Fue como quitarse un peso de encima. Cuando la Oficina del primer ministro israelí negó el rumor que se había propagado como un fuego imparable esa mañana, muchos sintieron un alivio que rozaba el júbilo. La noticia aseguraba que el gobierno de Benjamin Netanyahu había aceptado un alto el fuego de tres semanas, a activarse “en las próximas horas”. El supuesto hecho parecía irrefutable, tan cierto como que el sol saldría al día siguiente. Pero resultó ser humo, y humo barato.
La situación, sin embargo, estaba lejos de calmarse. Algunos “expertos” comenzaron a asegurar que Netanyahu había ordenado a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) reducir la intensidad de los ataques contra Hezbolá en Líbano. Una afirmación que incendió la furia de la mayoría de los israelíes, quienes ya vivían bajo la amenaza constante de misiles provenientes de múltiples frentes durante el último año.
Entonces, la Oficina del primer ministro emitió una declaración tajante: “La información sobre el alto el fuego es incorrecta”, dijeron, firmes como un muro. “Se trata de una propuesta franco-estadounidense a la que el primer ministro ni siquiera ha respondido”. Y fueron más allá, desmintiendo con contundencia la alegada reducción de hostilidades en el norte. “Es lo opuesto a la verdad”, aseguraron. “El primer ministro ha ordenado a las FDI que sigan combatiendo con toda su fuerza, según el plan trazado. Los combates en Gaza también continuarán hasta que se hayan logrado todos los objetivos de la guerra”.
Este anuncio llegó mientras Netanyahu se dirigía a Nueva York, con la misión de hablar ante la Asamblea general de la ONU el viernes. La urgencia de la aclaración fue evidente: la tensión había estallado apenas el primer ministro subió al avión oficial, el “Wing of Zion”, el miércoles por la noche. Fue entonces cuando los líderes de Estados Unidos y Francia, en una maniobra que dejó poco espacio a la imaginación, propusieron un alto el fuego, respaldado de inmediato por un coro de naciones: Australia, Canadá, la Unión Europea, Alemania, Italia, Japón, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Reino Unido y Qatar. En una declaración conjunta, estos países expusieron su “inversión” e intentaron pintar con el mismo pincel a las víctimas y a los perpetradores de la guerra.
“La situación entre Líbano e Israel desde el 8 de octubre de 2023 es intolerable y presenta un riesgo inaceptable de una escalada regional más amplia”, afirmaban. “Esto no beneficia a nadie, ni al pueblo de Israel, ni al pueblo del Líbano. Es hora de concluir un acuerdo diplomático que permita a los civiles de ambos lados de la frontera regresar a sus hogares en condiciones de seguridad”.
Ni una mención a Hezbolá, que sigue lanzando ataques no provocados contra Israel, en “solidaridad” con sus hermanos ideológicos de Hamás. Ni una sola referencia a Irán, la cabeza de esta serpiente de mil cabezas, cuyos tentáculos han sido responsables de todo el derramamiento de sangre en Gaza y Líbano. Ni siquiera un atisbo de reconocimiento a la tragedia de los 101 rehenes, entre ellos ciudadanos estadounidenses, secuestrados brutalmente durante los ataques terroristas en el sur de Israel el 7 de octubre.
Y la declaración seguía: “Sin embargo, la diplomacia no puede tener éxito en medio de una escalada de este conflicto. Por lo tanto, pedimos un alto el fuego inmediato de 21 días en la frontera entre Líbano e Israel para dar espacio a la diplomacia…”. Diplomacia, claro. Esa palabra que se desvanece entre humo y espejos cuando se enfrentan realidades tan crudas. Proponían un “alto el fuego” basado en resoluciones de la ONU que jamás se respetaron ni se hicieron cumplir.
“Hacemos un llamamiento a todas las partes, incluidos los gobiernos de Israel y el Líbano, para que aprueben de inmediato el alto el fuego temporal…”, concluían, casi implorando. “Estamos dispuestos a apoyar plenamente todos los esfuerzos diplomáticos para concluir un acuerdo que ponga fin a esta crisis por completo”.
¿Crisis? ¿Así llamaban a una guerra que Israel no inició, que no buscó y que, sorprendentemente, no vio venir? La omisión de los culpables era escandalosa. Pero peor aún era el retrato del Líbano como un país funcional, con la capacidad de decidir y negociar en nombre de Hezbolá, como si fuera un estado de derecho y no un estado fallido, secuestrado por milicias que responden a Teherán.
Al aterrizar el jueves por la tarde en Nueva York, Netanyahu fue tajante: “Mi política, nuestra política, es clara: seguimos atacando a Hezbolá con toda la fuerza. No nos detendremos hasta lograr todos nuestros objetivos, el más importante de ellos, el regreso seguro de los residentes del norte a sus hogares. Esta es la política y nadie debe confundirla”.
Sin embargo, la desconfianza calaba hondo en el corazón de los habitantes del norte de Israel y sus alcaldes. Dudaban de la capacidad de su líder para resistir la presión, el chantaje de la Casa Blanca. Porque, sí, la administración de Joe Biden ha demostrado su disposición a retener armamento crucial para Israel, su supuesto aliado, cuyo “derecho a defenderse” parece ser más frágil de lo que se proclama.
No era Netanyahu el único que lo señalaba; también lo hacían el senador Tom Cotton y Mitch McConnell, republicanos de Arkansas y Kentucky, respectivamente. En una carta dirigida a Biden el miércoles, “condenaron enérgicamente la continua demora de [su] administración en proporcionar equipo militar y armas críticas a nuestro aliado Israel en medio de una guerra existencial”. Y citaron los materiales necesarios, mencionando bombas MK-84, helicópteros Apache y tractores Caterpillar D9.
“Más demoras pondrán en peligro la vida de los israelíes, aumentarán la probabilidad de que la guerra se intensifique aún más y perjudicarán los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos”, resaltaron. “Ya es hora de transferir a Israel las capacidades que necesita para ganar”.
Aquí yace el meollo del asunto: el equipo Biden-Harris no quiere que Israel gane. Aspiran a que se conforme con una derrota que puedan vender como un “logro diplomático”.
Netanyahu, por su parte, ha dejado claro que no pretende complacerles. Los israelíes, mientras tanto, harían bien en respirar hondo y no dejarse arrastrar por rumores ni primicias apresuradas que desafían el sentido común y, sobre todo, la realidad de un conflicto que sigue encendiéndose en todos sus frentes.