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Occidente concede tiempo a quien solo fabrica amenazas: Irán

28 de julio de 2025
El líder supremo de Irán hace su primera aparición pública desde el inicio de la guerra con Israel

En esta foto proporcionada por la Oficina del Líder Supremo iraní, el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, asiste al ritual de luto “Tasua” (noveno día) para conmemorar el martirio del nieto del profeta Mahoma, el imán Hussein, durante el mes islámico de Muharram antes de Ashura, el 5 de julio de 2025. (Oficina del Líder Supremo iraní vía AP)

En persa existe un proverbio que dice: “Si tienes suficiente paciencia, las uvas verdes acabarán por volverse muy dulces”. Mucho se ha dicho sobre la “paciencia estratégica del régimen iraní”, pero cabe preguntarse si realmente se trata de una paciencia calculada y dosificada o, más bien, de una pérdida interminable de tiempo mientras se espera que las condiciones y los procesos se alineen según los deseos de Teherán.

La guerra de los doce días fue el resultado de muchos años de preparación, recolección de inteligencia y enormes inversiones por parte de Israel y sus aliados occidentales. Recuerdo que cuando me incorporé en 1991 a una unidad de inteligencia abierta dentro del Aman–Jatzav, el entonces comandante de la Fuerza Aérea, Herzl Bodinger, declaró que Israel adquiría aviones F-15 porque tarde o temprano tendría que atacar Irán. Sin embargo, los iraníes también se prepararon y avanzaron en sus programas de armas nucleares, misiles y terrorismo (no necesariamente en ese orden, ya que desde su perspectiva la estrategia terrorista progresó desde el primer día y fue la más exitosa). Eso sí, lo hicieron con una lentitud tal que llevó a Israel y a Occidente a concederles tiempo.

En Irán, a diferencia de Occidente, el factor tiempo no tiene peso ni valor. El régimen está dispuesto a esperar y dilatar los procesos durante años hasta que estos maduren o surja una oportunidad, por ejemplo, una guerra civil en otro país que permita a Teherán intervenir y tomar el control de la guerra, como ocurrió en Líbano, Siria, Irak y otros casos similares. Por esta razón, y basándose en experiencias anteriores, Irán depositó grandes esperanzas en la polarización interna dentro de Israel.

El régimen iraní es capaz de ralentizar sus acciones con el único propósito de garantizar su supervivencia. Tal como expresa el proverbio citado, sabe esperar hasta que las uvas se endulcen, o como reza el dicho del judaísmo religioso: “Sentarse y no actuar — mejor”. Por eso, en las semanas posteriores a la guerra, el Ministerio de Asuntos Exteriores iraní, descrito por el propio líder supremo Jameneí como “el brazo político del régimen”, lanzó una campaña en la que se presenta a Irán como víctima de la guerra, en la que —según afirma— sus instalaciones nucleares fueron duramente atacadas sin justificación alguna.

El régimen intenta así castigar a Israel, en una estrategia narrativa muy similar a la de Hamás en Gaza. A la vez, proyecta una imagen de cohesión nacional al mostrar un supuesto retorno del pueblo iraní al nacionalismo, con apoyo al Estado aunque no necesariamente al régimen. Según esa narrativa, ahora el pueblo comprende que el enemigo sionista es capaz de atacarlo sin contemplaciones. También se ha reducido notablemente la cantidad de amenazas verbales de los generales de la Guardia Revolucionaria, al parecer como parte de un intento por superar los próximos meses y recomponerse, alejando tanto como sea posible el riesgo militar y el impacto de la guerra.

La lógica detrás de esta estrategia es que, una vez que la amenaza inmediata haya pasado y el líder supremo siga en el poder, los daños podrán ser absorbidos, y el régimen podrá retomar su política de dilación hasta que surja una nueva oportunidad: una posible falta de interés por parte de Trump respecto a Irán, una mayor implicación de Israel en Gaza, o cualquier otra coyuntura que sirva de brecha. Entonces podrá reactivar su plan terrorista —que constituye la esencia de la revolución islámica y sin el cual, ni sin sus tentáculos regionales, dicha revolución no puede existir— o lanzar cualquier otro proyecto destructivo contra Israel y los Estados moderados de Oriente Medio y del resto del mundo.

El líder supremo de Irán, Alí Jameneí, permite absorber los daños. El régimen iraní, que jamás ha apostado por una autocrítica real, una investigación seria sobre los hechos pasados o una reforma profunda del sistema, vuelve a demostrar que no siente necesidad alguna de hacerlo. A su juicio, los recursos colosales que el enemigo invirtió en la guerra fueron temporales y no rindieron frutos en sentido pleno. Solo causaron un daño momentáneo que puede ser subsanado.

Sobre ese altar, el régimen también sacrifica a la población iraní, que, desde hace décadas, se encuentra en el lado opuesto del régimen y ha dejado de creer en sus valores y objetivos. Algunas estimaciones calculan que alrededor del 80 % de la población ha perdido la confianza en el régimen, que ni siquiera logra garantizarle agua potable, electricidad ni aire limpio. A ello se suman una inflación persistente, un desempleo elevado y múltiples crisis a lo largo del país.

Ni siquiera la guerra contra Israel ha bastado para restaurar el apoyo popular al régimen. La ciudadanía lo percibe como el principal responsable de los problemas estructurales de Irán. Algunos incluso celebraron que, al fin, una potencia occidental haya atacado al régimen que asesinó a muchos opositores y los encarceló durante años. No obstante, esa alegría aún no se ha traducido en una oposición organizada, aunque sí han surgido protestas esporádicas con una intensidad mayor que en el pasado, motivadas por problemas de infraestructura y economía. Si apareciera un liderazgo adecuado, podría canalizar ese descontento contra el régimen.

Occidente, e Israel en particular, debe decidir si volverá a conceder al régimen iraní el tiempo que necesita para recuperarse o si permanecerá alerta y supervisará estrictamente sus avances en los campos nuclear y terrorista, para neutralizarlos cuando aún se encuentren en fase incipiente. Dado que el capital humano del régimen es extremadamente limitado, no resulta razonable permitirle formar una nueva generación de científicos nucleares y comandantes experimentados de la Guardia Revolucionaria. Es fundamental recordar que ya se libró una guerra contra Irán, un enemigo que demostró ser mucho menos capaz de lo que se temía. Esta vez, el tiempo debe jugar a favor de Israel, no del régimen iraní.

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