Miles de manifestantes sudaneses se concentraron el domingo en la capital para exigir el fin del régimen militar y de los enfrentamientos tribales que han causado más de 100 muertos, según los corresponsales de la AFP.
“Abajo Burhan”, coreaban, en referencia al general Abdel Fattah Al-Burhan, el jefe del ejército que el año pasado encabezó un golpe militar que puso en peligro la transición a un gobierno civil tras la destitución del presidente Omar Bashir en 2019.
Desde entonces se han celebrado protestas casi semanales, a pesar de una represión mortal que ha matado al menos a 116 personas, según los médicos pro-democracia.
“La autoridad es del pueblo”, coreaban los manifestantes, exigiendo que los soldados volvieran a sus cuarteles.
Desde el golpe de Estado del año pasado, Sudán -que ya es uno de los países más pobres del mundo- se ha visto afectado por una crisis económica creciente y por un amplio colapso de la seguridad que ha provocado un aumento de los enfrentamientos étnicos en sus extensas regiones.
El 11 de julio estallaron enfrentamientos tribales por una disputa de tierras en el sur del estado del Nilo Azul, que dejaron al menos 105 muertos y 291 heridos, y desencadenaron protestas en demanda de justicia y llamamientos a la coexistencia.
El manifestante Mohammed Ali dijo el domingo que se manifestaba por “una nación unificada”.
El consejo militar ha “hecho la vista gorda” ante la violencia tribal, dijo Ali, “porque estos problemas le permiten mantenerse en el poder”.
Los activistas prodemocráticos llevan tiempo acusando a los militares sudaneses y a los ex dirigentes rebeldes que firmaron un acuerdo de paz en 2020 de exacerbar las tensiones étnicas para obtener beneficios políticos.
La fuerza del movimiento prodemocrático ha sufrido altibajos desde el golpe de Estado, y recientemente se ha visto sacudida por el sorprendente anuncio del 4 de julio, cuando el general Al-Burhan prometió en un discurso televisado que se haría a un lado y daría paso a las facciones sudanesas para acordar un gobierno civil.
Los principales líderes civiles desestimaron su decisión como una “artimaña”, y los manifestantes a favor de la democracia se han mantenido firmes en su grito de guerra de que no puede haber “ninguna negociación ni asociación” con los militares.
Otras facciones civiles se han mostrado más dispuestas a negociar, considerándolas un paso necesario hacia el gobierno democrático.