CIUDAD DE MÉXICO – Si el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva recupera el cargo en las elecciones de octubre próximo (como ahora parece probable), y si el candidato presidencial de izquierda de Colombia, Gustavo Petro, gana en mayo, sus victorias se sumarían a una ola que comenzó con la victoria del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador en 2018. Después de AMLO vinieron las victorias del presidente argentino Alberto Fernández en 2019, el presidente boliviano Luis Arce en 2020, y el presidente peruano Pedro Castillo y el presidente chileno Gabriel Boric en 2021.
Muchos observadores ven una repetición de la “marea rosa” que siguió a la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela en 1999. Las sucesivas victorias de la izquierda fueron para el presidente chileno Ricardo Lagos en 2000, Lula en 2002, el presidente boliviano Evo Morales en 2005 y el presidente ecuatoriano Rafael Correa en 2006, entre otros.
Para algunos, la tendencia actual refleja un cambio necesario en países donde la desigualdad se ha vuelto insoportable tras la pandemia. Pero para otros, el giro a la izquierda debería verse como una importante amenaza para la región y para Estados Unidos, teniendo en cuenta el extremismo de algunos de los nuevos líderes y las incursiones que Rusia y China han estado haciendo en América Latina.
En realidad, la situación es más complicada de lo que sugiere cualquiera de estas opiniones. Después de la primera marea rosa, señalé que había dos izquierdas latinoamericanas: una era moderna, democrática, cosmopolita, promercado y socialdemócrata; la otra era nacionalista, autoritaria, estatista, populista y anacrónica. Ahora, hay claramente tres “izquierdas”, cada una con poco en común con las otras.
Sin duda, todos los líderes de la actual ola se identifican como progresistas, y el éxito de muchos es una respuesta a la mala gestión de la pandemia del COVID-19. Todos sus programas ponen un fuerte énfasis en las políticas sociales populistas, y la mayoría tiene una perspectiva antiestadounidense discernible sobre la política exterior y cuestiones como los derechos mineros y la inversión interna.
Pero hay diferencias significativas. La primera de las tres izquierdas incluye al trío de dictaduras: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Si bien estos regímenes buscan asociarse con el resto de la izquierda latinoamericana, y mientras otros líderes regionales de izquierda evitan criticarlos, se encuentran plenamente en una categoría propia. Desde 2018, todos los nuevos líderes han sido, o serán, elegidos democráticamente en países que gozan de libertades básicas, economías de mercado y relaciones cordiales con Washington, DC. Cuba, Nicaragua y Venezuela no comparten ninguna de estas características.
La segunda categoría incluye líderes, regímenes y partidos que tienen o han tenido una inequívoca inclinación socialdemócrata. Un buen ejemplo es Boric. Aunque su coalición tiene un ala izquierda intransigente que incluye al Partido Comunista, al movimiento indígena mapuche y a varios miembros radicales de una Asamblea Constituyente, Boric parece seguir los pasos de predecesores como Lagos y Michelle Bachelet (que forjaron lo que el exministro de Estado chileno Carlos Ominami llamó la “nueva vía chilena”).
Lo mismo ocurriría con Lula si vuelve a ocupar el cargo. Durante su primer mandato (2003-07), Lula aplicó políticas económicas ortodoxas, no mostró prácticamente ninguna inclinación autoritaria y aplicó políticas sociales eficaces y financiadas con sensatez. Aunque se apartó de este enfoque prudente durante su segundo mandato y cometió algunos excesos retóricos y de política exterior, el carácter básico de su administración siguió siendo típicamente socialdemócrata.
Fernández también pertenece a este grupo, aunque es más bien un caso mixto. Tras heredar una enorme deuda externa y una elevada inflación del gobierno anterior, ha impuesto controles de precios y de cambio, se ha entregado a una retórica estridente y ha coqueteado con Rusia y China.
En última instancia, Boric, Lula e incluso Fernández están más cerca del centro que de la extrema izquierda, porque surgieron de sistemas electorales de varias vueltas en los que la victoria requiere ir más allá de la propia base política. Los casos de AMLO, Petro, Castillo y Arce son diferentes. AMLO se empeña en gobernar solo para su base, y Petro ha dejado claro que gobernaría para la izquierda ecologista (lo que quizá explique el reciente descenso de sus índices de aprobación).
Del mismo modo, Arce sigue siendo cercano y leal al populista Morales, su antiguo jefe y predecesor como presidente boliviano. Y aunque Castillo ha dedicado más tiempo a evitar los recurrentes intentos de destitución que a cualquier otra cosa, comparte gran parte de la ideología estatista, nacionalista y populista que propugnan los demás miembros de la tercera izquierda.
AMLO ha sido un exponente de este enfoque con sus constantes ataques a las instituciones independientes de México, desde la autoridad electoral y el Instituto Nacional de Transparencia hasta diversas organizaciones de la sociedad civil y los medios de comunicación. Esta ofensiva no ha tenido mucho éxito, pero a medida que se acerca el final de su administración, los riesgos de una mayor represión pueden ser cada vez mayores. Con políticas energéticas que no solo son regresivas desde el punto de vista medioambiental, sino también altamente estatistas y nacionalistas, AMLO se ha remontado a la era de los poderosos, corruptos e ineficientes monopolios estatales del petróleo y la electricidad. Por lo tanto, es difícil diferenciarlo de los líderes latinoamericanos clásicos, populistas y anacrónicos del pasado.
Más allá de las diferencias obvias entre los estilos y las plataformas de estos líderes de izquierda, la idea de una “nueva marea rosa” solo llega hasta cierto punto. Si bien todas las economías latinoamericanas han sido golpeadas por la recesión de 2020, algunos países simplemente se enfrentan a restricciones mucho más estrictas que otros. La pobreza y la desigualdad han aumentado, los ingresos fiscales han disminuido y la recuperación está tardando más de lo previsto.
En estas circunstancias, satisfacer las demandas de los votantes no será fácil. A pesar de las mejores intenciones de los políticos y del entusiasmo de sus partidarios, las victorias electorales no garantizan un cambio social radical. A pesar de sus fulminaciones contra el libre comercio, por ejemplo, Boric, Castillo, Petro y AMLO no han mostrado ninguna voluntad de retirarse de los acuerdos de libre comercio de sus países con Estados Unidos.
No hay una nueva marea rosa en América Latina. Más bien, hay una diversidad de gobiernos y movimientos que a menudo se apoyan en una retórica similar, pero cuyas diferencias sustantivas son más significativas que sus similitudes. En este sentido, la región debería considerarse afortunada.
Jorge G. Castañeda, exministro de Asuntos Exteriores de México, es profesor de la Universidad de Nueva York y autor de America Through Foreign Eyes (Oxford University Press, 2020).