Probablemente no lo sepas, porque pocos medios lo han mencionado siquiera, pero Rusia perpetró un acto de guerra contra EEUU hace muy escasas fechas. No: esto no es una historia más de agitación en las redes sociales y chanchullos electorales. Rusia lanzó un ataque armado contra nuestros soldados y contra nuestros aliados en Siria –incluidas las fuerzas de seguridad kurdas asociadas a las Unidades de Protección del Pueblo (YPG)– en una base militar de Deir Ezor, la mayor ciudad del este de Siria. Los combatientes rusos lucharon junto a hombres del régimen de Asad y milicianos chiíes armados, financiados y dirigidos por Irán.
Tanto el Pentágono como el Kremlin están poniendo todo el cuidado del mundo para llevar esto con la mayor discreción posible. Si solo leíste el reportaje que publicó el New York Times el pasado día 13, tendrás que dejarte la vista y concentrarte en el subtexto. Luego que EEUU acabara mediante ataques aéreos con los asaltantes, entre los que había decenas de rusos, sus portavoces militares aseguraron a la prensa con gran calma que jamás se había dado la posibilidad de que fuerzas rusas y estadounidenses se enfrentaran directamente, ni en Deir Ezor ni en ninguna otra parte. El Kremlin, por su parte, dijo que cualquier ruso que pudiera haber intervenido en el asalto sería un mercenario sin vinculación con sus FFAA.
El problema con las declaraciones del Kremlin es que los mercenarios rusos desplegados en Siria están a sueldo del Grupo Wagner, que trabaja para el Gobierno ruso –específicamente, para el Ministerio de Defensa–, no para los Gobiernos sirio o iraní. Y el problema con las declaraciones estadounidenses es que el Pentágono está pidiéndonos que nos creamos que las decenas de rusos que murieron lo hicieron no por efecto de las bombas norteamericanas sino por… no sé… una oleada de infartos súbitos o una catastrófica cadena de accidentes de tráfico.
Varios buenos reporteros de Bloomberg News indagaron un poco más. Así, el pasado día 14 Henry Meyer y Stepan Kravchenko informaron que varios rusos heridos habían sido evacuados del campo de batalla y trasladados a hospitales administrados por el Ministerio de Defensa en Moscú y San Petersburgo, lo que refuta la afirmación de que estaban trabajando por su cuenta para terceros.
Dos días después, Eli Lake publicó que varios oficiales estadounidenses habían confirmado que el Gobierno ruso sabía perfectamente qué estaba pasando en Deir Ezor gracias a los llamados acuerdos de desconflicto, que tienen por objetivo impedir que los soldados rusos y los estadounidenses se disparen por accidente. También apuntó útilmente que uno de los jefes del Grupo Wagner, Dimitri Utkin, tiene vínculos estrechos con Yevgueni Prigozhin (conocido como el Chef de Putin), uno de los 13 ciudadanos rusos a los que el consejero especial del FBI, Robert Mueller, acaba de acusar de incurrir en prácticas de guerra de desinformación durante las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016. El Grupo Wagner es, por cierto, la organización de los rusos no uniformados, apodados hombrecillos verdes, que combatieron en Ucrania en 2014, y el Washington Free Beacon consiguió una fotografía tomada en 2016 en la que se ve a algunos de esos mercenarios recibiendo medallas del propio Vladímir Putin.
Fijémonos en el cuidado que pone el secretario de Defensa, James Mattis, a la hora de hablar de lo sucedido en Deir Ezor. “No tengo ni idea de por qué [los rusos] atacarían allí”, dijo a los periodistas tras el incidente. “Se sabía que [nuestras] fuerzas estaban allí, obviamente los rusos lo sabían. Siempre hemos sabido que hay elementos en esa zona de batalla tan compleja sobre los cuales el Gobierno ruso no tiene, digamos, el control”. Mattis sigue con lo de que el Gobierno ruso “no tiene control” sobre el Grupo Wagner, lo cual evidentemente no es el caso.
¿Por qué lo hizo? Lake cree que Mattis está contando una “mentira piadosa” por el bien de ambos países. “Si Mattis reconoce lo evidente, que el Kremlin autorizó un ataque directo llevado a cabo por personal no uniformado contra una base protegida por Estados Unidos, se arriesga a una escalada en Siria. Es mejor expresar perplejidad y darle al presidente ruso, Vladímir Putin, la oportunidad de dar un paso atrás y negar su responsabilidad, lo que acabó haciendo a pesar del alto número de bajas registrado entre sus mercenarios”, escribe Lake.
Aparte de las informaciones que he citado arriba, este incidente apenas ha tenido cobertura mediática en EEUU. Quizá sea porque los estadounidenses no sufrieron bajas, mientras que, según numerosas fuentes rusas, murieron hasta 200 rusos, y tres fuentes distintas afirmaron a Reuters que Rusia sufrió hasta 300 bajas, entre muertos y heridos. Quizá sea también porque, en lo que habría sido el ciclo informativo de la noticia, los estadounidenses se vieron conmocionados por otra sangrienta matanza en un instituto, esta vez en Parkland (Florida). Otra posibilidad es que, en esta época de ensimismamiento y sectarismo que se vive en EEUU, un ataque ruso chapucero no encaja bien en ninguno de los actuales relatos mediáticos, con un Partido Demócrata volcado en las injerencias electorales de Rusia y un Partido Republicano que prefiere hablar de cualquier cosa antes que de los desmanes del Kremlin.
Sea como fuere, los estadounidenses hemos perdido la ocasión de evaluar un hecho terrible: Rusia es un enemigo directo que acaba de cometer un acto de guerra contra nosotros en Oriente Medio. A menos que Vladímir Putin haya sido pronta y discretamente disuadido –lo que parece harto difícil–, tendrá que pasar algo más para que nos llame la atención. Algo más grande, algo peor, algo más peligroso.
© Versión original (en inglés): World Affairs
© Versión en español: Revista El Medio