gaza.
Si no se actúa con rapidez y determinación, existe el riesgo de que el asesinato de Sinwar se convierta en un hecho sin consecuencias que no logre debilitar a Hamás ni permita el surgimiento de una alternativa en Gaza, donde los palestinos puedan visualizar un futuro más allá del gobierno de Hamás y su narrativa de resistencia armada.
La conversación que mantuve con Sinwar en 2017 me llevó a temer que, siendo tanto un asesino despiadado como un calculador racional, su crueldad superaría las expectativas de quienes subestimaran sus oscuros planes para una guerra que está transformando Oriente Próximo. Por ello, todas las partes involucradas deben ejercer la máxima presión para que se ponga fin a la guerra en Gaza cuanto antes.