El 4 de agosto, Diana Saccal, de 55 años, estaba sola haciendo algunas tareas en su casa de Hamra, ubicada en 3½ a kilómetros del puerto de Beirut. Cuando se produjo la explosión, el techo se derrumbó sobre su cabeza y el vidrio se rompió en su cara.
“No entendía lo que estaba pasando y aunque estaba totalmente cubierta de sangre, solo podía pensar en mi hija Lynn, que salió esa noche”, mencionó Saccal a Al-Monitor. La peor vista fue en su camino al hospital cuando se dio cuenta de la magnitud de los daños en los edificios y calles, y de los innumerables cuerpos heridos. “Era como una película de terror del apocalipsis de zombis”.
Saccal señaló que, desde la explosión, está constantemente asustada en su propia casa, sobre todo cuando se sienta junto a las ventanas. “El más pequeño sonido nos asusta ahora”, manifiesta su hija de 24 años, Lynn Zein, que vio a su madre cubierta de sangre. Añadió que no está durmiendo lo suficiente.
El número de personas que murieron en la masiva explosión de Beirut es de 178, con un estimado de seis mil heridos y al menos 30 desaparecidos, informó las Naciones Unidas el 14 de agosto. Las cifras siguen aumentando. Los expertos indican que la explosión es una de las mayores explosiones no nucleares de la historia reciente; se cree que fue causada accidentalmente por una reserva de 2 750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas en el puerto.
Rawane Chanouha, una ingeniera de software de 26 años, estaba en su oficina en el centro de Beirut cuando escuchó la explosión inicial, más pequeña. Ella y todos sus colegas se metieron debajo de las mesas de la oficina, suponiendo que el aumento de las tensiones entre Israel y Hezbolá había llevado a un ataque aéreo israelí. Debido a su rápida reacción, todos estaban protegidos, al menos físicamente, cuando la segunda explosión más grande hizo pedazos la ciudad. Pero la angustia mental ha demostrado ser más difícil de escapar.
“Estoy constantemente paranoico mientras estoy en casa, temiendo que las ventanas se rompan de nuevo”, señaló Chanouha. “Mis padres se preocupan cada vez que salgo porque con la incertidumbre que estamos viviendo, ¿qué pasaría si se produjera otra explosión?”
Chanouha manifestó que ella y muchos de sus amigos ahora tienen pocas esperanzas para su futuro. Estos sentimientos se ven exacerbados por la falta de responsabilidad de la élite política.
El 17 de agosto, el jefe de la autoridad aduanera de Líbano fue arrestado después de ser interrogado sobre la explosión masiva, pero esto no es suficiente para la mayoría de la gente.
Rabih el-Chammay, el director del Programa Nacional de Salud Mental de Líbano, afirmó a Al-Monitor que la catástrofe es más grande de lo que nadie podría manejar. Reacciones como el miedo y la preocupación constantes son muy normales después de una experiencia colectiva tan intensa, ´reafirmó Chammay. Añadió que incluso antes de la explosión, la difícil situación económica de Líbano podría aumentar las enfermedades mentales en cualquier país. Meses de restricciones de movimiento por la COVID-19 han exacerbado la desesperación; Líbano se someterá a un cierre total de dos semanas a partir del 21 de agosto para frenar el aumento de casos de coronavirus en el país.
“El primer paso para apoyar a las víctimas es ayudarlas de manera práctica, como asegurarse de que reciben la comida que necesitan y ayudarlas a reparar sus casas. Mientras tanto, tenemos que escucharlos y hacer que la ayuda profesional sea accesible en caso de que la necesiten”, expresó Chammay.
Nehna Haddak (Estamos contigo), una iniciativa que comenzó con profesores y estudiantes de psicología de la Universidad de Líbano durante la pandemia del coronavirus con el objetivo de proporcionar apoyo mental, participa ahora en un esfuerzo voluntario que se centra en ayudar a las víctimas de la explosión. “No se puede empezar a dar apoyo mental a la gente sin asegurarse de que reciben la ayuda básica”, indicó Nancy Jdid, graduada en psicología de 24 años y jefa de equipo en Nehna Haddak. “También hay que saber cómo hablar con las familias mientras se les ayuda cuando tienen un miedo constante. A menudo han perdido un miembro de la familia en la explosión o han perdido uno”.
Zahraa Qays, de 25 años, otra voluntaria de Nehna Haddak, dijo a Al-Monitor que hay reacciones que el equipo nunca olvidará, como las de una chica de 19 años que se puso las manos en los oídos mientras hablaba porque todavía podía oír ruidos en su cabeza.
Las reacciones más asustadas y violentas, manifestó Qays, vinieron de los niños. “Había niños que se negaban a hablarme y me gritaban que me fuera, pero cuando conseguía calmarlos, me explicaban lo aterrador de la experiencia”.
“Los niños tienen una forma diferente de procesar las cosas. Una de ellas es hacer un berrinche. Deberíamos explicarles lo que pasó de una manera simple y sin miedo y dejar claro que el evento no volverá a ocurrir”, señaló Chammay.
En cuanto a la generación mayor de Líbano, que vivió los horrores de la guerra civil de 1975-1990, sus reacciones son diferentes. Johny Mezher, un residente de Beirut de 68 años, señaló que durante la explosión no se asustó; esto no es nada nuevo para él. “Nuestra generación sobrevivió a una guerra violenta y esta explosión es solo una parte de ella”, informó Mezher a Al-Monitor. Pero incluso él admite que algunos ruidos fuertes ahora lo asustan.
Chammay manifestó que la mayoría de las personas que experimentan angustia relacionada con la explosión se recuperarán con el apoyo adecuado; sin embargo, no hay que subestimar el número de personas que desarrollarán trastornos mentales y necesitarán servicios de salud mental en los meses y años venideros.
Tras la explosión de Beirut se han producido violentas protestas masivas, en las que se han montado simulacros de horca y se han hecho llamados a la venganza contra la clase dirigente considerada responsable de la explosión. Los letreros dicen: “Aquí es donde se deben colgar los dogales”.
Al preguntársele si las protestas airadas que llaman a la violencia contra la clase política son una reacción normal ante tal evento, Chammay indicó: “La ira en estas circunstancias es muy normal, sobre todo porque esta catástrofe podría haberse evitado, por lo que no me corresponde a mí ni a nadie dictar cómo debe comportarse la gente después de tal tragedia”.