El 29 de diciembre, sólo dos días antes de que finalizara el plazo para que la Coalición Global liderada por Estados Unidos retirara sus fuerzas de combate de Irak, el primer ministro Mustafa Al-Kadhimi anunció que el último soldado estadounidense ya había abandonado su país y que las fuerzas extranjeras restantes sólo estaban allí para entrenar y asesorar a las fuerzas iraquíes.
Esto podría considerarse el fin de una era, pero también podría ser el comienzo de una nueva. La retirada, como muchos creen, puede llevar al resurgimiento del Estado Islámico (ISIS), que es sólo un escenario en la ausencia de fuerzas de combate estadounidenses en Irak. El propio resurgimiento del ISIS podría marcar el inicio de una nueva cadena de crisis que no sería fácil de manejar esta vez.
A principios de diciembre, cuando Estados Unidos comenzó la fase práctica de su retirada, el ISIS intensificó los ataques terroristas en las provincias de Diyala, Salahaddin, Anbar, Kirkuk y Nínive. En menos de 30 días, el grupo extremista mató al menos a 30 combatientes peshmerga de la región del Kurdistán, y a muchos más soldados y combatientes paramilitares iraquíes.
Pronto se interrumpió el debate sobre si Irak debía pedir a Estados Unidos que prolongara la retirada, pero ya era demasiado tarde porque los acuerdos oficiales ya se habían hecho.
Si consideramos el resurgimiento del ISIS como el primer escenario probable en ausencia de las fuerzas de combate de la coalición y de EE.UU., hay otros tres que podrían llegar a ser realidades inevitables.
En primer lugar, el posible regreso del ISIS podría dar a las milicias chiítas respaldadas por Irán en Irak una oportunidad para justificar la prolongación de su existencia, ya que se formaron originalmente para ayudar al ejército iraquí en su guerra contra el grupo extremista suní. Desde las últimas elecciones parlamentarias, el poderoso clérigo chiíta Muqtada Al-Sadr, cuyo Movimiento Sadrista ha salido victorioso, ha pedido en repetidas ocasiones la disolución de las milicias, para que las armas queden sólo en manos del Estado.
Por tanto, un aumento de los movimientos del ISIS en Irak podría dar a las milicias chiíes la oportunidad de convencer a líderes influyentes como Al-Sadr de que su existencia sigue siendo necesaria en Irak.
El segundo escenario es dar a Irán una ventaja de nuevo para dar forma al futuro del panorama político de Irak. Desde 2005, cuando la mayoría chiíta subió al poder en Irak, Irán ha sido un actor activo y, en la mayoría de los casos, decisivo en Irak. La fuerza de las milicias chiíes supondría una mayor hegemonía de Irán en Bagdad, donde ha quedado un vacío por parte de Estados Unidos y sus aliados desde su retirada.
La tercera es: si estos escenarios de dominación son los que debemos esperar, un último golpe llega cuando Bagdad no logra formar un nuevo gobierno, al menos uno inclusivo y exitoso.
En este escenario, las milicias chiíes han perdido las elecciones, pero es poco probable que dejen que sus rivales políticos tomen el poder y formen el próximo gobierno tan fácilmente y a través de un proceso democrático. Consideran que el verdadero poder proviene de la capacidad militar y no del respaldo público, lo que significa que mantendrán sus armas y, en consecuencia, su poder político.
Teniendo en cuenta estos argumentos, lo más probable es que Irak vuelva a experimentar un importante aumento de la violencia que ayudaría a Irán a reestructurar su estado profundo en Irak. También reavivaría la influencia regional de Irán, especialmente después de enfrentarse a un enorme revés en ausencia de Qasem Soleimani, el principal general iraní muerto en un ataque aéreo estadounidense hace dos años, que era conocido como el hombre que estaba detrás de cada movimiento político en Bagdad.
El autor es un periodista afincado en Erbil, en la región iraquí del Kurdistán. Escribe para varias organizaciones de noticias locales e internacionales sobre los acontecimientos políticos y de seguridad en la región del Kurdistán, Irak y la región en general.