En Cuba hay una dictadura y la gente ha salido a protestar, exigiendo libertad. Este simple hecho, con el que cualquier persona democrática puede simpatizar, es rechazado por sectores de la izquierda en América Latina. Han demostrado que hay un gran vacío en su compromiso con la democracia, que debe ser abordado y rectificado para no dejar ninguna ambigüedad en el compromiso de cualquier movimiento político con las libertades civiles.
Además, los movimientos de izquierda latinoamericanos han trabajado repetidamente en contra de las instituciones democráticas una vez en el poder. Hay una letanía de ejemplos: Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia han soportado en mayor o menor medida gobiernos de izquierda que han dado golpes parciales o estructurales para eliminar a la oposición, concentrar el poder o perpetuarse en él.
Una de las razones por las que la izquierda colombiana lo pasó mal en las últimas elecciones presidenciales, y por las que (el candidato de izquierdas) Gustavo Petro genera tanta resistencia, es porque muchos votantes no le creen cuando dice que es un demócrata. Lo ven como otro caudillo en ciernes, que eliminaría los controles democráticos en el momento en que llegara al poder.
Hay formas de eludir la cuestión cubana, incómoda para la izquierda. Por ejemplo, a través de declaraciones ambiguas, llamando al diálogo en un momento, y luego sugiriendo que las protestas son fomentadas desde el extranjero, o citando la distracción que supone el embargo de Estados Unidos a Cuba. O bien, no dicen nada sobre Cuba mientras hablan sin cesar de Colombia, España, Argentina o Chile.
El embargo es una política criminal, pero ha servido más a la dictadura cubana que a Estados Unidos. Gracias al embargo, el régimen dictatorial ha tenido una excusa perfecta para justificar su monumental fracaso. El embargo también le asegura la simpatía de la izquierda latinoamericana, que es antiestadounidense por principio. Se puede escuchar a la gente decir que Estados Unidos debe levantar primero su embargo antes de que podamos hablar de cualquier apertura, democracia, derechos humanos o civiles en Cuba. Eso es utilizar la dignidad de un pueblo como moneda de cambio.
Se puede entender la nostalgia, los sueños de una utopía socialista y décadas de romanticismo. Pero el sentimentalismo político no puede debilitar el compromiso con la democracia ni ocultar la salvajada de 100 personas encarceladas o desaparecidas en un solo día de protestas. Hay otro mito, el de que Cuba tiene un sistema sanitario ejemplar y hay comida para todos, y que solo necesita escuchar más a la gente de a pie. Este mito es obra de una máquina de propaganda. La gente tiene hambre y no hay sanidad para todos. Por encima de todo, la gente quiere libertad.
Rompamos la pequeña burbuja. Cuba es una isla en la que se encarcela a músicos, artistas, escritores, periodistas y opositores, o se les vigila continuamente. Su gobierno supuestamente socialista es ineficiente y criminal.
Hay algo decididamente peligroso en la gente que defiende el régimen cubano: ¿cuánta represión defenderían en sus propios países si uno de su propia ideología (o lo que ellos venden como su ideología) tomara el poder? Espero que estos simpatizantes no quieran una dictadura al estilo cubano en su país. Pero no deberían quererla ni siquiera para Cuba.