Mientras el Primer Ministro Benjamín Netanyahu pasaba la mañana escuchando el discurso de apertura de la fiscalía en su juicio en el Tribunal de Distrito de Jerusalén, su mente vagaba hacia el oeste, hacia la Residencia del Presidente.
Netanyahu no ha conseguido las 61 recomendaciones que necesitaba para que se le encargara la formación del próximo gobierno, y sin duda le resultará difícil ignorar la conexión entre lo que está ocurriendo en ambos lugares de Jerusalén. Si no fuera por su juicio, habría tenido 61 escaños en la Knesset. En este sentido, el sistema que hizo todo lo posible para deponer a Netanyahu consiguió acercarse un paso más a ese objetivo.
Ambos eventos, que deberían haber sido majestuosos y gestionados con el necesario respeto, se transformaron en un gran circo antes de que pudieran siquiera comenzar. Olvídense de que el Teatro Cameri abra sus puertas por primera vez en un año en Tel Aviv, el mejor espectáculo del país acaba de arrancar en Jerusalén, y las entradas son dos por el precio de una.
El telón se levantó por primera vez en el Palacio de Justicia, un evento que la Fiscalía del Estado no se atrevió a perderse. En lugar de conducirse con profesionalidad imparcial y la humildad necesaria, especialmente a la luz de la exposición de una serie de fallos por parte de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y de la Fiscalía del Estado que dirigen, el Fiscal General Avichai Mendelblit y la Vicefiscal del Estado, Liat Ben Ari ya se han encargado de informar a los tribunales de que “los comentarios de apertura” fueron una “victoria” y que el juicio sería “dramático” y “constitutivo”.
De hecho, el juicio tiene todo lo que un buen espectáculo necesita para atraer al público, y como tal es exactamente lo contrario del tipo de tribunal del que se puede esperar que persiga la justicia.
Poco después, comenzó una representación en el otro lado de la ciudad, en la que los representantes de los partidos políticos llegaron a la Residencia del Presidente para decirle a Reuven Rivlin a quién creen que se debe encargar la formación de una coalición.
Este acto también debería haberse llevado a cabo según directrices claras, reglas explícitas y precedentes aceptados. Sin embargo, también en este caso el maestro de ceremonias, en este caso el presidente Reuven Rivlin, decidió renunciar a todo lo anterior y montar un espectáculo. Su discurso, en el que dijo que “el pueblo espera” que se forme un gobierno con “alianzas no convencionales” y “colaboraciones intersectoriales”, fue antidemocrático e increíblemente peligroso.
Uno puede enfadarse con las declaraciones del Partido del Sionismo Religioso, Bezalel Smotrich, que impide el establecimiento de un gobierno de derechas que cuente con el apoyo exterior del partido islamista Ra’am, pero al menos sus declaraciones se basan en la ideología y no en consideraciones políticas.
Podemos lamentar que muchos otros prefieran dejar de lado la ideología en nombre de la venganza y la animosidad personal.
Ninguno de los partidos que llegan a la Residencia del Presidente tiene una clara ventaja sobre sus rivales. Por un lado, esto es una clara receta para otra ronda de elecciones. Por otro lado, debemos esperar que esta vez alguien entre en razón y se dé cuenta de que la mayoría de los israelíes ven esto como la peor opción posible y que preferiríamos que violaran algunas de sus promesas de campaña.