En un mundo donde la guerra y el conflicto son una cruda realidad, es imperativo mantener un enfoque implacable y único para triunfar. Esta verdad ineludible se aplica con fuerza a la situación actual de Israel. Desde que Israel decidió pausar y luego reanudar su ofensiva contra Hamás bajo una vigilancia estadounidense más estricta, ha perdido ese enfoque vital. Intentar alcanzar múltiples objetivos y equilibrar intereses contradictorios es una receta para el fracaso. Ahora, Israel debe redirigir toda su atención y recursos hacia su objetivo más crítico: la erradicación de la amenaza de Hamás y el restablecimiento de su poder disuasivo en el Medio Oriente.
Esto implica un uso implacable de la fuerza militar, atacando sin vacilaciones a Hamás en cada rincón, bajo cada escuela, mezquita o instalación de la UNRWA donde se ocultan estos despreciables terroristas. No hay lugar para dudas o titubeos; solo una ofensiva militar fría, calculadora y devastadora, utilizando todas las herramientas a disposición de Israel, ejecutada con la mayor rapidez posible y minimizando al máximo el peligro y las lesiones innecesarias para sus soldados.
Contrario a lo que algunos críticos occidentales sugieren, esta no es una “rabia” israelí, sino una estrategia sabia, justa y racional, la única capaz de garantizar una victoria decisiva y un futuro mejor tanto para israelíes como para palestinos. Esta es la única vía para terminar con el mal llamado “ciclo de violencia” en Gaza, una frase que detesto por sugerir una responsabilidad equivalente en un conflicto que se ha prolongado durante décadas. Asimismo, es el único camino para avanzar hacia la reconciliación entre Arabia Saudita e Israel, buscando estabilidad y paz en toda la región.
Cualquier otra preocupación, por más emotiva o urgente que sea, debe quedar relegada frente a este objetivo supremo. Las cuestiones humanitarias, incluyendo la difícil situación de los más de 100 civiles israelíes secuestrados por Hamás y los cientos de miles de civiles palestinos atrapados en sus garras, deben quedar en un segundo plano. Esto no es fácil ni agradable de admitir, pero la preocupación por los secuestrados no puede dictar la estrategia de Israel.
Israel no debe caer nuevamente en el macabro teatro de las negociaciones de rehenes con Hamás, un proceso que solo ha fortalecido la posición de este grupo en la política palestina y debilitado el consenso nacional israelí sobre la necesidad de una guerra total hasta alcanzar el objetivo final y necesario.
Israel debe liberarse de la cautela excesiva y de las trampas sembradas por Hamás en cada jardín de infantes, aula escolar o instalación hospitalaria en Gaza. La victoria total y la seguridad a largo plazo para Israel y la región deben ser las únicas guías en esta lucha implacable.
Israel debe romper las ataduras de regulaciones internacionales que lo asfixian, esas normas de un supuesto “derecho internacional humanitario” confeccionadas a medida para coartar su poderío militar. No más concesiones, no más combustible ni suministros para Gaza, que paradójicamente alimentan al adversario.
Israel ha de desprenderse del yugo de las preocupaciones de Egipto, desoír la arrogancia europea, rechazar la hipocresía de Rusia y su complicidad con Irán, y repudiar las falsas acusaciones que lo difaman. No más sumisión ante narrativas que deforman la realidad.
Israel debe rechazar las imprudentes demandas de retirarse de los territorios que controla, despreciar las utópicas ideas de una Autoridad Palestina “renovada” y desestimar las absurdas propuestas de “seguridad internacional” que solo traerían más inestabilidad a la región.
Los líderes israelíes deben defenderse con firmeza de estas presiones externas, enfocándose única y exclusivamente en la eliminación de Hamás, para así garantizar la seguridad de Israel y restablecer su posición disuasiva en la región. De no ser así, la paz en Oriente Medio será una ilusión, y el futuro de Israel estará en peligro.
Quienes verdaderamente se preocupan por Israel deben entender que no hay lugar para juegos de doble cara. No se puede apoyar a Israel y al mismo tiempo pedir ambiguamente el fin del “ciclo de violencia”. La neutralidad aquí es complicidad con los crímenes de Hamás. Un alto el fuego inmediato e incondicional, sin aniquilar a Hamás, es equivalente a propiciar la derrota de Israel.
En el contexto internacional, Israel debe blindarse contra las críticas que se le vierten cada vez que entra en guerra con Hamás y la Yihad Islámica, ya sea en Gaza, Jenin o Jerusalén. La osadía y la hipocresía de sus críticos son simplemente indignantes.
Me pregunto: ¿Quién tiene la autoridad moral para decirle a Israel cómo defender sus fronteras? ¿Acaso la Unión Europea o el Consejo de Seguridad de la ONU, entidades que se mantuvieron indiferentes ante la masacre de la guerra civil en Siria o la subversión de Irán en Oriente Medio?
Ninguna organización se halla en posición de lanzar críticas a Israel por sus acciones defensivas en los “Territorios Ocupados” y a lo largo de sus fronteras, incluyendo las operaciones militares más allá de ellas, aun cuando las Fuerzas de Defensa de Israel hayan recurrido a un uso de fuerza desmedido o casi nuclear, lo cual no ha ocurrido.
Israel no tiene por qué pedir disculpas por salvaguardarse de invasiones de terroristas palestinos, de sus túneles de ataque, de lluvias de cohetes y tampoco de las ONG antiisrael que fomentan el terrorismo. Pronto, incluso, podríamos llegar al punto de afirmar que Israel no debe excusarse por impactar severamente las posiciones de los comandos Irán-Hezbolá o sus depósitos de armamento en el Líbano.
Israel, asimismo, no debería sentirse obligado a disculparse por recordar constantemente al mundo que los judíos no son intrusos en su tierra ancestral. Israel no es un invasor en las llanuras de Sharon, en las dunas del Negev, ni en las cimas de Judea y Samaria o Jerusalén. Posee todo el derecho de defender su territorio sin enfrentarse a críticas insolentes y dudas despectivas.
Las naciones del mundo deben ser extremadamente cautelosas al intentar dictarle a Israel cómo manejar su política, dónde construir sus barreras de seguridad, cómo ejecutar sus campañas militares, dónde demarcar sus fronteras o cómo defenderlas.
Después de haber fallado al pueblo judío a lo largo de la historia, incluyendo el Holocausto, y tras errores garrafales como las vanas esperanzas depositadas en los Acuerdos de Oslo, la Primavera Árabe o el acuerdo nuclear con Irán, los países del mundo deberían permitir a los líderes israelíes un margen de acción. Deben respetar y no menospreciar las decisiones israelíes mientras sus líderes se mueven con destreza en el ámbito diplomático y actúan con firmeza en el campo de la seguridad.
Como dijo el ex primer ministro Menajem Begin en su enfrentamiento con el canciller alemán: “¿Acaso somos un protectorado? ¿Preferirías un Israel debilitado?”.