En los últimos años, diversas voces tanto de la extrema izquierda como de la derecha más radical en la política estadounidense —así como en las redes sociales— han comenzado a cuestionar la alianza militar y el apoyo constante de Estados Unidos a Israel.
Una de las figuras más destacadas en este sentido es el veterano senador Bernie Sanders (independiente por Vermont), quien presentó la semana pasada varias “resoluciones de desaprobación” en el Senado con el objetivo de bloquear la venta de armas estadounidenses a Israel. (Afortunadamente, todas fueron rechazadas por una amplia mayoría). Sanders y otros sostienen que la ayuda estadounidense alimenta la guerra y que las acciones de defensa de Israel frente a los ataques del eje islamista supremacista liderado por Irán descalifican al país para recibir equipamiento militar de Estados Unidos. Sin embargo, omiten los profundos beneficios estratégicos, tecnológicos y humanitarios que Estados Unidos obtiene de su alianza con Israel.
Estos activistas contrarios a Israel —entre ellos la exrepresentante por Misuri, Cori Bush, otros miembros del grupo conocido como “The Squad” en la Cámara de Representantes y figuras mediáticas como Mehdi Hasan— suelen enfocar sus críticas únicamente en la ayuda militar que recibe el Estado judío. Además, de forma exagerada, intentan vincular dicha ayuda con toda clase de problemas internos no resueltos en Estados Unidos, ignorando el contexto más amplio de la asistencia exterior estadounidense. Esa postura refleja un sesgo que, en el mejor de los casos, raya en el antisemitismo. En realidad, el respaldo militar a Israel sigue siendo una de las inversiones más rentables y mutuamente beneficiosas que ha hecho Estados Unidos en su historia reciente.
Es importante señalar la falta de coherencia en las críticas dirigidas exclusivamente a Israel, especialmente en lo que respecta a la asistencia militar. La ayuda estadounidense a Israel representa apenas un 0.045 % del presupuesto federal total. Además, se entrega de forma efectiva como un “vale” que Israel debe utilizar para adquirir productos fabricados en Estados Unidos por empresas estadounidenses. Aun así, quienes desprecian a Israel culpan con frecuencia a esta mínima fracción del gasto federal de problemas internos como la falta de vivienda, la delincuencia y la escasez de servicios públicos, afirmaciones que carecen tanto de lógica fiscal como de buena fe. Cuando Cori Bush responsabilizó a la ayuda a Israel por la pobreza y el sinhogarismo en San Luis, o cuando activistas vincularon directamente los incendios forestales en Los Ángeles con ese mismo gasto, recurrieron a un clásico chivo expiatorio antisemita en lugar de ofrecer una crítica constructiva.
Esta crítica selectiva resulta aún más sospechosa si se considera que, desde hace años, Estados Unidos entrega más de 55 mil millones de dólares anuales en ayuda directa a países de todo el mundo, muchos de los cuales no ofrecen ningún beneficio tangible a cambio. Además, en las últimas dos décadas, Estados Unidos ha subvencionado de facto los presupuestos de todos los países miembros de la OTAN al destinar cerca del 3.5 % de su producto interno bruto a defensa, mientras que la mayoría de esos países apenas supera el 2 %. Este desequilibrio ha costado a Estados Unidos más de 5 billones de dólares, todo ello mientras Israel destina de manera constante más del 5 % de su PIB a su propia defensa. Pese a ello, rara vez se escuchan discursos encendidos en el Senado o campañas virales en redes sociales sobre este enorme subsidio a Europa. Y, desde luego, ninguno de quienes centran su crítica exclusiva y desproporcionada en Israel ha culpado jamás a países como Francia o Dinamarca de la falta de vivienda o la precariedad de los departamentos de bomberos en ciudades estadounidenses.
A diferencia de muchos beneficiarios de ayuda exterior de Estados Unidos, Israel ofrece mucho más que agradecimientos. Representa un socio estratégico clave en Medio Oriente, una región en la que Estados Unidos cuenta con pocos aliados confiables. Puertos como los de Haifa y Ashdod brindan albergue seguro y operativo a embarcaciones de la Armada estadounidense y albergan reservas militares de emergencia listas para ser desplegadas rápidamente. A diferencia de las costosas y caóticas redistribuciones en el Golfo Pérsico, Israel ofrece estabilidad, confiabilidad e intereses compartidos.
Desde la Guerra Fría hasta hoy, los presidentes estadounidenses han comprendido que el apoyo a Israel no es un acto de caridad, sino una inversión sólida en seguridad nacional. Durante la Guerra Fría, Israel actuó como un muro de contención frente a la influencia soviética en Medio Oriente. Hoy, representa la primera línea de defensa frente a las fuerzas islamistas radicales y las ambiciones hegemónicas de Irán. Israel destruyó por su cuenta el reactor nuclear sirio en 2007 justo antes de que entrara en funcionamiento, impidiendo que Siria —bajo el mando del carnicero Bashar al-Assad— se convirtiera en una potencia nuclear y evitando una posible catástrofe regional. Estas acciones han evitado intervenciones militares estadounidenses, lo que ha supuesto un ahorro tanto económico como de vidas estadounidenses.
La alianza entre Estados Unidos e Israel va mucho más allá de las operaciones militares. Jerusalén comparte con Washington información de inteligencia crítica sobre terrorismo, amenazas cibernéticas y proliferación nuclear. Además, la experiencia israelí en la lucha antiterrorista —desarrollada durante décadas por pura necesidad— ha contribuido a moldear las estrategias de seguridad interna de Estados Unidos. Iniciativas conjuntas, como el desarrollo de los sistemas de defensa antimisiles Cúpula de Hierro, David’s Sling y Arrow, han fortalecido las capacidades defensivas de ambas naciones. Estos sistemas no solo protegen a Israel, sino que también enriquecen e impulsan la infraestructura de defensa antimisiles de Estados Unidos.
Las aportaciones israelíes en tecnología militar son, sin exagerar, revolucionarias. Empresas del país desarrollan equipos de protección de alta tecnología, drones, vehículos no tripulados y sistemas de detección de explosivos que benefician directamente a las fuerzas armadas estadounidenses. Estas innovaciones salvan vidas y mantienen a Estados Unidos a la vanguardia en tecnología de defensa. No puede decirse lo mismo de la ayuda dirigida a muchos otros países, incluida Ucrania, donde el retorno en términos de seguridad e innovación tecnológica ha sido limitado.
Israel no es solo un socio militar; es también un líder global en tecnología e innovación, conocido como la “Nación de las Startups”. Decenas de las principales empresas estadounidenses han instalado centros de investigación y desarrollo en el Estado judío para aprovechar su talento científico y de ingeniería. Los microprocesadores más avanzados de Intel, por ejemplo, fueron diseñados en Israel. Tecnologías fundamentales para la seguridad digital, la mensajería instantánea y los pagos electrónicos —como las utilizadas por PayPal— tienen su origen en la innovación israelí.
Y en efecto, Estados Unidos se beneficia directamente de ello. La colaboración entre los sectores tecnológicos de ambos países ha sido un factor decisivo en el éxito de la economía digital estadounidense. A diferencia de otros receptores de ayuda, el ecosistema innovador de Israel respalda de forma directa al sector privado norteamericano, generando empleos y crecimiento económico a ambos lados del Atlántico.
Más allá de los beneficios en materia militar y tecnológica, Israel aporta soluciones clave a problemas globales urgentes, especialmente en conservación del agua, agricultura y energías renovables. Israel reutiliza casi el 90 % de sus aguas residuales, la tasa más alta del mundo, y ha sido pionero en tecnologías como el riego por goteo y la desalinización por ósmosis inversa. Estas innovaciones no son teóricas: ya se están aplicando en Estados Unidos.
La tecnología israelí alimenta plantas solares en California y ha sido fundamental en la construcción de plantas desalinizadoras para ayudar a mitigar las sequías en ese estado. Dado que California produce cerca de la mitad de las frutas, verduras y frutos secos del país, la innovación israelí desempeña un papel crucial en la sostenibilidad del suministro alimentario estadounidense. En una época marcada por la preocupación creciente por la resiliencia climática y la sostenibilidad, este tipo de cooperación internacional resulta indispensable.
Como ocurre en general con sus ataques a Israel, los críticos de la ayuda militar estadounidense al Estado judío ignoran los hechos y se dejan llevar por la ideología. Pasan por alto la relación de reciprocidad entre ambos países, basada en el intercambio de inteligencia, tecnología, estrategias de defensa y crecimiento económico. Se obsesionan con una porción insignificante del presupuesto federal mientras desatienden programas mucho más costosos. Con ello, intentan socavar una de las alianzas más productivas de la historia moderna.
Les guste o no, quienes abogan por que Estados Unidos abandone o debilite su alianza con Israel no están defendiendo los intereses estadounidenses. Por el contrario, si su objetivo —ya sea por motivaciones erradas, neomarxistas, fascistas o movidas por el odio— de debilitar la capacidad de Israel para defenderse llegara a concretarse, los intereses de Estados Unidos sufrirían un grave daño, mientras que regímenes totalitarios en todo el mundo, y en especial el eje islamista supremacista de “resistencia”, celebrarían y se sentirían envalentonados.
Las opiniones y hechos expresados en este artículo pertenecen exclusivamente a su autor, y ni JNS ni sus socios asumen responsabilidad alguna por ellos.
Sobre el autor: Micha Danzig sirvió en el ejército israelí y es un ex oficial de policía del Departamento de Policía de Nueva York (NYPD). Como abogado, participa activamente en varias organizaciones judías y proisraelíes, entre ellas StandWithUs, T.E.A.M. y Amigos de las Fuerzas de Defensa de Israel (FIDF).