BERLÍN – ¿Qué ocurrirá cuando se complete el despliegue de tropas rusas a lo largo de la frontera ucraniana? ¿Dará el presidente ruso Vladimir Putin la orden de atacar en su esfuerzo por privar de su independencia a uno de los vecinos de Rusia -un Estado soberano y miembro de las Naciones Unidas y del Consejo de Europa- y obligarlo a volver a estar bajo el yugo del Kremlin?
Todavía no lo sabemos, pero los hechos apuntan de forma abrumadora a una guerra inminente. Si eso ocurriera, las consecuencias para Europa serían profundas y pondrían en tela de juicio el orden europeo y los principios -renuncia a la violencia, autodeterminación, inviolabilidad de las fronteras e integridad territorial- en los que se ha basado desde el final de la Guerra Fría.
Debido a la violenta agresión por parte de Rusia, Europa volvería a estar dividida en dos esferas: una “Europa rusa” en el este y la Europa de la Unión Europea y la OTAN en la parte occidental y central del continente. Los intereses imperiales volverían a oponerse a los de las democracias que trabajan juntas bajo un estado de derecho común.
Y lo que es peor, dado que ya no se confiaría en las palabras, los vínculos, los compromisos y los tratados, se produciría un aumento del rearme para la autoprotección y una completa reorganización de las relaciones económicas, especialmente en el sector energético. Europa ya no podría arriesgar el tipo de dependencias económicas que le permiten ser chantajeada durante las crisis. Aunque una reorganización de las relaciones económicas sería costosa para la UE, no habría otra opción. La única alternativa sería la sumisión y la rendición de los propios principios de Europa.
En el centro de la crisis actual está el hecho de que Rusia, bajo Putin, se ha convertido en una potencia revisionista. No solo ya no está interesada en mantener el statu quo, sino que está dispuesta a amenazar e incluso a utilizar la fuerza militar para cambiar el statu quo a su favor.
Si Europa se sometiera a estos impulsos imperiales, traicionaría sus valores más fundamentales y tendría que renunciar a la forma en que los europeos viven y quieren vivir. Significaría renunciar a todo el progreso que representa la UE. Las consecuencias son impensables y, por tanto, totalmente inaceptables.
Las exigencias de Rusia muestran precisamente lo que realmente está en juego en el conflicto ucraniano. Putin quiere que la OTAN abandone su política de puertas abiertas no solo en Europa del Este, sino también en Escandinavia (frente a los Estados miembros neutrales de la UE, Suecia y Finlandia). No se trata de un supuesto cerco a Rusia por parte de la OTAN. Se trata de la restauración del imperio ruso y del miedo existencial de Putin a que la democracia eche raíces y se extienda. Lo que está en juego en la crisis ucraniana es el derecho de autodeterminación, la prerrogativa de todos los países soberanos de elegir sus propias alianzas.
Putin quiere desesperadamente borrar la humillación de la desaparición de la Unión Soviética y la histórica pérdida de poder mundial de Rusia. En su opinión, el imperio ruso debe resurgir y darse a conocer. Esta aspiración implica inmediatamente a Europa, porque Rusia nunca ha sido una potencia mundial sin convertirse primero en una fuerza hegemónica en Europa. Hoy, la independencia de Ucrania está en el punto de mira. Mañana, serán los otros estados postsoviéticos; y después de eso, les espera la dominación de Europa. Los europeos que conocen su historia deberían estar muy familiarizados con este patrón.
Dadas las implicaciones de la agenda de Putin, uno se pregunta a qué espera Europa. ¿Qué más tiene que pasar para que los europeos despierten a los hechos? Si alguna vez hubo un momento para dejar de lado los conflictos mezquinos, es ahora. La UE debe convertirse en una potencia por derecho propio si quiere que sus principios sobrevivan en un mundo de renovada política de grandes potencias y rivalidad geopolítica. Esos principios están siendo directamente amenazados. ¿Cuándo los defenderá?
Sin duda, la importancia de la garantía de seguridad de Estados Unidos en Europa es evidente en las circunstancias actuales. Pero para que el transatlanticismo perdure, la propia Europa debe fortalecerse. Para ello será necesario que Alemania -en primer lugar- se replantee su papel. Es y seguirá siendo el mayor Estado miembro de Europa desde el punto de vista económico y demográfico.
Dada la magnitud de las amenazas actuales, ¿acaso una disputa interna alemana sobre la promesa del anterior gobierno de gastar al menos el 2 % de su PIB en defensa es ya realmente un problema? ¿O es más importante ahora que el gobierno alemán emita una declaración clara y positiva sobre su compromiso con el apoyo a Ucrania y la defensa de los principios europeos? Eso enviaría un mensaje que el Kremlin no podría malinterpretar. Pero el tiempo se acaba.