El periódico iraní Jomhouri Islami reveló el lunes la creación de una milicia proiraní en Afganistán. La revelación coincide con la actual retirada de las tropas estadounidenses del país y es un mal presagio para su seguridad y estabilidad. Según el periódico, el nuevo grupo se llama, curiosamente utilizando el árabe, “Hashd Al-Shi’i” (Movilización Chiíta). No ha utilizado un nombre en farsi, dari o pashtún, sino que curiosamente ha tomado prestado el nombre en árabe del conjunto iraquí, Al-Hashd Al-Sha’abi, para una serie de milicias. También es curioso que haya utilizado explícitamente la palabra de la secta chiíta en el nombre del grupo; algo que Teherán ha evitado cuidadosamente en el pasado. El periódico es un portavoz conservador, fundado por Ali Jamenei en 1979.
Los funcionarios afganos se apresuraron a denunciar este hecho. Qasem Vafaizadah, director del Ministerio de Información y Cultura afgano, declaró el lunes: “Con este tipo de conspiración, Irán está complicando la guerra en Afganistán provocando al pueblo y creando amenazas a la seguridad, pero este fuego también quemará a Irán”. Vafaizadah subrayó: “No hay lugar en Afganistán para estos grupos mercenarios que actúan como marionetas de los extranjeros”. Shah Hossein Mortazavi, asesor principal del presidente afgano Ashraf Ghani, afirmó que Afganistán no correrá la misma suerte que Siria, Yemen, Irak y Líbano, y que la “sedición” de Irán fracasará.
Irán ve la salida de Estados Unidos como una oportunidad para ampliar su influencia en Afganistán, aprovechando un vacío de seguridad en el país para expandir su huella militar hacia el este. En abril, el ministro de Asuntos Exteriores, Javad Zarif, acogió con satisfacción la prevista retirada de Estados Unidos, describiéndola como una “medida positiva”, lo que convirtió a Irán en una de las pocas entidades que acogieron con satisfacción la prematura salida. Sin embargo, Zarif también advirtió del “vacío” resultante y de una “nueva guerra en Afganistán”.
Es probable que Zarif tenga razón sobre el vacío de seguridad y la posibilidad de una nueva guerra civil en Afganistán. Sin embargo, Teherán podría colaborar con las autoridades de Kabul y con sus vecinos para ayudar al país a mantener su estabilidad. Las noticias de esta semana indican que ha optado por un enfoque diferente, similar al papel que ha desempeñado en Irak, Siria, Líbano y Yemen, explotando las divisiones sectarias, a veces de su propia cosecha.
Desde la invasión estadounidense de Afganistán en 2001, Irán ha hecho de la lucha contra la influencia y los intereses estadounidenses en el país una causa importante, apoyando a los grupos que se oponen a la presencia de Estados Unidos. Irán ha apoyado, por ejemplo, a Al Qaeda, a grupos locales afganos y a sus propios proxys para socavar los intereses estadounidenses, sin enfrentarse directamente a las fuerzas americanas y de la OTAN. Y lo que es más importante, la intromisión de Irán en Afganistán ha socavado los esfuerzos del gobierno de Kabul por mantener la paz, la seguridad y la estabilidad en el país, de ahí la rápida y airada respuesta de los funcionarios afganos de esta semana.
Inicialmente, la intervención de Irán en Afganistán -o la exportación de su revolución al país- se concretó principalmente en el reclutamiento de afganos desde dentro de Afganistán y, de forma significativa, de la comunidad de refugiados afganos en Irán para ayudar a cambiar el rumbo de la guerra de 1980-88 contra Irak. Unos 3.000 combatientes afganos murieron en esa guerra. A la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) se le asignó la tarea de exportar la revolución y entrenar a los reclutas extranjeros. Tras el final de la guerra de Irak en 1988, los combatientes afganos fueron dados de baja, enviados de vuelta a Afganistán o movilizados posteriormente para los nuevos frentes que Irán abrió en Irak y Siria.
El grupo terrorista Brigada Fatemiyoun es el más conocido de los mercenarios afganos respaldados por Irán que luchan en Siria. Los funcionarios iraníes tratan de distanciarse del grupo, pero es de dominio público que estos mercenarios fueron reclutados, entrenados, armados y financiados por Teherán. Su número no se conoce con exactitud, pero se estima que son entre 5.000 y 30.000 (la primera es la cifra sugerida por Irán). En enero de 2018, un funcionario de Fatemiyoun dijo que 2.000 de su grupo habían muerto en Siria y más de 8.000 resultaron heridos, lo que indica que la fuerza total del grupo es mucho mayor de lo que afirma Irán.
Irán dispone de una reserva de más de 3 millones de refugiados para reclutar combatientes. Ya ha utilizado esa reserva y tiene el potencial de desplegar un mayor número de combatientes en Afganistán. Ya ha redistribuido unos 3.000 combatientes de Fatemiyoun de Siria a Afganistán.
En una entrevista televisiva de diciembre de 2020, Zarif sugirió que los combatientes del Fatemiyoun podrían ayudar en la lucha contra el ISIS en Afganistán. “Son las mejores fuerzas con antecedentes militares en la lucha contra ISIS”, dijo, proponiendo que el gobierno afgano reclutara su apoyo, pero su sugerencia fue denunciada por Kabul. Probablemente todos los bandos de Afganistán se opondrían al despliegue de la tristemente célebre Brigada Fatemiyoun o de cualquier otro grupo respaldado por Irán, por temor a que sean sectarios. Su presencia no haría más que avivar las luchas intracomunitarias.
Además de la nueva milicia sectaria, Teherán ha estado reforzando sus despliegues militares a lo largo de la frontera entre Irán y Afganistán desde el comienzo de la retirada de las tropas estadounidenses. Las fuerzas del CGRI y el equipo militar pesado, así como los medios de la fuerza aérea, están siendo redesplegados en la frontera, aumentando las tropas regulares y los guardias fronterizos. La nueva postura militar permitiría a Irán emprender acciones ofensivas dentro de Afganistán una vez que la retirada estadounidense haya concluido el 11 de septiembre.
El grupo recién anunciado es probablemente una fachada del grupo terrorista Brigada Fatemiyoun y podría ser utilizado para encabezar cualquier ofensiva iraní en Afganistán, de forma similar a su papel en Siria, por ejemplo.
Con la toma de posesión del presidente electo Ebrahim Raisi, prevista para el 5 de agosto, el presidente de línea dura podría querer establecer su buena fe revolucionaria atacando Afganistán. Como Raisi cuenta con el apoyo del líder supremo y del Majlis radical, no pondría objeciones al ataque. Un ataque contra la minoría chiíta de Afganistán sería un pretexto muy conveniente.