El anuncio del Ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigu, el 9 de noviembre, de que las tropas rusas evacuarían la ciudad de Kherson y la orilla derecha del río Dnipro, confirmó dos cosas que todo el mundo debería haber sabido ya: que la guerra va muy mal para Rusia y que, críticamente, las armas nucleares no tienen ninguna utilidad práctica.
Tras la declaración del presidente Vladimir Putin en septiembre de que Kherson era rusa “para siempre”, ahora parece que las fuerzas rusas se están retirando para evitar el aislamiento. Esto representa la peor derrota militar de Rusia desde Afganistán, situándose junto a Tannenberg y Tsushima como una humillación histórica. Ahora está claro que el reclutamiento de 300.000 o más reservistas hizo poco para cambiar el campo de batalla, aparte de desperdiciar vidas innecesariamente. También debería estar claro que la tan cacareada modernización militar de Rusia durante la última década, acompañada de miles de millones de rublos de gasto adicional, hizo poco por solucionar las debilidades sistémicas del ejército ruso y que bombardear pueblos sirios no hace un ejército moderno.
Y lo que es más importante, el reciente giro de los acontecimientos a lo largo del Dnipro ha demostrado la total falta de utilidad de las armas nucleares. Rusia posee el mayor arsenal de armas nucleares del mundo y casi todas las armas nucleares no estratégicas, o “de campo de batalla”, que existen. Sin embargo, la posesión de todas estas armas no evitó un desastre militar, e incluso puede haber contribuido a él, ya que Putin ha declarado en el pasado que la modernización de las fuerzas nucleares, en lugar de las fuerzas convencionales, era la principal prioridad de defensa de Rusia.
Dado el peso del golpe al prestigio militar ruso, es posible, incluso probable, que si el Estado Mayor en Moscú creyera que el empleo de armas nucleares marcaría la diferencia, hubiera recomendado hacerlo. El hecho de que no lo hicieran puede considerarse un indicador de que no se consideraba que aportaran una capacidad útil. También es posible que el Kremlin considerara que los costes del uso de armas nucleares, en términos de sanciones adicionales y mayor aislamiento, superaban cualquier posible beneficio. La cuestión es que la fuerza nuclear de Rusia no pudo evitar la derrota.
Del mismo modo, la táctica “diplomática” preferida por Moscú, la amenaza nuclear, fue ineficaz para mantener a Kherson en manos rusas. Aunque Occidente ha sido disuadido de proporcionar a Ucrania armas más avanzadas, como misiles de mayor alcance o aviones modernos, la amenaza implícita de defender las zonas recientemente anexionadas, incluida Kherson, ha resultado ser hueca. Si se mantiene la pauta, y fracasan los esfuerzos de Putin por utilizar el chantaje nuclear como herramienta para lograr sus objetivos políticos, se eliminará una justificación emergente para adquirir armas nucleares y se pondrá de manifiesto que cualquier ventaja que puedan tener dichas armas está muy por debajo de los costes.
Debe quedar claro que esto puede crear una apertura para un enfoque constructivo de una nueva generación de control de armas. Si las armas nucleares son incapaces de evitar la derrota militar, ¿necesitan las potencias nucleares tantas? Como mínimo, los gobiernos deberían debatir la eliminación de las armas de combate ahora que se ha demostrado que no tienen ninguna función. Un buen control de armas nunca es fácil, pero sacar las lecciones adecuadas de la tragedia de Ucrania podría volver a ponerlo en marcha.