Cuando Hezbolá, Bashar Assad y Vladimir Putin asesinan a sus críticos, el objetivo de este ejercicio no es ocultar sus huellas, sino transmitir a todos los que se oponen a ellos: “Tú podrías ser el próximo”. Esta filosofía mafiosa de poder consiste en hacer alarde agresivamente de su impunidad en la cara de la gente, mientras que mantiene una hoja de parra de negación: “Eso no tiene nada que ver conmigo”, seguido de la sonrisa petulante.
Sergei Skripal y Alexander Litvinenko fueron envenenados con agentes nerviosos y material radiactivo deliberadamente exóticos, como si el Estado ruso dejara calculadamente su tarjeta de visita tóxica en las ciudades británicas. Los iraquíes que critican la interferencia iraní son fusilados fuera de sus casas a plena luz del día, delante de sus hijos. Otro lugar favorito para los asesinatos de los paramilitares apoyados por Irán es fuera de las estaciones de policía iraquíes. No se trata de escapar de la justicia, sino de secuestrar la justicia: “Controlamos el Ministerio del Interior, los servicios de seguridad, los tribunales, el Estado”.
Rafik Hariri no fue asesinado en silencio en el 2005; fue atomizado en una explosión masiva de tres toneladas de TNT que mató a otras 21 personas y destruyó una calle principal. Entre el 2004 y 2008 hubo docenas de atentados con coches bomba contra críticos del eje Hezbolá-Siria-Irán, entre ellos Samir Kassir, Gibran Tueini y Antoine Ghanem. Esas figuras fueron objeto de intensas campañas de difamación en los medios de comunicación pro Hezbolá antes de sus asesinatos. Se calculó que las explosiones de gran tamaño dejaban temblando a toda la población de Beirut. Quince años después, sigue siendo dudoso que alguien pase un día en prisión por cualquiera de estos ataques.
La devastadora explosión de este mes fue un traumático recordatorio de esa fase en la que cada semana se producían nuevos ataques con bombas. Ha surgido información adicional que conecta a Hezbolá con el verdadero propietario del barco del que procedían las 2 750 toneladas de explosivos, junto con pruebas de que una proporción sustancial de estos explosivos puede haber sido ya retirada. Alrededor del 2013-2014, Hezbolá compró cerca de mil toneladas de nitrato de amonio al Irán (algunas de las cuales se transfirieron a través del puerto de Beirut). Por lo tanto, es ridículo sugerir que Hezbolá no estaba interesada en explosivos idénticos almacenados en instalaciones portuarias sobre las que ejerce un alto grado de control.
Nadie cree en el mensaje de Hezbolá de que “esto no tiene nada que ver con nosotros”, pero a Hezbolá no le importa porque confía en su impunidad de hierro fundido, en particular en que los dirigentes de Líbano hagan todo lo posible por impedir cualquier tipo de investigación independiente de la explosión.
Hezbolá cree cada vez más que el tiempo está de su lado mientras trabaja en la formación de un nuevo gobierno de “unidad nacional”, esperando que la ira libanesa se disipe y que pueda volver a la normalidad. No se debe permitir que Hezbolá se salga con la suya. Otra vez.
Al ir tras los soldados de a pie, y sin el mandato de investigar a Hezbolá como una organización, el tribunal Hariri no entendió el punto. Salim Ayyash (que permanece oculto) era solo un pequeño engranaje que obedecía órdenes. Merece pudrirse en la cárcel, pero es 100 veces más importante que los líderes que siguen ordenando la violencia tengan que rendir cuentas.
Cuando Ayyash y otros operativos fueron acusados, Hezbolá no los rechazó o denunció, los abrazó. Nasrallah alabó a Ayyash como un agente “honorable” y se comprometió a “cortar las manos” de cualquiera que tomara medidas contra él, no porque afirmara que Ayyash era un ciudadano privado inocente, sino porque Ayyash cumplía las órdenes de Nasrallah.
La muerte en el 2016 del segundo al mando de Hezbolá, Mustafá Badreddine, significó que el tribunal no se pronunció sobre su complicidad en el asesinato de Hariri; sin embargo, antes de los veredictos, los activistas de Hezbolá publicaron imágenes de Badreddine en línea, utilizando la etiqueta “a quien matamos se lo merecía”.
Hezbolá nunca se disculpa. En el actual clima de crisis y extrema polarización política, existen temores legítimos de que se reanuden esos asesinatos, en particular por la forma en que Nasrallah ha desplegado sus fuerzas para atacar físicamente a los manifestantes.
El activista iraquí Dr. Reham Yacoub fue asesinado este mes, como parte de una sucesión de intentos de asesinato contra activistas en Basora, muchos de ellos mujeres. El investigador de la militancia Hisham Al-Hashimi fue asesinado en Bagdad. Más de 600 manifestantes han sido asesinados por francotiradores y pistoleros paramilitares, además de los miles de ciudadanos asesinados por estas milicias en purgas sectarias durante los últimos 15 años.
El líder de la oposición rusa Alexey Navalny está en coma después de otro intento de envenenarlo. Los críticos de Putin son frecuentemente asesinados a tiros en la calle, o “caen” de edificios altos. El juez iraní fugitivo Gholamreza Mansouri fue arrojado por la ventana de su habitación de hotel en Rumania en junio. Miles de activistas iraníes han sido asesinados, y numerosas embajadas iraníes en toda Europa participan activamente en complots para matar a opositores al régimen. También se entiende que Recep Tayyip Erdogan ejerce una política sistemática de atacar a los opositores en el extranjero. El reciente caos en Belarús es la consecuencia directa de señalar todas las posibles fuentes de la oposición para la violencia, la detención y el asesinato.
La comunidad internacional y los mecanismos judiciales a menudo tratan erróneamente los asesinatos como fenómenos individuales en lugar de formar parte de un aparato sistemático para ejercer el poder, neutralizando todas las manifestaciones de la oposición mediante el asesinato y el terror.
En cambio, la respuesta mundial debería basarse en la idea de que la capacidad de los elementos respaldados por el Estado para asesinar a sus enemigos con impunidad es uno de los principales rasgos distintivos entre una democracia sana y un despotismo represivo que no rinde cuentas. El vacío de liderazgo mundial de los últimos cuatro años proporcionó el entorno perfecto para los dictadores, déspotas y criminales de guerra.
Esas tácticas asesinas acaban siendo contraproducentes; cuando se bloquean las rutas hacia la transición civilizada y legal del poder, el cambio solo puede producirse en medio de escenas violentas cuando millones de ciudadanos toman las calles. Putin puede haber extendido su mandato hasta el 2036, pero nadie puede permanecer en el poder para siempre. Cuanto más recurra Nasrallah a la fuerza bruta, más ciudadanos se volverán valientemente contra Hezbolá.
Como descubrieron Muammar Gadafi y Ali Abdullah Saleh, de las peores maneras imaginables, cuando los líderes eligen vivir por la espada, pueden encontrarse muriendo por la espada.