Imagina un equipo de baloncesto en el que el base siente un profundo desprecio por el escolta. En lugar de pasarle el balón, el base opta deliberadamente por otro compañero, aunque ese jugador tenga menos habilidades o esté mal posicionado para encestar. Este conflicto interno debilita el rendimiento general del equipo. Un buen entrenador, al reconocer el problema, evitaría que estos dos jugadores compartieran la cancha. Aún mejor: intentaría traspasar a uno de ellos.
Vivir en Estados Unidos durante la última administración de Trump me dejó una lección importante: entre los miembros del gabinete, la lealtad hacia el presidente supera cualquier otra cualificación. La lealtad actúa como el pegamento que mantiene unido al equipo, garantizando que trabajen para cumplir los objetivos y la visión de su líder. Cuando todos los integrantes comparten una meta de alto nivel, se respaldan entre sí, el ánimo se eleva y la eficiencia mejora. Si las decisiones del presidente están alineadas con la voluntad de la mayoría, un equipo cohesionado que las lleve a cabo —con apoyo mutuo— puede lograr resultados extraordinarios.
En Israel, puede aplicarse un argumento similar respecto a la dinámica interna que domina el clima político. El primer ministro busca reemplazar al jefe de seguridad interior debido a una enemistad prolongada y a la falta de lealtad de este hacia su superior.
La opinión pública está dividida: algunos acusan al primer ministro de actuar por interés propio, mientras que la mayoría defiende sus motivos.
La relación tensa entre estos dos líderes entorpece el intercambio de información y la reflexión estratégica indispensables para tomar decisiones sensatas durante la guerra que atraviesa Israel. La falta de trabajo en equipo —fundamental para salvar vidas y alcanzar la victoria al menor costo posible— se ve obstaculizada por la aversión mutua. Esta situación es inadmisible y exige un cambio inmediato.
No importa si uno de estos líderes tiene razón o está equivocado. En medio de una guerra por la supervivencia, el equipo encargado de tomar decisiones no puede permitirse la disonancia que hoy corroe al liderazgo israelí. Uno de ellos debe apartarse, tal como en nuestro ejemplo del baloncesto.
Si el primer ministro Netanyahu es el LeBron James del equipo de gobierno, la conclusión lógica es que Ronen Bar debe marcharse. Los detalles de la guerra entre ambos resultan irrelevantes; lo que realmente importa es que deben trabajar juntos con plena confianza y respaldo mutuo, y Netanyahu ha dejado claro que no confía en Ronen Bar. Sin esta unidad, las consecuencias para el Estado judío podrían ser catastróficas.
Muchos en Israel sufren del llamado “Síndrome de Desquiciamiento por Netanyahu” (SDN). Para ellos, no importa lo que haga Bibi: siempre es culpable, incluso cuando saben que ha tomado decisiones correctas. Se trata de una distorsión mental evidente, que los ciega ante la realidad. Su odio les impide ver más allá de sus emociones.
Como primer ministro, Bibi debe contemplar el futuro de Israel en su totalidad al tomar decisiones. No puede —ni debe— sacrificar incontables vidas y medios de subsistencia futuros por salvar a unos pocos en el presente. El precio de rescatar rehenes no puede superar el costo en otras vidas humanas. Este principio debe orientar cada una de sus decisiones.
Sin embargo, quienes padecen el SDN retuercen cada palabra y cada acción para hacerlas encajar en su relato, siempre buscando una excusa para acusarlo de tener intenciones ocultas. “¡Es un criminal!”, gritan. “¡Debería estar en prisión!”, exigen. Su obsesión los aleja de la razón, y convierte cada movimiento que hace en una supuesta maniobra para evadir la justicia (una justicia que, cada día que pasa, parece menos justa).
Este no es el momento para generar inestabilidad en el gobierno; es un momento que exige unidad y armonía. Israel enfrenta uno de los periodos más desafiantes de su historia, y simplemente no puede permitirse el caos que algunas figuras públicas y privadas están promoviendo.
El mejor camino a seguir es permitir que Netanyahu conforme y lidere un equipo leal, que comparta su visión y trabaje en completa sintonía. Si de verdad se busca tomar las mejores decisiones para el futuro de Israel, hay que abogar por un gobierno libre de conflictos internos, que funcione como una máquina bien engrasada, impulsada por un compromiso común con el éxito.