En medio del turbulento panorama que envuelve las negociaciones para la liberación de los secuestrados, emerge una nueva dimensión de complejidad: la creciente presión de la administración Biden sobre el gobierno israelí.
Esta influencia, ejercida con diplomacia calculada, pero firme, parece estar erosionando la postura tradicionalmente intransigente de Israel en el tablero internacional. Con cada gesto de apaciguamiento y cada llamado al diálogo, Washington insinúa una disminución de la rigidez israelí, un suavizar de las líneas antes inquebrantables en su política de seguridad.
Mientras Israel se enfrenta a la crueldad psicológica de una organización terrorista, la presencia de Estados Unidos en la ecuación introduce una dinámica adicional que podría inclinar la balanza, y no en favor de los rehenes.
La realidad de las negociaciones para la liberación de los secuestrados en Israel desnuda un cruel juego de poder. En este tablero despiadado, Israel presenta ofertas solo para toparse con el rechazo contundente de una organización terrorista implacable, maestra en la guerra psicológica. Esta organización no solo rechaza las condiciones de Israel, sino que incrementa el sufrimiento del pueblo israelí al difundir vídeos de sus ciudadanos secuestrados, mostrándolos en condiciones deplorables.
Paralelamente, informes del Wall Street Journal destacan que Hamás ha desechado una oferta israelí que proponía un cese al fuego de una semana a cambio de liberar a unos 40 rehenes, entre los cuales hay mujeres, niños y personas en urgente necesidad de atención médica.
En un intento adicional por rescatar a los rehenes, Israel, representado por el jefe del Mossad, Dadi Barnea, en dos encuentros en Europa, se ha mostrado dispuesto a liberar anticipadamente a terroristas palestinos acusados de crímenes más graves que los contemplados en acuerdos anteriores.
Sin embargo, la postura de Israel ante Hamás parece tambalearse. La constante entrada de ayuda humanitaria y combustible a la Franja de Gaza, incluso a riesgo de extender la capacidad bélica de Hamás, es una señal de esta debilidad. Fotografías del interior de la Franja ponen en evidencia la incapacidad de la UNRWA para regular la distribución de esta ayuda, dejando claro que cada envío es potencialmente interceptado, sin garantías de llegar a su destinatario final.
Al mismo tiempo, recientes visitas de destacados funcionarios estadounidenses, como el asesor de Seguridad Nacional Sullivan y el secretario de Defensa, Austin, ejercen presión sobre Israel para incrementar la ayuda humanitaria y transitar hacia etapas menos agresivas de la guerra, restringiendo los ataques aéreos y centrando esfuerzos en operaciones quirúrgicas contra líderes terroristas. Se anticipa que el Consejo de Seguridad de la ONU propondrá un alto al fuego, un movimiento que anteriormente fue vetado por Estados Unidos.
En este contexto, el primer ministro Netanyahu, con una firmeza inquebrantable, aseguró que Israel proseguirá su lucha hasta cumplir sus objetivos. “Quien piense que nos detendremos, simplemente no comprende la realidad en la que vivimos”, afirmó. Subrayó la intensidad de los ataques contra Hamás: “Los estamos golpeando con un fuego devastador, en todos los frentes, incluso en este preciso momento”.
Por lo tanto, la exigencia de Hamás de un cese al fuego parece ser descartada. Ante la negativa de Israel a ceder a la propuesta sobre los secuestrados, se hace evidente que, pese a la presión política, la estrategia israelí es de intransigencia: no conceder más de lo ya ofrecido y, en su lugar, aumentar la presión sobre sus adversarios.