El Me 163 Komet, primer caza cohete, alcanzó velocidades récord en 1944, pero su combustible corrosivo y diseño arriesgado lo hicieron un peligro mortal para sus pilotos.
Un caza revolucionario con un diseño altamente peligroso
El Messerschmitt Me 163 Komet representó un hito en la aviación militar al ser el primer caza cohete operativo de la historia. Su desarrollo comenzó en los años 30, pero no entró en combate hasta 1944, cuando la Luftwaffe intentó utilizarlo contra los bombarderos aliados.
Con una velocidad máxima oficial de 1,000 km/h (Mach 0.81) y un récord no oficial de 1,130 km/h (Mach 0.91) alcanzado por Heini Dittmar, este avión era el más rápido de su época. Su motor cohete Walter HWK 509A-2 le proporcionaba una aceleración excepcional, alcanzando una tasa de ascenso de 81 metros por segundo.
El diseño compacto del Komet incluía un fuselaje de 5.7 metros de largo y una envergadura de 9.3 metros. Su peso variaba entre 1,905 kg vacío y 4,309 kg al despegue. Su armamento principal consistía en dos cañones MK 108 de 30 mm con una cadencia de 650 disparos por minuto, además de contar en algunas versiones con el experimental Jägerfaust, un sistema sin retroceso diseñado para derribar bombarderos enemigos.
Un motor potente impulsado por un combustible letal
El Me 163 operaba con una combinación de T-Stoff (peróxido de hidrógeno) y C-Stoff (hidracina y metanol), una mezcla altamente corrosiva y explosiva. Esta sustancia no solo representaba un riesgo en combate, sino que también era una amenaza constante para los propios pilotos. El diseñador del avión, Dr. Alexander Lippisch, llegó a advertir que el contacto con esta mezcla podía disolver la carne hasta el hueso.

Uno de los accidentes más impactantes ocurrió en 1943, cuando Josef Pöhs sufrió un fallo en el dolly de despegue, lo que provocó la fractura de una línea de combustible. Al intentar un aterrizaje de emergencia, el derrame de T-Stoff lo alcanzó, provocándole heridas fatales. Wolfgang Späte, comandante de escuadrón, describió cómo estos derrames convertían cualquier desperfecto en una sentencia de muerte.
Detalles técnicos y operativos del Me 163 Komet
- Velocidad máxima: 1,000 km/h (Mach 0.81) y hasta 1,130 km/h (Mach 0.91) en pruebas.
- Motor: Walter HWK 509A-2 con solo 7.5 minutos de autonomía.
- Armamento: Dos cañones MK 108 de 30 mm y, en algunos casos, el sistema Jägerfaust.
- Método de despegue y aterrizaje: Usaba un dolly desechable y aterrizaba sobre un patín.
- Pilotos muertos en accidentes: Al menos nueve, superando las bajas en combate.
- Aviones aliados derribados: 16, con pérdidas operativas entre seis y nueve unidades.
Riesgos estructurales y un desempeño operativo limitado
El diseño del Komet presentaba dificultades adicionales. Al carecer de tren de aterrizaje fijo, su despegue dependía de un dolly desechable y su aterrizaje sobre un patín retráctil, lo que frecuentemente resultaba en accidentes. La escasez de combustible y la peligrosidad de su sistema de propulsión lo convirtieron en un arma más peligrosa para sus propios pilotos que para el enemigo.
A pesar de su velocidad inigualable, el Me 163 tuvo un rendimiento deficiente en combate. Logró derribar solo 16 aviones aliados, mientras que sus propias pérdidas por fuego enemigo se situaron entre seis y nueve unidades. Además, muchos aviones se perdieron debido a fallos técnicos o accidentes.

Un legado marcado por su peligrosidad y sus limitaciones
Solo diez unidades del Me 163 han sobrevivido y se encuentran en museos como el Steven F. Udvar-Hazy del Smithsonian (Werk-Nummer 191301). A pesar de su impresionante récord de velocidad, su impacto en la guerra fue mínimo. En 1947, Chuck Yeager superó su marca de Mach 0.91 con el Bell X-1, dejando al Komet como un recordatorio de los peligros extremos de la innovación bélica.
El Me 163 Komet fue un desarrollo revolucionario, pero su diseño imprudente y su combustible letal lo convirtieron en un arma tan peligrosa para sus propios pilotos como para el enemigo. Aunque su producción alcanzó 370 unidades, su efectividad en combate fue limitada, y su historia se mantiene como una advertencia sobre los riesgos de priorizar la velocidad sobre la seguridad.