Belarús no es Ucrania ahora o si Moscú trata de anexarla, los analistas rusos están advirtiendo. Está mucho más integrada como sociedad que Ucrania, con muchas menos divisiones regionales, lingüísticas o incluso religiosas que las que existen en Ucrania; y es mucho más europea porque muchos de sus habitantes han visitado Polonia y otros vecinos o incluso han ido allí a trabajar durante un tiempo. Como resultado, Moscú tiene pocas esperanzas de repetir la estrategia que utilizó en Ucrania para enfrentar a una región o grupo lingüístico contra otro (véase EDM, 13 de agosto; Krizis-Kopilka, 9 de setiembre; Sovershenno Sekretno, 30 de agosto).
Ese argumento explica gran parte del actual enfoque vacilante del Kremlin respecto de Belarús, donde no ha podido utilizar el libro de jugadas que Vladimir Putin empleó en Georgia en el 2008 o en Ucrania desde 2014. Y también ayuda a explicar por qué un número cada vez mayor de rusos temen que, aunque Moscú pueda anexionar parte de Ucrania con más o menos éxito, se enfrentaría al desastre si tratara de anexionar Belarús en su conjunto. En ese caso, los belarusos dentro de Rusia se vincularían a las protestas contra Moscú como las de Jabárovsk, cambiarían el equilibrio demográfico en la Federación de Rusia y enfrentarían al Kremlin con un desafío que a este último le resultaría difícil, si no imposible, de desviar.
Belarús es mucho más homogénea étnica y lingüísticamente que Ucrania. Con una quinta parte del tamaño de la nación ucraniana, los belarusos están mucho menos divididos por el idioma que los ucranianos. La mayoría habla ruso, pero no considera que hablar belaruso sea un problema; mientras que en Ucrania el idioma sigue siendo una cuestión divisoria que divide al país regionalmente, ya que en Ucrania occidental se habla abrumadoramente ucraniano y en el este, incluidos los territorios ocupados de Donbas y Crimea, se habla predominantemente ruso. Esas divisiones lingüísticas refuerzan las diferencias culturales, dado que los ucranios occidentales miran hacia atrás a su legado histórico como parte de Austria-Hungría, mientras que los ucranios orientales miran más a menudo al Estado ruso. Además, las fronteras regionales dentro de Ucrania siguen en muchos casos esas divisiones, a diferencia de lo que ocurre en Belarús. No es sorprendente que Moscú explotara esas divisiones en Ucrania en el 2014 y siga haciéndolo ahora.
La situación en Belarús difiere fundamentalmente. Debido a las políticas de nacionalidad soviética que eliminaron gran parte del occidente católico y de habla belarusa, las diferencias lingüísticas y regionales son, hoy en día, mucho menores (Kasparov.ru, 4 de setiembre). El idioma es una cuestión mucho menos neurálgica, aunque muchos nacionalistas belarusos quisieran promover su lengua materna. Y debido a la insistencia del presidente Alyaksandr Lukashenko durante la mayor parte de los dos últimos decenios en que los belarusos son una nación distinta de los rusos, la mayoría de ellos han aceptado esa idea, apoyen o no al autócrata de larga data. En cambio, Putin sigue creyendo que los belarusos son una rama de la nación rusa (Rossyiskaya Gazeta, 8 de octubre de 2019).
En los últimos meses se ha hablado en Moscú y se especula en Occidente con que Rusia podría seguir una estrategia ucraniana en Belarús promoviendo la secesión en una u otra región (Topcor.ru, 25 de agosto de 2020); pero los observadores rusos han rechazado estas propuestas por considerarlas poco prácticas o incluso contraproducentes. Sin duda, Moscú seguirá apoyando a la Iglesia Ortodoxa Rusa en Belarús contra los católicos y los protestantes; pero incluso esa estrategia no promete los dividendos que prometió en Ucrania, donde la pertenencia a la iglesia sigue más fuertemente las líneas regionales que en Belarús (Current Time, 4 de septiembre).
Todas estas opiniones divergentes sobre lo que Moscú debería hacer ahora están ofuscando la realidad de que -a pesar de todas las bravuconadas de Putin, el Kremlin tendrá que renunciar, al menos en un futuro previsible, a cualquier plan para integrar plenamente a Belarús en la Federación de Rusia. Sergey Belanovsky, el sociólogo moscovita que ha atraído la atención general por sus acertadas predicciones relacionadas con las protestas rusas, se encuentra entre los que plantean ese argumento. Absorber a Belarús en Rusia sería “un error muy grande” para Moscú, afirmó en una entrevista reciente, porque los belarusos, que ahora están enfadados con Lukashenka, redirigirían su ira hacia Moscú. Además, una Belarús anexionada se convertiría en otra región inestable, como el Cáucaso septentrional o Jabarovsk, dentro de las fronteras de la Federación de Rusia. Planteó que sería mucho mejor para el Kremlin trabajar para reemplazar a Lukashenka de tal manera que Bielorrusia siguiera siendo un país separado, pero que estuviera preparado para cooperar con Rusia en los asuntos más importantes (Biznes Online, 2 de septiembre).
Cada vez más, sugirió el sociólogo, los rusos entienden que los dos países han vivido vidas separadas durante demasiado tiempo como para que Belarús simplemente sea absorbido. Tiene una experiencia social, económica y política diferente a la de Rusia, y no encajaría fácilmente en la matriz que Putin ha creado en la Federación de Rusia. Lamentablemente, sostuvo, hay “un grupo agresivo” en Moscú, encabezado por personas como el presidente de la Duma Estatal, Viacheslav Volodin, y la jefa editora de la RT, Margarita Simonyan, que quieren que Moscú envíe tropas y se apodere de Belarús. Tal paso, señala Belanovsky, “sería una locura y una catástrofe”.
“Obtendríamos en lugar de Bielorrusia una región grande e inestable”, añadiendo a los problemas de Moscú, mientras que una Bielorrusia sin Lukashenko podría seguir siendo un aliado simpatizante de Rusia, señaló el sociólogo. Lo importante es que Belarús no es Crimea. No ha sido sometida a los esfuerzos del gobierno para cambiar su identidad étnica como lo fueron los rusos en la ahora ocupada península ucraniana. En cambio, se ha acostumbrado a ser “una nación y un estado separados”. Si bien la unificación podría haber sido posible en la década de 1990, no es algo que los bielorrusos de hoy en día quieran, argumentó.
Rusia aún no ha perdido la guerra por “los corazones y las mentes de los belarusos”, señaló Belanovsky. “El Rubicón aún no se ha cruzado, en lo que respecta a los belarusos. Siguen luchando con Lukashenko en lugar de con Rusia. Pero si Moscú respalda a Lukashenko, surgirán lemas anti-Rusia”; y si los absorbe, los belarusos dentro de Rusia sumarán sus voces a las de los manifestantes de Jabárovsk. Hoy en día, Moscú podría ser capaz de contrarrestar tal desarrollo. Pero es una cuestión abierta en cuanto a cuánto tiempo seguirá siendo así.