La Parashá Tetzavé inicia con una instrucción cargada de simbolismo: “Y tú ordenarás a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de oliva machacado para la luz, para hacer arder la lámpara continuamente” (Éxodo 27:20).
Luego, la Torá detalla las vestimentas sagradas que Aarón y sus hijos debían usar como kohanim, descritas como lejavod ultif’aret, “para gloria y esplendor”. A simple vista, el aceite para la menorá y las vestimentas del sacerdocio parecen temas distintos. Sin embargo, ambos revelan una conexión profunda sobre nuestra identidad y la manera en que nos presentamos al mundo.
El aceite debía ser katit, machacado, extraído mediante presión para obtener su forma más pura. Su propósito no era solo alimentar la menorá, sino simbolizar la pureza interna que emerge bajo circunstancias difíciles. Más que un combustible, representaba la luz divina y nuestra capacidad de reflejarla, una llama constante que no se apaga.
Las bigdei kodesh, en cambio, no eran simples atuendos. Diseñadas con precisión y cargadas de significado, cada prenda –efod, pectoral, túnica– tenía un propósito sagrado. La palabra hebrea beged (vestimenta) comparte raíz con bagad (traicionar), lo que sugiere que la ropa puede ocultar la verdadera identidad. Sin embargo, las vestimentas sagradas no encubrían, sino que manifestaban la kedushá de quienes las portaban, alineando lo externo con lo interno.
Aquí radica la relación entre el aceite y la vestimenta. Así como la presión extrae la esencia más pura del fruto, los desafíos revelan nuestra verdadera identidad. Cuando lo que proyectamos al mundo refleja nuestra esencia, vivimos lejavod ultif’aret, en autenticidad y santidad.
Cada uno lleva “vestimentas”, no solo en la ropa, sino en las palabras, acciones y decisiones. Ante la presión de la vida, se revela nuestra verdad interna. La pregunta central de Tetzavé es si nuestras “vestimentas” reflejan esa esencia o si son una máscara que oculta quiénes somos.
Este Shabat es una oportunidad para reflexionar. Que nuestras palabras y actos sean como el aceite puro, iluminando con autenticidad. Que nuestra apariencia exterior no sea un disfraz, sino la expresión genuina de nuestra kedushá. Cuando interior y exterior se alinean, no solo honramos a HaShem, sino que irradiamos luz constante a nuestro alrededor.
Shabat Shalom.