Al final de la guerra de Gaza, en mayo, durante una reunión con miembros del Comité de Asuntos Palestinos del Senado jordano, el Dr. Muhammad Khalaila, Ministro de Religión del Reino Hachemita, reveló dos cosas interesantes.
En primer lugar, el coste del mantenimiento de los trabajadores jordanos en la mezquita de Al-Aqsa, financiado por Jordania, es de unos 17 millones de dólares al año (12 millones de dinares jordanos). Como es sabido, Jordania concede gran importancia a su posición de “guardián” de la mezquita, rivalizando con el papel tradicional de Arabia Saudí como guardián de los santuarios más sagrados del Islam en La Meca y Medina.
El segundo punto revelado por el ministro es que hay 850 empleados jordanos en Al-Aqsa que están registrados como empleados oficiales del Ministerio de Religión jordano.
Esto es curioso. Como puede atestiguar cualquiera que visite la mezquita, no se ven más que unas pocas docenas de guardias de seguridad jordanos del Waqf, no cientos, y desde luego ni de lejos 850. Entonces, ¿quiénes son los demás, dónde están y qué hacen?
La hipótesis más probable es que esos trabajadores sean utilizados como una especie de mercenarios en tiempos de crisis. En los últimos años han surgido muchas concentraciones significativas en el Monte del Templo cada vez que el lugar se deterioraba por la violencia: durante la reciente guerra contra Hamás, durante los disturbios del magnetómetro (julio de 2017), durante la crisis de la Puerta de la Misericordia (marzo de 2019) y en muchos otros estallidos violentos. Los trabajadores jordanos podrían servir como una “fuerza de incitación rápida” que aumenta el volumen del evento, agita a la multitud y la estimula para llevar a cabo disturbios, o se une a la multitud para crear un sentido de “unión” contra la “ocupación”. Si cada uno de esos jordanos aporta uno o dos jóvenes, en poco tiempo se pueden esperar miles de alborotadores.
Esto permitiría a los organizadores de los disturbios ejercer una tremenda presión sobre las autoridades israelíes y dificultarles la tarea de calmar la situación. El camino de ahí a la rendición es corto.
¿Por qué se necesitan tantos “empleados” y por qué Israel permite un número tan grande? ¿Conocen las autoridades de seguridad sus identidades? ¿Se declaran legalmente sus ingresos a las autoridades fiscales? ¿Cuántos de ellos han sido detenidos y cuántos están implicados en disturbios o terrorismo? Son preguntas que necesitan respuesta.