Un año después de tomar el poder en Afganistán, los talibanes están luchando en casi todos los frentes, como la gobernanza, la reconstrucción de la economía, la garantía de la seguridad interna y la mejora de su credibilidad nacional e internacional. Además de las promesas que hicieron en el acuerdo de Doha, también han hecho grandes afirmaciones sobre su renovada perspectiva y comportamiento. La comunidad internacional se ha tomado estas afirmaciones con cautela. Pero en lo que respecta a la paz y la seguridad, el régimen talibán podría establecer una “paz muscular” en un país que lleva mucho tiempo afectado por la guerra y los conflictos.
El Estado Islámico-Khorasan (ISIS-K) se ha convertido en un desafío crítico para los talibanes. Desde la firma del acuerdo de Doha por parte de representantes estadounidenses y talibanes en febrero de 2020, el ISIS-K ha intensificado sus ataques dentro de Afganistán. Los talibanes han lanzado una ofensiva mortal contra el grupo, pero el nivel de amenaza sigue aumentando gradualmente. A pocos días del primer aniversario de la toma del poder por parte de los talibanes, la muerte del jefe de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, en Kabul, ha supuesto otro bochorno para los talibanes. El mérito de la muerte de Zawahiri corresponde a la administración de Biden, que ha estado defendiendo una estrategia antiterrorista “por encima del horizonte” para derrotar a los terroristas desde que las tropas estadounidenses se retiraron de Afganistán. Este enfoque antiterrorista también es objeto de críticas bajo la premisa de que no se puede ganar una guerra mediante una fuerza limitada cuando Estados Unidos no pudo derrotar primero a los talibanes con más tropas y medios en Afganistán.
El régimen talibán tiene sus propios defectos. Parece menos visionario y puede no ser capaz de percibir ideas complejas relativas a la economía, la creación de instituciones, la seguridad interna y la lucha contra las amenazas que plantean grupos como el ISIS-K. En cambio, los talibanes son una fuerza de guerrilla que se desenvuelve mejor en el desafío insurgente al gobierno.
¿Pueden Estados Unidos o la OTAN ayudar a los talibanes a contrarrestar las amenazas relacionadas con el terrorismo global? Es comprensible que los talibanes carezcan de credibilidad, y sería difícil confiar en ellos sin reconocer su régimen y con la preocupación de que puedan hacer un mal uso de los recursos antiterroristas. Las amenazas terroristas a baja escala pueden tratarse eficazmente empleando una fuerza limitada. Pero en este escenario, el viejo enemigo de Estados Unidos, los talibanes, está luchando contra su nuevo y más peligroso enemigo ISIS-K. El problema es que el viejo enemigo también tiene amigos como Al Qaeda y Tehreek-Taliban Pakistan (TTP) que podrían suponer una futura amenaza.
En este contexto, ¿cuál debería ser la estrategia? Ayudar a los talibanes a luchar contra el ISIS-K y obligar a los primeros a desprenderse de Al Qaeda y el TTP. Para los talibanes, desprenderse de estos grupos requeriría algunos incentivos. Este fue el principal defecto del acuerdo de Doha firmado entre Estados Unidos y los talibanes. El acuerdo de Doha era un reconocimiento de que Al Qaeda está presente en Afganistán, y los talibanes se comprometieron a no permitir que Al Qaeda ni ningún grupo terrorista utilizara su suelo para cometer atentados. Los talibanes no tenían ninguna idea de cómo iban a garantizar esto, ni Estados Unidos estaba interesado en esos planes.
Estados Unidos debería haber exigido a los talibanes un plan sobre su posible estrategia para hacer frente a los militantes extranjeros. ¿Serían deportados (lo cual es imprevisible)? Si no, ¿se les ubicaría en campos o asentamientos aislados? Se podría haber considerado algo parecido a los Acuerdos de Dayton. Cuando los Acuerdos de Dayton fueron firmados por Bosnia, Croacia y Serbia en 1995, el número total de combatientes extranjeros en Bosnia -que habían entrado en el país entre 1992 y 1994 y luchado junto a las fuerzas de defensa civil bosnias- se estimaba en 5.000. Muchos combatientes se integraron como un batallón separado dentro de las Fuerzas Armadas bosnias. Estos combatientes debían abandonar los Balcanes según los términos del Acuerdo de Dayton, pero la mayoría se quedó allí, y a un tercio se le concedió la ciudadanía bosnia.
Antes de la toma de posesión, los talibanes habían negociado nuevas condiciones con los militantes extranjeros para permanecer en Afganistán. Un antiguo portavoz del TTP, Ehsan Ullah Ehsan, afirmó en septiembre de 2000 que los talibanes afganos habían obligado a los militantes extranjeros a registrarse con una identificación completa. Sin embargo, informes posteriores demostraron que los militantes extranjeros habían rechazado la idea, y los talibanes también la abandonaron.
Estados Unidos todavía puede estudiar estas opciones, y de hecho sería una gran prueba para los talibanes demostrar su sinceridad con las promesas que han hecho a la comunidad internacional.