La Enmienda Obey prohibió vender el F-22 a aliados, limitó la producción a 187 unidades y elevó costos al impedir amortizar inversiones con ventas externas.
Origen del F-22, veto a exportaciones y efectos en costos del programa
El Congreso de Estados Unidos aprobó en 1998 la Enmienda Obey y prohibió el uso de fondos para autorizar o licenciar ventas del F-22 a cualquier gobierno extranjero. Desde entonces, la cláusula se incorporó cada año y bloqueó exportaciones a Japón, Australia e Israel. El F-22 nació en la década de 1980 para sustituir al F-15 y acumuló $67.300 millones por 187 aviones, con $32.400 millones en investigación, $34.200 millones en adquisición y $676,6 millones en construcción militar.
El desarrollo se centró en baja observabilidad, motores con vectorización de empuje y aviónica integrada frente a amenazas soviéticas del final de la Guerra Fría. Lockheed Martin, con Boeing como socio, entregó el último avión en 2012. La Fuerza Aérea proyectó 750 unidades, los mandos defendieron 381 y el Congreso autorizó 187. Ese recorte y la veda produjeron un costo promedio de adquisición por unidad de $369,5 millones, con un costo unitario de producción de $185,7 millones según valores de la época.
El marco legal añadió topes de costos desde el año fiscal 1998. Para 2009, el límite ajustado para costos totales de producción ascendió a $37.643,2 millones y el programa se mantuvo más de $3.000 millones por debajo con 187 aviones. Sin ventas externas, aumentaron costos indirectos porque el cierre de la línea dejó sin opción un reinicio inmediato. RAND en 2009 calculó $513 millones por una pausa de dos años y reinicio para 75 aviones adicionales, $434 millones más que concluir sin reinicio.

Lockheed Martin estimó al inicio menos de $200 millones para reiniciar y en 2010 elevó el cálculo a $900 millones. Ese abanico evidenció deterioro en la economía del ciclo de vida: el programa almacenó herramientas en el Depósito del Ejército de Sierra para uso futuro y no generó ingresos externos. Aliados intentaron acceder al F-22. Japón lo solicitó para su programa FX y, ante la prohibición, seleccionó el F-35 en diciembre de 2011, mientras Australia e Israel también exploraron la compra.
Cifras clave del programa F-22 y efectos del veto
- $67.300 millones por 187 aviones, con $32.400 millones en I+D.
- $369,5 millones de costo promedio de adquisición por unidad.
- Límite de producción 2009: $37.643,2 millones; ejecución inferior en más de $3.000 millones.
- Reinicio estimado: de menos de $200 millones a $900 millones según Lockheed Martin.
Modernización, confiabilidad y costos de sostenimiento del F-22
El Departamento de Defensa mantuvo una postura formalmente neutral, aunque líderes superiores se inclinaron por autorizar ventas. Michael Wynne señaló que Australia e Israel se asociarían a un reinicio si el Congreso levantaba la veda. Para habilitar exportaciones, el diseño requería modificaciones que protegieran información clasificada, con estudios y adaptaciones estimados en $1.000 millones. La Enmienda Obey permite investigación y diseño de una versión exportable futura, pero bloquea las ventas y preserva exclusividad tecnológica.
La modernización del F-22, necesaria para mantener su operatividad hasta aproximadamente 2033, sumó $11.300 millones según estimaciones de enero de 2014. De ese total, $9.400 millones se destinaron a mejoras de capacidad y $1.900 millones a confiabilidad y reparaciones estructurales. Más del 60 % ya se había ejecutado, con un contrato multianual de $6.900 millones adjudicado en febrero de 2013 para trabajos hasta 2023, incluida la mejora de recubrimientos de baja observabilidad con mayor durabilidad y el sistema de oxígeno de respaldo con al menos $20 millones.

El Programa de Maduración de Confiabilidad y Mantenibilidad abarcó más de 100 proyectos en curso y 200 ya completados, con $900 millones acumulados hasta el final del año fiscal 2013. Los proyectos individuales oscilaron entre menos de $1 millón y más de $50 millones. El Programa de Reparación Estructural, planificado para concluir en 2019, incorporó hardware para alcanzar una vida útil de 8.000 horas de vuelo y sostuvo la disponibilidad operativa a medida que avanzaron las mejoras de capacidad programadas.
El sostenimiento posterior a la producción concentra la mayor parte del costo del ciclo de vida. Reglas de planeamiento que asignan dos tercios del gasto total sitúan el monto en $160.000 millones. En los dos años previos a 2013, la Fuerza Aérea adjudicó contratos de fuente única por casi $1.400 millones para mantenimiento. Un enfoque conjunto de contratistas y gobierno podría ahorrar más de $1.000 millones. La modernización duplicó proyecciones desde $5.400 millones hasta $11.700 millones, lo que desplazó hitos de 2010 a 2017.
Impacto industrial, operación en escuadrones y cierre de la línea
La base industrial sufrió la terminación de la producción sin exportaciones que amortiguaran costos. La Enmienda Obey figuró en el proyecto de apropiaciones de defensa del año fiscal 2013 con lenguaje que mantuvo la prohibición y permitió estudios de versiones exportables. Propuestas para revisar la restricción no prosperaron y cualquier levantamiento exige acción legislativa. Estimaciones recientes situaron el costo por hora de vuelo por encima de $70.000 y la tasa de disponibilidad en niveles limitados, con despliegue en escuadrones activos.
La Fuerza Aérea asignó al F-22 la misión de sustituir al F-15 en la mayoría de unidades. Planes que en un momento contemplaron 183 unidades terminaron ajustados a 187 tras las adquisiciones finales. Sin ventas internacionales, Estados Unidos asumió la totalidad del gasto y consolidó la exclusividad tecnológica del sistema. Esa decisión limitó la escala, elevó costos de sostenimiento y condicionó la estructura de fuerzas que la institución mantuvo en la década siguiente a la clausura de la línea.

El cierre de la línea en 2012, después de la entrega del avión número 195, dejó las herramientas preservadas para un posible reinicio. La diferencia entre 195 aeronaves producidas y 187 operativas se explica por ejemplares de prueba y desarrollo que no integraron la flota de combate. Sin compradores extranjeros, el programa no generó ingresos que compensaran inversiones previas, mientras aliados se inclinaron hacia el F-35 con un enfoque distinto y parte del conocimiento del F-22.
En la 109.ª legislatura, el Congreso debatió un intento de anular la Enmienda Obey en el proyecto de apropiaciones de defensa del año fiscal 2007; la oposición prevaleció en conferencia con el Senado. De este modo, la medida mantuvo bajo reserva sistemas como el radar AN/APG-77 y los motores F119 y redujo la escalabilidad económica del programa. La decisión preservó capacidades estratégicas y dejó sin financiación compartida el sostenimiento de una línea que ya no atendía pedidos adicionales.
