El presidente Trump está poniendo al descubierto una falla fundamental en la teoría básica de inmigración ilegal de Biden y Harris.
Específicamente, la idea de que Estados Unidos tiene la culpa porque las personas cruzan ilegalmente nuestras fronteras, y de que debemos sobornar a los países de origen de este flujo ilegal con incentivos como acuerdos comerciales y gasto en supuestas “causas raíces”. Todo esto bajo la premisa de que Estados Unidos es un país malvado y culpable que debe pagar continuamente antes de siquiera pensar en pedir amablemente repatriaciones.
Como prueba, basta con observar el casi inmediato retroceso del presidente colombiano Gustavo Petro el domingo, tras intentar enfrentarse a Trump en este asunto.
Inicialmente, Petro aceptó recibir aviones llenos de inmigrantes repatriados como parte de la política de Trump para reforzar la frontera.
Sin embargo, mientras los vuelos estaban en el aire, Petro —un exguerrillero de izquierda— dio un giro de 180 grados y se negó a aceptarlos.
Trump reaccionó de inmediato imponiendo tarifas «de emergencia» de hasta el 50 % a los bienes colombianos, además de sanciones en la emisión de visas y mayores requisitos de inspección para los viajeros colombianos.
Petro protestó durante un tiempo, pero en cuestión de horas cedió por completo, llegando incluso a ofrecer su propio avión presidencial como transporte.
No hubo promesas de Estados Unidos para solucionar los graves problemas sociales de Colombia, que van desde las pandillas tradicionales hasta los ejércitos de narcoterroristas; tampoco hubo ayudas económicas ni tratamientos especiales por parte de Washington.
Solo bastó con dejar claro que rechazar las repatriaciones tendría consecuencias económicas y políticas reales, y luego … dejar que esas consecuencias se aplicaran.
El resultado fue una rendición total.
Mientras tanto, la tan promocionada estrategia del expresidente Joe Biden para frenar la ola de inmigración ilegal consistía en delegar vagamente en Harris la tarea de abordar esas molestas “causas raíces” (y, por lo demás, gritar “¡Pasen, bienvenidos!” desde cada azotea).
Todos sabemos cómo terminó eso.
Resulta que la interminable ola de inmigración ilegal es, de hecho, producto de decisiones políticas de Washington, y puede detenerse.
Incluyendo, ¿quién lo hubiera pensado?, alzando un gran palo.
Estados Unidos es una superpotencia. Sí, en general benevolente, pero aún así posee el poderío económico y militar preeminente para defender sus intereses nacionales, especialmente frente a los absurdos juegos de otros países.
Esto aplica tanto a la política migratoria como a cualquier otro ámbito: cuando Estados Unidos actúa como la superpotencia que es, los demás países acatan.
Sin necesidad de sobornos.