Cuando los bombarderos B-29 Superfortress entraron en servicio en mayo de 1944, el rumbo de la Segunda Guerra Mundial ya estaba prácticamente decidido. En lugar de usarse contra la debilitada Alemania, estos aviones fueron enviados al Pacífico, donde llevaron a cabo intensos bombardeos incendiarios sobre Tokio y otras ciudades, culminando en la rendición de Japón tras el lanzamiento de bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
Han transcurrido 80 años desde el fin oficial de la Segunda Guerra Mundial, siendo el 2 de septiembre de 1945 la fecha en la que se dio por concluida la Guerra del Pacífico, aunque el emperador japonés ya había anunciado la rendición el 14 de agosto de ese mismo año.
El 6 de agosto de 1945, el Enola Gay, un Boeing B-29 Superfortress, lanzó la bomba “Little Boy” sobre Hiroshima. Al no recibir una rendición inmediata de Japón, el B-29 Bockscar arrojó “Fat Man” sobre Nagasaki el 9 de agosto, destruyendo cerca del 44% de la ciudad.
Antes de los ataques nucleares, Japón ya había contemplado la posibilidad de rendirse, y las detonaciones atómicas aceleraron esta decisión. Además, la invasión soviética de la Manchuria ocupada por Japón influyó en el contexto, aunque la determinación de rendirse ya estaba en marcha.
El 12 de agosto, tras el ataque a Nagasaki, el presidente Truman ordenó que no se lanzaran más bombas nucleares sin su autorización explícita, mientras esperaba la capitulación japonesa. A pesar de su deseo de evitar más ataques atómicos, Truman advirtió al embajador británico que, de no recibir la rendición de Japón, no tendría más opción que lanzar una tercera bomba sobre Tokio.
Mientras tanto, los bombardeos convencionales con B-29 continuaban. Entre el 14 y el 15 de agosto, un total de 825 B-29 llevaron a cabo el mayor ataque aéreo del teatro del Pacífico, siendo esta la última misión significativa de los B-29, coincidiendo con el anuncio japonés de aceptar una rendición incondicional.
Este bombardeo final en Japón representó la culminación de los dos proyectos más costosos de la guerra. El desarrollo y producción del B-29 representó una inversión de 3.000 millones de dólares, mientras que las bombas atómicas fueron producto del Proyecto Manhattan, que costó 1.900 millones de dólares.
En total, se construyeron aproximadamente 3.970 unidades del B-29, de las cuales dos siguen en condiciones de vuelo y pueden ser utilizadas para vuelos turísticos. Varios de estos bombarderos están expuestos en museos alrededor del mundo, y uno permanece sumergido en el fondo del lago Mead, cerca de Las Vegas.
Los B-29 fueron retirados oficialmente de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en 1960, pero siguen siendo un testimonio de la innovación tecnológica del siglo XX, el enorme esfuerzo bélico de Estados Unidos y la superioridad tecnológica que el país ha mantenido desde entonces.