En un Líbano afectado por conflictos pasados, donde las heridas siguen abiertas, la figura de Hassan Nasrallah, secretario general de Hezbolá, vuelve a aparecer en medio de tensiones crecientes.
Sin embargo, esta vez su mensaje no tuvo el mismo impacto de antes. En lugar de discursos apasionados y promesas firmes, llamó la atención una frase en árabe, repetida con regularidad: “Yawash yawash”, que se traduce como “poco a poco”. Esta expresión refleja una estrategia calculada, destinada a calmar los ánimos en un entorno donde la paciencia se ha vuelto escasa.
Nasrallah, conocido por su firmeza y resistencia, parece reconocer un cambio en su audiencia. Los oyentes están agotados, no solo por las promesas incumplidas, sino también por el creciente costo de las acciones de Hezbolá en un país ya debilitado. Cada acción de la milicia intensifica la amenaza de una represalia israelí a gran escala sobre el Líbano. En respuesta, Nasrallah opta por un enfoque de cautela, buscando evitar un estallido inminente.
“Actuar con calma… con paciencia… deliberadamente y con valentía”, decía Nasrallah, como si sus palabras pudieran mitigar las tensiones que él mismo había contribuido a aumentar. “No es como decir «me golpeó, devolvámosle el golpe»… Yawash yawash… Poco a poco”.
Sin embargo, Nasrallah sabe que sus palabras están encontrando menos receptividad. La confianza en su movimiento está disminuyendo y surge una brecha entre sus seguidores que ni su carisma ni su reputación pueden cerrar.
Además, se sospecha que detrás de estas declaraciones están las presiones de Teherán, que exige a Nasrallah que haga más que solo hablar. Las recientes humillaciones, como el ataque al consulado iraní en Damasco y la muerte de altos oficiales del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, han puesto al régimen iraní en una situación delicada, y Nasrallah debe restaurar un prestigio que está en declive.
Así, el líder de Hezbolá se vio obligado a actuar como portavoz de un régimen que valora la paciencia calculada, conocido por su enfoque metódico en la resolución de conflictos, como ilustra el dicho “masacrando con algodón”. Esta misma paciencia fue demostrada por Irán durante años de negociaciones sobre su programa nuclear, logrando concesiones mientras el mundo occidental, con el objetivo de evitar un conflicto mayor, cedía terreno. Sin embargo, al final, esa paciencia no fue suficiente para mantener un acuerdo que muchos consideraban el último obstáculo contra una amenaza nuclear.
En este complejo escenario, la frase “yawash yawash” sirve como un recordatorio de que el verdadero peligro a veces no se encuentra en el ruido, sino en el silencio calculado que precede a la tormenta.
Nasrallah, consciente de las dinámicas de poder que lo rodean, sabe que la respuesta al asesinato de Shukr no depende de él. Esa decisión crucial recae en Teherán, pero incluso Irán está limitado por factores externos. Los intereses de Irán están entrelazados con los de Rusia y China, cuyos intereses y alianzas juegan un papel determinante en la compleja dinámica geopolítica.
Rusia, con su enfoque meticuloso, examina la situación con gran precisión. No tomará ninguna decisión sin evaluar cada posible consecuencia: una gran guerra en Oriente Medio podría arrastrar a Estados Unidos a un nuevo conflicto y alterar la delicada situación en Ucrania. Cada movimiento debe ser calculado y cada decisión debe tener un propósito claro. Una vez que Rusia haya definido su estrategia, persuadirá a Irán para seguir el curso de acción que mejor sirva a los intereses comunes.
China, desde su perspectiva milenaria, observa con la paciencia de quien sabe que el tiempo puede ser su aliado. Pekín evalúa cuidadosamente las posibles repercusiones de un conflicto entre Irán e Israel sobre sus intereses globales y, especialmente, sobre su compleja relación con Estados Unidos. En el amplio tablero de su competencia estratégica, cualquier error de cálculo podría tener consecuencias graves.
En este contexto de intrigas y alianzas inestables, el enfoque de “yawash yawash” adoptado por Nasrallah, con su proceder cauteloso y disimulado, parece una maniobra desesperada. Es un intento de proyectar una cohesión que parece más forzada que genuina, un esfuerzo por apaciguar la creciente frustración entre sus seguidores debido a las derrotas continuas de la milicia.
También busca mantener la ilusión de que existe un temor latente entre los líderes israelíes y estadounidenses, una ansiedad que Nasrallah y sus aliados iraníes esperan o desean que sea real.
Sin embargo, la realidad es que Nasrallah está al tanto de lo que sucede en los niveles más altos. Sabe que su vida está en riesgo, dependiendo no solo de sus propias decisiones, sino también de los implacables cálculos de Israel. Su organización, antes tan cerrada, ha sido vulnerada, y sus altos dirigentes han sido alcanzados por ataques que revelan una profunda infiltración de los servicios de inteligencia enemigos.
Incluso los líderes militares y asesores iraníes bajo su protección han caído en el pasado. Nasrallah es consciente de la posibilidad de convertirse en el próximo objetivo y, aunque su destino dependa de la voluntad de Israel, está preparándose para ese posible desenlace.
Irán, conocido por su paciencia estratégica, ha perfeccionado a lo largo de los siglos el arte de ejercer presión de manera sutil, lo que el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, describe como “masacrar con algodón”. Sin embargo, las circunstancias actuales requieren más que palabras.
El régimen iraní enfrenta una creciente presión tras el asesinato de Ismael Haniyeh, el líder político de Hamás, y la comunidad internacional espera una respuesta. Nasrallah, con su astucia y calculadora, busca desviar la atención de la presión sobre Teherán, enfocando la atención en un posible conflicto con Israel para ganar tiempo mientras evalúa sus opciones.
Nasrallah entiende que una guerra total contra Israel no es una opción viable. Esto se debe a que Hezbolá no actúa por una causa nacional propia, sino que es un actor en el tablero geoestratégico de Irán. Su accionar está dictado por la Guardia Revolucionaria dentro del marco del “eje de la resistencia”, que sirve a los intereses de Teherán y no a los de Beirut.
En su reciente discurso, Nasrallah manifestó claramente su subordinación. No habló como líder de una milicia independiente, sino como un representante de decisiones que no le corresponden. La muerte de Fuad Shukr, uno de sus comandantes, no se convirtió en una oportunidad para decisiones autónomas, sino en una ocasión para reiterar la paciencia y obediencia a la estrategia iraní de “masacrar con algodón”.
Esto no implica que no exista el riesgo de una escalada. Nasrallah puede realizar movimientos, pero no por decisión propia, sino en obediencia a las directrices iraníes. Cada palabra y acción reciente revela su papel como un agente de Teherán, una marioneta en un juego cuyas consecuencias recaen, injustamente, sobre el pueblo libanés.
El Líbano, atrapado en un conflicto ajeno, se encuentra nuevamente al borde del abismo. Los libaneses, que no tienen parte en las luchas de poder entre Irán e Israel, no deberían pagar el precio de una alianza que no han elegido.
La estrategia de “yawash yawash”, ese sutil y manipulador juego de poder, expone cómo Irán y sus representantes dirigen los destinos de la región, dejando a su paso una estela de destrucción y sufrimiento que no responde a una causa nacional legítima.