Biden castigó severamente a Arabia Saudita y a los Emiratos Árabes Unidos por participar en la guerra contra los Hutíes, el representante de Irán en Yemen.
Hace sesenta años, el presidente estadounidense John F. Kennedy afianzó su política exterior hacia Egipto con la ferviente creencia de que ofrecer al país rebelde incentivos positivos podría hacer que adoptara una conducta más moderada y contenida y renunciara a sus aspiraciones militares en la región.
La historia ha demostrado que la estrategia de aplacar a los radicales en Oriente Medio es fallida, pero parece que el legado de Kennedy sigue vivo hasta nuestros días. Se puede observar en la política del presidente Joe Biden hacia Irán.
Una cosa es evidente: la nueva administración está trabajando incansablemente para volver al acuerdo nuclear de 2015 alcanzado con los ayatollas lo antes posible.
El nuevo presidente considera que el Plan de Acción Integral Conjunto es la única manera de hacer frente al desafío iraní de forma eficaz. Sus decisiones se basan en el consenso internacional, que repercutirá en todas las decisiones futuras relativas al régimen de Teherán.
La administración cree que volver a participar en el acuerdo nuclear crearía una palanca para la futura ampliación del acuerdo. También pretende abordar los futuros problemas de la subversión iraní en toda la región y el programa de misiles del régimen, e intenta corregir los numerosos defectos del JCPOA.
La historia ha demostrado que esto es una quimera. Es dudoso que la vuelta de Washington al acuerdo provoque algún cambio en la conducta del régimen iraní. Al contrario: abandonar la disuasión existente creada por el presidente Donald Trump supera significativamente los beneficios teóricos de volver a la mesa de negociaciones.
No olvidemos tampoco que el afán de Biden por volver al acuerdo señala que considera que Arabia Saudita, y no Irán, es la manzana podrida de Oriente Medio.
La decisión de Biden de congelar la venta de armas a Arabia Saudita y a los Emiratos Árabes Unidos, un elemento central en su decisión de normalizar las relaciones con Israel, ya ha provocado un debilitamiento de los Acuerdos de Abraham.
Como resultado, Washington castigó severamente a Arabia Saudita y a los Emiratos Árabes Unidos por participar en la guerra contra los Hutíes, el representante de Irán en Yemen, mientras se deshacía en elogios hacia Irán.
El abandono por parte de Estados Unidos de su aliado saudí solo será visto por Irán como una debilidad y, a su vez, solidificará sus aspiraciones regionales.
Ni que decir tiene que uno de los retos más complejos para Biden es encontrar el equilibrio entre el valor de los derechos humanos y la fría y sobria consideración de los intereses estadounidenses.
Sin embargo, el hecho de que la administración castigue a Arabia Saudita por dañar a los civiles en Yemen y por el atroz asesinato del periodista y crítico del régimen Jamal Khashoggi, pero siga trabajando incansablemente para negociar con los representantes del opresivo régimen iraní, apunta a un doble rasero.
El mundo en el que vivimos está lejos de ser perfecto. Toda decisión debe considerarse en el marco de los intereses tradicionales de Estados Unidos. El nuevo presidente del pueblo estadounidense demuestra una actitud purista y distorsionada hacia un entorno saturado de inestabilidad y violencia, y abandona a sus aliados en aras de renovar la ilusión iraní.